Filosofía y Estudios Sociales de la Ciencia
I. ¿Cómo describiría el estado actual de su especialidad en el mundo?
Voy a identificar la «disciplina» en la cual trabajo como Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología, y para referirme a ella utilizaré el acrónimo CTS. Las comillas precedentes tienen que ver con el hecho de que uno de los signos distintivos de CTS es su carácter interdisciplinario. Se trata de un campo que reúne reflexiones de carácter filosófico, histórico, sociológico, ético, político, entre otros. A través de tal síntesis interdisciplinaria se pretende comprender más profundamente las interrelaciones entre la ciencia, la tecnología y la sociedad. Las elaboraciones teóricas y las informaciones empíricas que resultan de tales aproximaciones pretenden fecundar actuaciones sociales en campos tan diversos como la educación científica, las políticas públicas en ciencia, tecnología e innovación y, desde luego, la propia investigación académica.
CTS es un campo muy bien institucionalizado a nivel internacional. Así, podemos encontrar numerosos grupos de investigaci6n, programas de postgrado, publicaciones y congresos dedicados a esos temas, sobre todo en los países industrializados y también en algunos de América Latina.
Se trata de una disciplina en un campo que se ha desarrollado exitosamente en las últimas cuatro décadas. Me parece que este avance ha tenido que ver con dos series de factores muy relacionados entre sí. De un lado, encontramos las tensiones sociales asociadas al desarrollo científico y tecnológico en la segunda mitad del siglo xx: su utilización con fines bélicos, los daños ambientales, residuos contaminantes, accidentes nucleares, envenenamientos farmacéuticos, entre otros impactos, generaron una comprensible preocupación por los efectos sociales del desarrollo científico y tecnológico, los factores sociales que lo determinan y los impactos sociales que generan. De otro lado, esas preocupaciones difícilmente encontraban acogida y explicación en los paradigmas interpretativos de la ciencia dominantes en el pensamiento occidental hasta inicio de los años sesenta.
La imagen benefactora y neutral de la ciencia y su producto, la tecnología; la comprensión de la ciencia como una empresa teórica, sometida a su lógica interna ajena a determinismos sociales, había sido muy bien respaldada por el trabajo intelectual de la Filosofía de la Ciencia, tanto por el empirismo lógico como el racionalismo crítico popperiano y también por la Sociología Funcionalista vinculada a los trabajos de R. K. Merton y la Historiografía Internalista, bien representada en los trabajos de A. Koyré.
Frente a los avances de la ciencia y su creciente conflictividad social, aquel discurso socialmente aséptico, discurso que parecía concebir la ciencia como recluida en una torre de marfil o una caverna en cuyo interior reina la racionalidad pura -según la metáfora que se prefiera- parecía cada vez más alejado de la práctica científica real.
El trabajo intelectual del empirismo lógico y su alternativa popperiana, la sociología funcionalista y el internalismo historiográfico, generaron una imagen de la ciencia (la Tecnología apenas era objeto de atención) que difícilmente podía ser útil en un contexto, el de los sesenta, donde el interés histórico y social por la ciencia era acompañado por la conflictividad y la crítica social por el uso de la ciencia y la tecnología. Terminó por agotarse lo que llegó a constituir una auténtica «ideología científica» fuertemente enraizada en el mundo académico occidental, que separaba nítidamente el ámbito intelectual de los factores psicológicos, sociales, económicos. políticos. morales e ideológicos que en realidad lo constituyen.
Esta imagen tenía también su expresión en política científica a través de una concepción según la cual la gestión del cambio cien- tífico y tecnológico debe ser dejada en manos de los especialistas. Este reclamo de autonomía tuvo su nítida expresión en el informe Ciencia: la frontera inalcanzable entregado por Vannevar Bush al presidente Truman en julio del 1945. el mismo mes de la explosión de prueba de la bomba atómica en Nuevo México. Este informe contiene el modelo lineal de desarrollo, según el cual el desarrollo de la ciencia básica y la tecnología. sin interferencias. generaría la riqueza y el bienestar esperado, además de garantizar el dominio norteamericano en la Guerra Fría.
Es bien conocido que ese modelo unidireccional ha sido desplazado por un modelo mucho más interactivo y la convicción de que el desarrollo científico y tecnológico requiere de la regulación social.
En los sesenta. la imagen esbozada fue sometida a una intensa crítica. La discusión social corrió por cuenta de diversos movimientos sociales que hicieron blanco de sus críticas a la tecnología puesta al servicio de los más reaccionarios intereses capitalistas. Incluso grupos de científicos (un ejemplo es Science for the peopIe) elaboraron una crítica teórica y militante al uso y el abuso de la ciencia. muy bien ejemplificado en el involucramiento de esta en la guerra de Vietnam.
En el plano académico jugó un papel significativo la obra de T. S. Kuhn La estructura de las revoluciones científicas ( 1962). Existe el consenso de que su obra marcó una ruptura respecto a los anteriores paradigmas. Vino a aportarnos una imagen más problematizadora que nos presenta a la ciencia como un fenómeno inscrito en la historia. la sociedad y la cultura, donde las subjetividades individuales y colectivas, los adiestramientos disciplinarios. la educación, los dogmas, los prejuicios, juegan un papel fundamental en el cambio científico. Las teorías no cambian sólo en su diálogo con los hechos: hay que tomar en cuenta la dimensión social y el enraizamiento histórico de la ciencia. Sus propuestas anima- ron intensos debates que vinieron a cambiar la fisonomía de la fi- losofía de la ciencia.
A través de los trabajos de Toulmin, Lakatos, Laudan, Sneed, Stegmuller, Shapere, Hesse, Kitcher, entre otros, la Filosofía de la Ciencia ha ido describiendo un conjunto de tendencias. Una de ellas es la búsqueda de modelos dinámicos que expliquen el cambio científico, lo que permitió a la filosofía hacerse más sensible a las contribuciones históricas y sociológicas, y en general a los estudios empíricos (tendencia a la «naturalización» de la Filosofía). En este proceso la comprensión de la racionalidad científica se enriqueció con la consideración de los fines prácticos (y no meramente epistémicos) de la ciencia, se recuperó también el papel de los sujetos individuales y colectivos en el cambio científico, y el viejo y exclusivo interés por el contexto de justificación de las proposiciones científicas se enriqueció con la discusión de nuevos contextos de interés de la ciencia: educación, innovación, aplicación, evaluación, entre otros.
Al menos una parte de los CTS toman como referencia la innovación teórica de Kuhn y se presentan como sus «lecturas radica- les», es decir, tratan de llevar más lejos que Kuhn la necesidad de estudiar la ciencia en su contexto y su historia, apelando a recursos sociológicos, antropológicos, históricos, entre otros.
No es este el momento para hacer un balance de la obra de Kuhn. Pero sí señalaré que el sentido de «lo social» en Kuhn es limitado y que en sus trabajos no es posible descubrir los énfasis políticos, económicos, éticos, que el debate contemporáneo parece reclamar.
Más cerca de esa posibilidad está la tradición marxista. La obra de Marx es pionera en la comprensión de las claves económicas y políticas del desarrollo científico y tecnológico.
Esto es así porque si nos tomamos en serio la tesis, hoy bastan- te respaldada dentro de los CTS, de que la ciencia y la tecnología son procesos sociales, entonces resulta indiscutible la necesidad de disponer de teorías sociales amplias que den cuenta de cómo los actores, intereses y estructuras que actúan en lo social influyen decisivamente en el desarrollo de la ciencia y la tecnología. La temprana comprensión por Marx de cómo la ciencia se venía convirtiendo en elemento subordinado a los procesos de la reproducción del capital, es hoy imprescindible para comprender la inserción social de la tecnociencia contemporánea.
A lo largo del siglo esa tradición marxista tuvo relevantes continuadores. Las obras de J. D. Bernal Lafunci6n social de la ciencia (1939) y La ciencia en su historia (1954) han tenido una in- fluencia significativa en no pocos estudiosos de la ciencia. Donde el marxismo alcanzó un mayor peso institucional fue en los países socialistas. En la URSS, República Democrática Alemana y otros países europeos se crearon fuertes grupos dedicados al estudio de la ciencia, incluida la atención de desarrollar una perspectiva interdisciplinaria muy vinculada al objetivo de fundamentar las políticas científicas. Lamentablemente, aquella tradición naufragó entre otros naufragios mayores.
Este breve panorama sería incompleto si no aludiéramos a lo siguiente. Sobre todo a partir de los años sesenta fue emergiendo lo que pudiéramos llamar una perspectiva latinoamericana en CTS. Los nombres de Amílcar Herrera, Jorge Sábato, Oscar Varsavsky, entre otros, permiten hablar de un pensamiento latinoamericano sobre ciencia, tecnología y desarrollo verdaderamente original y valioso para entender la dinámica social de la ciencia y la tecnología en el contexto del subdesarrollo y la dependencia. El diagnostico crítico y las propuestas de política se articulaban inteligentemente. No era como lo fue en Europa y Estados Unidos, un pensamiento que emergió en diálogo crítico con la filosofía y la sociología al uso. Sus fuentes de inspiración eran la conflictiva realidad social de la región, interpretada en la perspectiva de las teorías del desarrollo generadas en América Latina, y también en el noble esfuerzo por ayudar a su superación. En gran medida, la evolución social de América Latina, las dictaduras, los modelos económicos impuestos, el abandono bastante generalizado de «proyectos nacionales» capaces de alentar estrategias científicas y
tecnológicas endógenas, limitó el alcance de ese pensamiento. Hoy el mismo pervive parcialmente, acosado por el pensamiento único y la globalización neoliberal.
Este panorama que he presentado no es exactamente contemporáneo ni describe plenamente la actualidad de CTS. Pero es imprescindible para atender a este, y ello por varias razones. Hay que re- conocer que las «imágenes tradicionales» aún sobreviven, aunque en retirada. Ya no son interesantes pero la fuerza de la tradición y los intereses de algunos grupos académicos que tratan de vivir dentro de «la torre de marfil» explican la sobre vivencia de aquellas perspectivas. Una segunda razón tiene que ver con la importantísima pregunta de cómo debemos situarnos intelectualmente ante CTS. La selección de nuestras coordenadas tiene que partir de una reflexión crítica sobre el movimiento intelectual que ha conducido a CTS. Sobre esto volveré luego cuando hable de la situación en Cuba.
Puede completarse la caracterización de CTS hoy diciendo que se trata de un campo de trabajo donde se intenta entender el fenómeno científico-tecnológico en un contexto social, con especial atención a sus condicionantes sociales, así como a sus consecuencias sociales y ambientales. Representa un enfoque crítico respecto a aquellas perspectivas que ignoraban la naturaleza social de la tecnociencia y aporta un proyecto interdisciplinario que reúne a la Filosofía, la Sociología y la Historia de la Ciencia y la Tecnología, la Teoría de la Educación, la Economía del Cambio Técnico, entre otras.
CTS responde de algún modo a la creciente sensibilidad social por el desarrollo técnico, sus impactos, y favorece no sólo una comprensión social del mismo, sino que también propone su regulación a fin de que atienda debidamente problemas humanos y sociales relevantes. La ciencia no es un problema sólo de los científicos ni puede ser el territorio donde la tecnocracia actúe impunemente, ni debe estar al servicio de intereses antihumanos. Hay que crear una alerta pública sobre sus condicionamientos e impactos. Y eso requiere acciones educativas y de regulación pública.
En esta perspectiva, los temas clásicos en el estudio de la ciencia: el método, la verdad, la racionalidad, etc., ceden en importancia en relación a una amplia agenda de discusión que contempla temas tales como: impactos tecnológicos, evaluación social de las tecnologías, riesgo tecnológico, participación pública en ciencia y tecnología, política y gestión de la ciencia y la tecnología, genero y ciencia, controversias científicas, educación científica, por mencionar algunos de los más interesantes.
En realidad, el campo CTS no es homogéneo. De hecho, hay dos lecturas diferentes del acrónimo (en inglés) STS. Para los norteamericanos se lee como ciencia, tecnología y sociedad, lo que subraya el interés social. La tradición desarrollada en los EE UU (Paul Durbin, Carl Mitchan, Langdon Winner, entre otros) parece sobre todo interesada en las consecuencias sociales de la tecnología, y se la puede encontrar vinculada a diversas manifestaciones de activismo social, así como a numerosas iniciativas educativas. En esta tradición parecen bien representadas la Filosofía, la Historia, la Teoría Política, la Ética, entre otras disciplinas.
En la tradición europea el acrónimo STS es leído como Estudios de Ciencia y Tecnología. Se origina en los años setenta a través del llamado Programa Fuerte de la Sociología del Conocimiento Científico, vinculado a la Universidad de Edimburgo ya nombres como Barry Barnes, David Bloor y Steven Shapin. Aquí encontramos ya una «lectura radica1» de Kuhn que ya mencioné antes. Dentro del Programa Fuerte se intentan encontrar explicaciones sociales al origen, cambio, legitimación del conocimiento científico. El constructivismo social de H. Collins, la teoría de la red de actores de B. Latour, los estudios de reflexibidad de S. Woolgar, son contribuciones más recientes que de algún modo tienen sus raíces en el Programa Fuerte. En los ochenta estos enfoques han sido aplicados al estudio de la tecnología a través de autores como W. Bijker y T. Pinch. En muchas de las versiones más recientes, el interés de buscar explicaciones macrosociales ha sido sustituida por enfoques microsociales. Así, por ejemplo, los llamados «estudios de laboratorio» reducen el contexto social al contexto del laboratorio e intentan así comprender la «ciencia en el proceso de ser hecha».
Esta tradición europea ha permitido estudios muy importantes sobre las controversias científicas (Collins, Pinch) que permiten comprender los mecanismos que conducen a la formación de consensos en la ciencia y de algún modo han abierto «la caja negra» de la misma, permitiendo comprender aspectos de su funciona- miento interior.
Desde la perspectiva que ellos aportan, resulta refutada la vieja comprensión del desarrollo científico como un proceso inexorable, únicamente conducido por la búsqueda de la verdad.
Los juegos de intereses, los actores implicados, los resortes institucionales determinan el curso de la ciencia y la tecnología que no son para nada el producto exclusivo de la lógica y la experiencia, y tienen mucho que ver con negociaciones entre actores cuyos intereses están siempre en juego. Así, no tenemos la única ciencia y tecnología posibles, sino las que se derivan de intereses, actores, tramas institucionales, entre otros aspectos. La imagen objetivista y benefactora de la ciencia es puesta en duda.
En esta tradición, las ciencias sociales juegan un papel decisivo y su orientación es claramente académica sin la vocación de activismo social y énfasis educativos que encontramos en los EE UU.
El breve panorama de los estudios CTS que he presentado, persigue familiarizar al lector con un campo de bastante importancia a nivel internacional, a la par que fundamenta algunas ideas. La primera es que es un campo heterogéneo a cuyo interior discurren sensibilidades intelectuales y sociales diversas; siendo así, el mismo requiere el ejercicio de la autonomía intelectual y la capacidad de crítica.
Otra idea, muy relevante para nosotros, es que las tradiciones no se reducen a las que hemos identificado como europea y norte- americana, tal y como suele hacerse en la literatura habitual sobre el tema, sino que hay que considerar otras producciones intelectuales. Una es la tradición marxista, muchas veces preterida por una supuesta «respetabilidad académica», y otra, la Latinoamericana, cuyas preocupaciones y enfoques alimentan una reflexión «desde el Sur» sobre problemas escasamente representados en las producciones del «Norte».
II. ¿ Cuáles son los principales aportes y que perspectivas de futuro le concede a esta rama de la ciencia en Cuba?
Cuba es un terreno sumamente fértil para los estudios de CTS. En la medida que el proyecto cubano se desmarca del neoliberalismo e insiste en el protagonismo de la cultura, el conocimiento, la ciencia y la tecnología en la construcción del socialismo de hondo humanismo, es preciso también desarrollar y divulgar paradigmas teórico alternativo aquellos que promueve el llamado «pensamiento único». Los enfoques tecnocráticos y economicistas, o la «neutralidad objetivista», que en otros contextos son parte de la cultura institucional y sus ideologías, no tienen sentido en nuestro país.
Las raíces de un pensamiento social sobre la ciencia atraviesan la historia de la cultura nacional. Bastaría recordar la obra funda- dora de Félix Varela y la contribución decisiva de José Martí. Pero quiero referirme especialmente al discurso político generado por la Revolución. En ese discurso ha dominado una percepción que insiste en el valor de la ciencia, su conexión con la solución de los problemas del desarrollo social y la extensión a toda la población del derecho a la participación en el conocimiento y sus beneficios. Es posible observar en el pensamiento político cubano una percepción del valor y la significación social de la ciencia y la tecnología, de su prioridad y centralidad en las estrategias de desarrollo social que pudiéramos sintetizar en la existencia de una «ideología de la ciencia» que viene del lado de los principales actores políticos.
Esa ideología, entendida como un sistema de valores que traducen intereses sociales. cristalizó como parte del proceso de transformaciones sociales más amplias en el cual los sectores populares se incorporaron a la educación y la ciencia, nutriendo la masa de profesionales, científicos y profesores que han copado los departamentos universitarios y fundado la mayoría de los centros de investigación. Si, como dice Price, en el mundo están vivos el 90% de los científicos que han existido, en Cuba casi la totalidad de los científicos, ingenieros, técnicos, profesores y maestros accedieron a esa condición en las últimas cuatro décadas y de forma mayoritaria han respaldado las transformaciones sociales del país. No es extraño que esa comunidad científica en gestación haya hecho suya la pro- puesta de una ciencia en función de la solución de los problemas del desarrollo social del país. Con ello ha madurado el complemento de la «ideología de la ciencia» proyectada desde el poder político: la «ideología en la ciencia», entendida como la percepción ético-política del trabajo científico asumida por los científicos, ingenieros, profesores, percepción que permite concebir el trabajo de todos ellos, principalmente, como una contribución social.
Todos estos valores que venimos comentando han madurado, han sido puestos a prueba y sometidos a tensiones a lo largo de las únicas cuatro décadas, y han conformado un contexto ideológico, político y ético muy singular, incomprensible desde aquellas interpretaciones de la ciencia de corte intemalista y cientificista que predican separaciones tajantes entre ciencia y valor, entre motivaciones políticas y finalidades científicas. Sin lugar a dudas, los científicos cubanos no han vivido en su experiencia práctica semejantes dicotomías.
Entre los signos distintivos del funcionamiento de la ciencia y la tecnología en Cuba están la integración, la colaboración y la participación pública en esas actividades. Esos rasgos transparentan las particulares interrelaciones entre la ciencia, la política y los valores que caracterizan el contexto cubano.
La política nacional en ciencia y tecnología se orienta, deliberadamente y con máxima prioridad, a fortalecer los nexos de todos aquellos que intervienen de diversos modos y en diversos niveles en el cambio técnico. Para ello se han desplegado movimientos y organizaciones sociales y formas institucionales que favorecen la búsqueda cooperada de soluciones a los diversos problemas técnicos, 'económicos y sociales que la sociedad enfrenta. Un ejemplo de innovación institucional orientada a tales fines ha sido la consolidación de los Polos Científicos Productivos, en particular el que está situado en el oeste de la capital, cuyos esfuerzos están concentrados principalmente en el desarrollo de la biotecnología, la industria farmacéutica y los equipos médicos de alta tecnología.
Es ese contexto el que a mi juicio fertiliza el terreno para el desarrollo de los estudios CTS en Cuba. Y es esa riquísima experiencia social en la articulación del conocimiento, la ciencia y la tecnología en los problemas del desarrollo social, la mayor contribución que Cuba puede aportar a los Estudios CTS. Cuba es un extraordinario laboratorio para explotar las interrelaciones entre la ciencia, la política, los valores, la ética y todo lo demás que a CTS interesa. En Cuba es posible adelantar experiencias de desarrollo científico y tecnológico de un contenido y alcance humanos que no es fácil descubrir en otros contextos, por ejemplo, en América Latina.
Mencionemos brevemente cómo ha transcurrido el proceso de institucionalización de los estudios CTS en Cuba.
Desde los años sesenta la tradición más influyente en Cuba en el campo de las ciencias sociales ha sido el marxismo. El marxismo se ha enseñado e investigado en Cuba durante más de cuatro décadas y su influencia alcanza a amplios sectores de la sociedad. En particular , se enseña en las carreras universitarias. Se trata de una cosmovisión cuyos rasgos esenciales hacen parte de la formación de los universitarios, entre ellos los científicos e ingenieros. En Cuba, los estudios CTS se han desarrollado en vínculo directo con esa matriz marxista. Durante los años ochenta los focos de interés fueron principalmente los estudios de Historia de la Ciencia, Política Científica y Filosofía de la Ciencia. En este último terreno la atención se concentró cada vez más en los modelos de desarrollo de la ciencia (Kuhn, Lakatos, Toulmin, etc.) y los interesantes problemas que ello plantea en relación a las fuerzas motrices del desarrollo de la misma.
En la medida en que avanzó la década de los ochenta, fue madurando la idea de que era necesario desbordar las fronteras disciplinarias de estos estudios (Historia, Filosofía y otras) y avanzar hacia una concepción interdisciplinaria. En ello influyó la consolidación que este punto de vista tenía en los países de la Europa Socialista a través de los trabajos en el campo de la Cienciología.
También durante los años ochenta fue incrementándose la atención sobre la problemática y el pensamiento latinoamericano en ciencia y tecnología. Las conexiones entre la ciencia, la tecnología y el desarrollo social, los problemas de la «ciencia periférica», concitaron un interés cada vez mayor. Así, nuevas tradiciones, autores y problemas encajaron en la agenda de los estudios de la ciencia; problemas cuya discusión no era posible más que desde una perspectiva social, interdisciplinaria y crítica.
En resumen, cabe decir que a fines de los ochenta habían madurado en algunas zonas del ambiente académico cubano algunas ideas que aquí podemos resumir:
-
- a) La necesidad de estudiar sistemáticamente las interrelaciones entre la ciencia, la tecnología y la sociedad, aunque la dimensión tecnológica aún permanecía insuficientemente atendida.
b) Esos estudios debían tener una orientación interdisciplinaria.
c) Era necesario un ejercicio de recepción y actualización respecto a las tradiciones internacionales en este campo menos conocidas en Cuba.
d) Estos estudios podían tener importancia en el campo educacional y probablemente en el de las políticas en ciencia y tecnología.
A inicios de los noventa, estos avances hicieron posible consolidar un espacio para la disciplina Problemas Sociales de la Ciencia y la Tecnología (PSCT) en el ciclo de ciencias sociales de la mayoría de las carreras universitarias en Cuba. Se estimó desde entonces que la formación en la educación superior, sobre todo de científicos e ingenieros, se enriquecía con el estudio de los problemas del desarrollo científico y tecnológico, en su dimensión universal y también latinoamericana y cubana. Debe observarse que la incorporación de esta disciplina fue posible porque la educación superior cubana asume que la formación científico-técnica y humanística tienen que marchar unidas. Las clásicas separaciones entre ciencia y valor que dan lugar a ordenamientos disciplinarios e institucionales que tienden a separar ciencias y humanidades aquí no tienen lugar. Lo que se hizo entonces fue aprovechar esta concepción y el espacio que ella creaba para introducir los PSCT como disciplina en los planes de estudio. Esa es una contribución cubana.
Por la misma fecha, los PSCT pasaron a convertirse en requisitos para los procesos dé ascensos de grados científicos y categorías docentes y de investigación.
El creciente interés por esta área del conocimiento determinó la creación de grupos de trabajo en varias CES del país y la estructuración de estudios de postgrado a nivel de maestría y doctorado. También se incrementó la colaboración internacional.
En resumen, los estudios CTS en Cuba viven un proceso de maduración. Su inserción en los currículos de numerosas carreras universitarias, la matriz marxista que les subyace y el contacto directo con expectativas de desarrollo social y desarrollo científico y tecnológico del país, son los puntos más sólidos que podemos mostrar.
Con relación a las perspectivas de futuro que concedo a los estudios CTS en Cuba, habría que decir que una de las consecuencias del avance de los estudios CTS es la comprensión del fenómeno científico y tecnológico como un proceso social que no puede ser comprendido más que «en contexto» ; es decir, dentro de la constelación de circunstancias sociales que le dan sentido. En esa perspectiva, la Ciencia, en su expresión más amplia, se nos presenta como una red de individuos, instituciones y prácticas ancladas en contextos con sus propias determinaciones culturales, económicas y sociales.
Es, desde esa misma perspectiva, desde donde debe ser entendido el proceso de consolidación del campo académico que se de- nomina CTS. Por esta razón, al mostrar su proceso de institucionalización en Cuba, nos hemos remitido al «entramado», al «contexto» que le ha configurado. De igual modo, el desarrollo de estos estudios reclamará en adelante una especial atención a la sociedad donde se produce.
Esto se refiere, por ejemplo, a la relación cada vez más fructífera que CTS debe establecer con las transformaciones educativas y el sistema de ciencia e innovación tecnológica que se viene des- plegando. Si al nivel de la educación superior y de postgrado hay un espacio ganado para CTS, no ocurre igual con la enseñanza precedente. De igual modo, la propia enseñanza de las disciplinas científicas y técnicas en las universidades está lejos de incorporar enfoques sociales e históricos.
El tema de la innovación tecnológica requiere mucha actividad de investigación y educación que acompañe a las políticas públicas orientadas a ese fin. Hay que desarrollar una educación para la innovación que la muestre como un proceso social integral atento no sólo a las variables económicas sino también ambientales, culturales, etc. La gestión de la innovación tecnológica es, conceptual y prácticamente hablando, un tema que se viene introduciendo en Cuba. Es obvio que los marcos conceptuales, metodológicos y axiológicos que se articulan a la innovación no son neutrales respecto a sus consecuencias sociales. El enfoque CTS puede ser muy útil en ese proceso.
El campo CTS viene consolidándose institucionalmente. Hemos creado una red nacional orientada a incrementar la densidad de los vínculos entre compañeros que trabajan en temas de interés para CTS. Se amplían paulatinamente los públicos de CTS: científicos e ingenieros vinculados al sector de I+D, variados agentes de la innovación, profesores universitarios de las ramas científicas, técnicas y médicas, profesionales y usuarios de la divulgación científica, maestros que trabajan en la enseñanza media, son, entre otros, grupos que acceden a la enseñanza CTS, preferentemente a través de los postgrados. También venimos consolidando el intercambio académico, en especial con lberoamérica.
Este intercambio y sus expresiones a través del postgrado y la investigación permitirán consolidar el proceso de asimilación y refracción de las tendencias internacionales en el campo de los estudios CTS. Habrá que favorecer el proceso de actualización respecto a esos desarrollos, entendiendo siempre que se trata de productos culturales cuya significación varía mucho al ser trasladada de un contexto a otro. Los estudios de laboratorio, los análisis sobre gestión del riesgo tecnológico o sobre evaluación de tecnologías; los estudios cientométricos o sobre las controversias científicas; el debate sobre ciencia y género y los conflictos éticos en ciencia y tecnología, por mencionar algunos ejemplos, proporcionan un extraordinario material para comprender las particularidades, el lugar y el papel del desarrollo científico y tecnológico con la sociedad contemporánea. En particular, será de interés actualizamos respecto a la experiencia internacional en materia de enseñanza CTS a nivel primario y secundario.
Cada sociedad y cada cultura tienen sus propios conflictos y tareas por resolver. A ellos deben atender preferentemente los estudios CTS en Cuba. Se trata de fortalecer el proceso de endogenización de los estudios CTS en Cuba, empleando para ello la tradición internacional y contribuyendo a ella.
III. ¿C6mo imagina el nuevo milenio:
En la visión que hoy puedo tener del futuro, imagino que los estudios CTS van a seguir consolidándose a nivel internacional y también en Cuba.
No olvidemos que el desarrollo de estos estudios ha tenido lugar en el contexto de un incremento del protagonismo social de la ciencia y la tecnología y de los enormes y conflictivos impactos que ellas generan. Ese protagonismo yesos impactos serán crecientes. y la atención social a la tecnociencia, su regulación democrática, la evaluación social de las tecnologías, la estimación y control cuidadoso de sus impactos, así como el debate social orientado a garantizar el acceso de la mayoría a sus beneficios serán, en adelante, aún más importantes que en el pasado.
Lamentablemente, varias de las tendencias apreciables en el desarrollo tecnocientífico contemporáneo plantean conflictos sociales extraordinarios. Voy a mencionar cuatro de esas tendencias.
I. La idea de Toureine, según la cual el mundo no está globalizado sino trilateralizado, es especialmente cierta en ciencia y tecnología. Norteamérica, Europa y Japón sobrepasan el 80% del gasto mundial en ellas y exhiben un dominio absoluto en publicaciones y patentes. La producción y utilización del conocimiento objetivo es en gran medida el privilegio de unos pocos;
Hay dos polos, en uno recae el peso y la orientación de la ciencia; en el otro, la debilidad de las instituciones científicas en los países subdesarrollados. No se trata de una situación coyuntural, sino estructuralmente afirmada que se consolida y ahonda, lo que justifica la tesis de que la polarización es una propiedad estable del sistema científico internacional, lo cual parece apuntalar la distribución no equitativa de la riqueza mundial: el 20% de la humanidad dispone del 86% de los bienes de consumo. La exploración de la frontera del conocimiento, la producción de nuevas tecnologías tiene que ver, ante todo, con las necesidades de consumo de los sectores sociales prominentes de los países desarrollados y las elites de los países subdesarrollados. Poco o nada tienen que ver esos avances con las necesidades básicas de las mayorías más pobres del planeta.
2. El esfuerzo científico y tecnológico descansa, cada vez más, en las empresas, y la lógica que lo conduce es, sobre todo, la competitividad y la ganancia. Destacan, entre ellas, varios centenares de corporaciones transnacionales (CTN) que actúan en alianza con los gobiernos de un grupo de países industrializados. Esa alianza estratégica da lugar a lo que algunos críticos del actual orden mundial denominan el «proto gobierno mundial» y el verdadero «sujeto-mundo» de la globalización capitalista transnacional. El eje esencial de esa alianza es la competitividad, y su resorte principal, la in- novación tecnológica. Parece imponerse la tendencia a que la ciencia y la tecnología queden, cada vez más, reducidas a variables de la reproducción ampliada del capital.
3. La importancia económica concedida al conocimiento ha conducido a su creciente privatización y comercialización. Se profundiza el proceso de capitalización del conocimiento que la globalización se encarga de acelerar. El conocimiento se vuelve propiedad privada por medio del patentamiento de resultados de investigación, actividades de mercadeo, licencias y copyright, así como la formulación de políticas científicas con orientación comercial. Se impone así un modelo de ciencia llevado a cabo por científicos cuyo comportamiento es muy semejante al de los empresarios, muy preocupados por captar fondos y generar ingresos y cuyo trabajo se valora cada vez más en términos económicos y empresariales. Con ello, las normas y valores clásicos de la ciencia sufren importantes transformaciones. Todos los sistemas de propiedad del cono- cimiento y muchos de los programas de cooperación, becas e intercambios favorecen a los países ricos y no a los pobres.
4. Se mantienen inversiones muy altas en I+D dedicadas a fines militares y ha disminuido el dinero para la cooperación internacional y la investigación básica.
La revisión de estas tendencias permite comprender los grandes desafíos en juego y la tendencia probablemente excluyente que esos procesos reservan para muchas naciones. Se trata de un conflicto de naturaleza ética que envuelve el futuro de una mayoría del planeta cuya capacidad de producir, transferir, difundir, y aplicar conocimientos, ciencia y tecnología, se distancia cada vez más de las necesidades sociales acumuladas. Por lo demás la pobreza y el deterioro social y ambiental que todo eso genera tiene un efec- to destructivo y desestabilizador cuyas consecuencias alcanzan también los países industrial izados.
Sería deseable que los estudios CTS contribuyeran a fomentar estrategias sociales de resistencia y promoción de alternativas al orden científico y tecnológico actual dominado por la alianza entre las grandes corporaciones transnacionales y un grupo de países desarrollados:
Hoy asistimos a la lucha de algunos países en desarrollo por el derecho a producir y utilizar medicamentos de importancia vital, intentos que encuentran la resistencia de los EE UU, que para ello moviliza a las instituciones internacionales que sostienen la globalización neoliberal. Asistimos a un intenso debate social por los impactos tecnológicos (vacas locas, pollos a la dioxina, quesos con listerias...) que ponen en jaque la credibilidad de la ciencia. El fraude, el soborno, los intereses mercantiles no son, lamentable- mente, ajenos a la práctica tecnocientífica contemporánea. La ethos tradicional de la ciencia cede ante el empuje de los intereses económicos y políticos en la ciencia.
Queda poco de la torre de marfil, y los paradigmas que nos narraba aquel cuento de hadas no tienen perspectivas. La ciencia y la tecnología tienen que estar cada vez más presentes en el debate ético, político y cultural que este tiempo y el futuro reclaman. Los estudios CTS pueden contribuir a ello a través de su influencia en la educación, en la cultura y en diversos circuitos de formación de conciencia ciudadana.
Pero, como hemos dicho antes, estos estudios no son homogéneos. La mirada al interior de los laboratorios para abrir la «caja negra» son insuficientes. Tampoco son útiles el nihilismo y la charlatanería respecto a la ciencia. A tono con cierto discurso pos- moderno, está muy de moda un relativismo exacerbado y un «constructivismo devastador» asociado a algunas corrientes en filosofía y sociología del conocimiento científico que deja muy poco margen a la objetividad científica. Todo eso es dañino para la ciencia y su relación con la sociedad.
Hace falta un mayor involucramiento en los movimientos sociales y sus proyectos políticos.
Creo firmemente en una alianza fructífera entre la objetividad científica y el compromiso social.
También será preciso lograr una mayor presencia de los problemas «del Sur» en la agenda de los estudios CTS.
Confío en que los cubanos podamos contribuir en esos esfuerzos.
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