PRESENTACIÓN
1. ANTECEDENTES
La obra que presento al lector está inscrita en una línea de investigación: el perfil de la actividad científica y del científico en México, que inicié en el Instituto de Investigaciones Sociales en 1967. En ese entonces, me fue posible incluir en mi actividad académica una nueva temática: el estudio de la ciencia y la tecnología desde la perspectiva que le confiere la Sociología. Desde tal fecha en adelante he buscado considerar a la ciencia como proceso y no sólo como producto cultural; a partir de ese enfoque, he considerado que las tareas que realizan los científicos, si bien parten de una concepción epistémica particular (la ciencia como producto), también están vinculadas, influidas y enraizadas en una realidad, en un contexto. Es éste, el aquí y el ahora, el que otorga a la ciencia y a la técnica su carácter de proceso social. Procede del entorno en que se desenvuelven los científicos, los personajes, encarnados en factores sociales y culturales, los cuales integran, a su vez, los escenarios espacio-temporales de la sociedad mexicana. En ellos se ha construido y sigue construyéndose el proceso de conocimiento en sus diferentes grados y niveles de profundidad. Éstos incluyen todo tipo de conocimiento, por supuesto; no sólo el de orden científico-técnico.
La riqueza del tema de estudio me ha conducido, paulatina y fundamentalmente, a lo largo de la fructífera experiencia del trabajo colectivo, a la necesidad de buscar la convergencia interdisciplinaria o transdisciplinaria. Ha sido así como mi trabajo de investigación se ha enriquecido, particularmente durante los últimos diez años de mi vida académica, con el enfoque que proporciona la historia social de la ciencia y la tecnología.
A partir de mi propia experiencia formativa, la sociológica —adicionada ahora con la histórica—, el enfoque que he aplicado en mis más recientes trabajos de investigación y que pretendo mantener en el que aquí presento, parte de una doble búsqueda. Por un lado, vincular las concepciones teóricas con las herramientas que proporcionan, fundamentalmente, ambas disciplinas. Por el otro, mediante la colaboración de investigadores de otros campos de estudio, incorporar sus propios enfoques en relación con la construcción de la ciencia y la técnica en diferentes espacios temporales. Es así como la perspectiva teórica y la metodológica se amplía al considerar y trabajar conjuntamente. Ha sido también así como mi inicial línea de investigación se ha expandido y ahora ha incorporado el ingrediente dinámico al renombrarla: el perfil de la actividad científica-tecnológica y de los científicos en México: pasado y presente.
La participación de especialistas en diferentes campos de la historia de la ciencia ha hecho posible la constitución de un ámbito de trabajo y discusión: el Seminario Permanente Interdisciplinario e Interinstitucional de Ciencia y Tecnología. En su seno nos ha sido posible (a partir de asumir y aceptar la discusión, la crítica constructiva y las diferencias disciplinarias y teórico metodológicas) concretar diversas investigaciones individuales y colectivas que, paulatinamente, han enriquecido el campo de estudio sobre la ciencia y la tecnología en esta nueva búsqueda de trabajo colectivo.
En dicho contexto académico han madurado varios de nuestros proyectos de investigación. Asimismo, han podido ver su culminación gracias al financiamiento que otorga el Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Infraestructura Tecnológica (PAPIIT) que la Universidad Nacional Autónoma de México instrumenta mediante su Dirección General de Asuntos del Personal Académico. La obra que aquí presentamos es uno más de esos resultados inscritos en el proyecto: Personajes y Escenarios en la Construcción de la Actividad Científica en México.
En el planteamiento protocolario de esa investigación, partimos de cumplir un objetivo central: contribuir a la determinación del proceso socio-histórico nacional de construcción de las actividades científicas y tecnológicas que forman y conforman un sector de la cultura mexicana. Sin duda que sus expresiones particulares y quienes las producen contribuyen a perfilar la integración nacional y, al mismo tiempo, a situarse en un marco más amplio, el que confiere la universalidad de la ciencia y la tecnología.
Para lograr este objetivo, lo particularizamos en un segundo que, a su vez, se despliega en dos subobjetivos.
1.- La elaboración de estudios socio-históricos sobre personajes que han participado en la construcción del conocimiento científico-técnico nacional, tanto en escenarios específicos espacio-temporales como en diferentes niveles de profundidad sociológica. Los estudios de dichos actores cubren dos conjuntos de personajes: a) los científicos y técnicos, y b) los exploradores, misioneros y gobernantes, quienes desarrollaron sus quehaceres en los territorios septentrionales novohispanos. El vínculo que enlaza a los dos grupos se da por su inserción en un proceso de paulatina integración nacional; su justificación procede de intereses académicos particulares y antecedentes de investigación de los participantes en el grupo de trabajo.
1.1.- Los estudios de los científicos-técnicos se enmarcan en escenarios temporales que permiten justificar los diferentes escalonamientos de organización social en que se insertan sus actores. Investigamos sus actividades a partir de la conformación de la jerarquía social representada por los estamentos científico-técnicos, agrupación característica de los dos primeros siglos novo- hispanos. Hemos investigado ampliamente este tipo de ordenamiento social en proyectos anteriores al presente; en ellos hemos podido establecer la existencia de tres estamentos que agruparon a quienes se dedicaron a la academia, las artes y los saberes científico-técnicos, actividades conocidas y determinadas por nosotros a partir de las publicaciones que sus integrantes nos legaron y del desarrollo de sus vidas profesionales. De acuerdo con nuestros antecedentes de investigación, los tres estamentos fueron: el de los letrados; el de los médicos y cirujanos, y el de los astrónomos-astrólogos, matemáticos y técnicos. A partir del funcionamiento de estos agrupamientos, del natural desarrollo de sus disciplinas y de los cambios en los escenarios, paulatinamente a lo largo de los siglos XVIII, XIX y XX, se dio la transformación de los estamentos en las comunidades científicas. Sobre este proceso volveremos más adelante.
1.2.- Los estudios de los personajes del Septentrión (quienes participaron en el proceso de integración sociopolítica y cultural de los territorios fronterizos novohispanos, que se enmarcan en el actual proyecto de investigación), han quedado insertos en un escenario espacio-temporal particular. Su límite cronológico corresponde al siglo XVIII, y su ámbito espacial cubre las dos provincias novohispanas que hasta ahora estaban pendientes de considerar: la Provincia de Sonora y Sinaloa, y Las Californias. Los personajes que fueron seleccionados en este subproyecto son representativos de los mecanismos que contribuyeron a dicha integración territorial: el conocimiento y reconocimiento de territorios, de recursos naturales y humanos, así como de poblamiento español e indígena. Tales procesos fueron realizados, fundamentalmente, por los gobernadores, quienes tenían a su cargo la instrumentación de las políticas centrales, que buscaban la extensión, la integración territorial y el poblamiento como medida de afianzamiento de los establecimientos de la Corona. Este segundo apartado de nuestro proyecto central ha sido también cubierto en nuestro compromiso de trabajo; sin embargo, al no constituir objeto de la presente obra, no insistimos más sobre el tema. [1]
II MARCO CONCEPTUAL
A partir de los antecedentes teórico-metodológicos de investigación para el presente proyecto, nuestra hipótesis –la cual buscamos comprobar con este conjunto de trabajos- quedó así formulada:
La construcción del conocimiento, en sus diferenciales niveles de profundidad y jerarquización, se enmarca en escenarios espacio-temporales sujetos a escalonamientos de organización y estructura sociales. En ellos se insertan los productores de conocimiento, actores o personajes quienes, mediante sus aportaciones, han contribuido –de manera genérica- al proceso de paulatina integración de una ciencia y técnica nacionales que paso del estamento profesional u ocupacional a la comunidad científica.
Tal hipótesis parte de un marco conceptual que justifica la existencia de organizaciones sociales jerarquizadas dentro de las cuales se desempeñaron los científicos y los técnicos que figuraron en diferentes escenarios novohispanos y del México independiente. Se trata de un tema ampliamente desarrollado en otros trabajos de quien presenta éste. Por ello, aquí nos limitamos a proporcionar un resumen de sus elementos teóricos, así como los rasgos característicos de cada uno de sus escalonamientos sociales. Esperamos que con ello el lector podrá apreciar mejor cada uno de los trabajos que conforman esta obra.
El tratamiento de los conceptos “estamento” y “comunidad científica” con una perspectiva moderna proviene, inicialmente, de los sociólogos clásicos del siglo XIX. Sin embargo, el empleo y aceptación social de la primera de esas categorías se remonta a siglos anteriores. Con estricto sentido etimológico, se rastrea su uso en el español a los primeros años del siglo XVII, [2] con claro antecedente en el catalán.
La conceptualización aceptada en nuestra línea de investigación parte de la consulta y análisis comparativo de los aportes sociológicos de Max Weber y Hans Freyer con los de José Antonio Maravall. A partir de este ejercicio teórico, comprobamos –desde nuestra perspectiva socio-histórica- que los planteamientos de Maravall son mucho más amplios y precisos; asimismo, se hallan inmersos en el contexto español de los siglos XVI y XVII, el que finalmente interesa a nuestro plano espacio-temporal.
La conceptualización de “comunidad científica” ha sido objeto de un tratamiento más amplio, pero no por eso más preciso que el de “estamento”; para precisarla, es indispensable partir del conocimiento de su primer término: “comunidad”. No hay duda de que una formulación y distinción del mismo se inscribe también en la Sociología, si bien en el transcurso del proceso de su conformación haya recibido aportes de otras disciplinas, particularmente de la Filosofía y la Antropología. Sin embargo, el término siempre ha estado en uso con una connotación social y política en las sociedades hispanohablantes, derivado de la rica tradición latina. Los padres de la Sociología y los sociólogos clásicos son quienes, preferentemente, se han ocupado de su tratamiento. Dos de ellos, Ferdinand Tönnies y Max Weber [3] -si bien desde perspectivas diferentes- coinciden en algunos puntos, especialmente en la consideración de la presencia de factores psicológicos o afectivos como parte constituyente de la comunidad. En Weber “lo social” reviste la mayor importancia, ya que en los componentes de la definición del término interviene siempre lo plural, lo colectivo, la vinculación con los otros. El autor alemán tampoco descarta la posibilidad de que en “la comunidad” se esté en camino de superar lo arraigado, espontáneo y relativamente inconsciente por lo racional, motivado en valores o en fines; empero, en todos los casos, siempre se presenta el componente subjetivo que conduce a los partícipes en “la comunidad” a la búsqueda o constitución de un todo.
El sociólogo francés Émile Durkheim coincide con los dos autores anteriores, tanto en el plano de lo afectivo como en el de lo social. Para él, en la formación de “la comunidad” está implícita la presencia de una relación social que lleva en sí una conducta plural. El componente principal y constitutivo de su planteamiento queda representado por una acción social, que se orienta por las acciones de otros, quienes pueden ser conocidos e individualizados o bien construir una indeterminada pluralidad de individuos completamente desconocidos entre sí. El complemento de la concepción durkheimiana establece que esa acción social se halla determinada por principios vinculados con lo afectivo y lo tradicional, por lo general espontáneos, arraigados y con escasa participación de acciones que racionalmente pretendan la obtención de fines específicos.
Durkheim y Weber introducen entre las formas de solidaridad social el componente de la solidaridad orgánica, basado en la división del trabajo, el cual determina que cada individuo posee su propia esfera de acción en la sociedad en vinculación con el todo, pero manteniendo lo subjetivo.
En la trayectoria de las conceptualizaciones clásicas sobre “comunidad”, los estudios contemporáneos las retoman para aplicarlas al ámbito de lo científico, en estrecha vinculación con la concepción ideológica de la autonomía, la libertad y el autogobierno de la ciencia. A partir de la formulación teórica del término “comunidad científica” por parte de los científicos humanistas y los subsecuentes aportes sociológicos, [4] se le adjudican los rasgos distintivos con los que se maneja en la actualidad, especialmente en las sociedades que cuentan con un alto desarrollo científico-tecnológico y que son:
1) un principio de autoridad que se ubica, precisamente, en esa comunidad. Es dentro de ella en donde se realiza, se juzga y se valora toda actividad científica, sin permitir ningún tipo de intromisión externa;
2) la existencia de, y el compartir, un sistema de creencias acerca de la ciencia;
3) la importancia que reviste el papel social de la actividad científica y que se manifiesta por la existencia de un patrón de conductas, sentimientos y motivaciones concebidos como unidades de interacción social, que entraña el reconocimiento o legitimación de esa actividad por parte del resto o cuando menos de una parte de la sociedad en que se realiza.
Frente a tales rasgos distintivos de la estructura de “la comunidad científica”, los esenciales que corresponden al “estamento” radican en:
1) el hecho de que cada uno de sus miembros no se perfila como individuo en su singularidad, sino en lo colectivo, en su pertenencia, su participación y posición del estamento determina, a su vez, el lugar y papel social de cada miembro, pero no en virtud de su individualidad, sino de la colectividad; y
2) cada estamento aparece como una esfera delimitada a cuyo interior paulatinamente se imponen, se comparten y fijan, por consenso:
a) el papel social que determina las funciones conservadoras que cada miembro ejerce;
b) los valores de integración al todo mediante la preferencia a un mismo estatus en el que se comparte un mismo sistema de conocimientos, y
c) las retribuciones compensatorias acordes con el ejercicio de las funciones asignadas para el provecho colectivo.
Si bien en ambas estructuras organizacionales las semejanzas en los rasgos externos de comportamiento, función y posiciones sociales de sus miembros permitirán considerarlas afines, es evidente que una diferencia de fondo las mantiene separadas y que señala, probablemente, hacia dos etapas o niveles de un mismo tipo de organización social; mientras tanto, en “la comunidad científica” se conserva y respeta la individualidad o subjetividad (sea espontánea o racional), y su ejercicio se constituye en un rasgo fundamental del ámbito de lo colectivo. En el “estamento” priva la situación contraria: el lugar, la posición y la función sociales de sus miembros están predeterminados y fijados por el provecho colectivo sobre el individual. Dicho rasgo fundamental del “estamento” limita el surgimiento de una independencia y autonomía de la estructura, que construye y conforma la característica esencial de “la comunidad científica”.
Será a partir del momento histórico en que lo individual o subjetivo adquiere prioridad sobre lo colectivo cuando cada “estamento” puede superar esa fase de su desarrollo como estructura social y pasar a conformar una organización independiente del contexto colectivo en que se desenvolvía y, con ello, adquirir el rasgo distintivo de la “comunidad científica”. Desde luego, este transitar hacia una nueva fase organizacional y jerarquizada no se produce, como ningún cambio social, de manera tajante y definitiva. Paulatinamente aparecerán rasgos distintivos de la siguiente fase del proceso, y así los “estamentos profesionales, ocupacionales o científicos” inician su transformación en “comunidad científica”; en este sentido, queda claro que en el proceso se produzcan y localicen situaciones, momentos y escenarios en los cuales coexisten en un momento dado y gradualmente se transforman y funden, por efecto de la influencia del contexto social, en los característicos de la siguiente fase. Lo anterior indica, desde nuestra perspectiva teórica, la presencia de etapas sucesivas en la ordenación y construcción de la ciencia y la técnica en la Nueva España de los siglos XVI, XVII y XVIII, como durante el México independiente; con ello, dicho proceso adquiere el carácter dinámico de toda estructura que se genera, modela, conforma y transforma en vinculación con el entorno social y que –como tal- no puede ser considerada un producto acabado, in vitro, sino siempre cambiante, en constante rehacerse, in fieri.
A partir de este marco conceptual hemos podido conjuntar un nuevo aporte para la construcción de la ciencia colonial y del México independiente. El escenario ha quedado limitado al núcleo de quienes se desarrollaron en un área de conocimiento que cubre el ordenamiento inicial de los astrónomos-astrólogos-matemáticos y técnicos y que, con el paso del tiempo, dio cabida a los ingenieros. Los espacios temporales abarcan el siglo XVII, con dos estudios sobre personajes representativos de las corrientes imperantes en el escenario novohispano: Gabriel López de Bonilla, astrónomo-astrólogo en la conservadora tradición escolástica y autor de varios números anuales de Pronósticos, uno de ellos localizado por la autora del trabajo y que incluimos aquí en una reproducción inédita del original. [5] Como contraparte de López Bonilla consideramos al mercedario fray Diego Rodríguez: matemático, astrónomo-astrólogo, representante de la corriente innovadora y precursor de una incipiente y aun titubeante comunidad científica. [6] El siglo XVIII está representado por una notable astrónoma-astróloga: doña Francisca Gonzaga de el Castillo, quien –si bien aún aplicaba el enfoque conservador que prevaleció a lo largo del siglo XVII-, participó con un grupo de personajes en la elaboración de Pronósticos o Efemérides. Es el único caso, hasta ahora descubierto, de una mujer dedicada a esa actividad y, sobre todo, de quien la responsable de su estudio ha podido rescatar, analizar e incluir en esta obra, por primera vez, una reproducción completa del original de su publicación anual. [7]
Este primer conjunto de personajes coloniales (todos ellos aún inmersos en la conformación de la jerarquía estamentaria) sirve de punto de partida para la expansión del desarrollo disciplinario de subsecuentes espacios temporales, desde la etapa ilustrada hasta el México postindependiente. El primero de ellos ha quedado representado por la consideración y estudio de tres generaciones del muy interesante grupo familiar de los García Conde; en el conjunto de personajes que integraron esa familia se dio la estrecha y frecuente vinculación entre la actividad militar y el saber científico en el campo de la ingeniería. Sin duda la familia García conde se caracterizó por un cuádruple vínculo entre sus miembros: el del ejército militar, el del saber en el campo de las ingenierías, el de un ejercicio político (preponderantemente en la región septentrional de Sonora y Chihuahua), y el de una vocación u ocupación política liberal. [8]
El penúltimo trabajo incluido en el libro estudia a José Salazar Ilarregui como personaje central de la Comisión de Límites Mexicana y a dos de sus colaboradores, Francisco Jiménez y Agustín Díaz. [9] El último de los trabajos fue dedicado a la figura de Francisco Díaz Covarrubias. [10] Ambos se enmarcan en un escenario diferente, que corresponde a uno de los periodos más críticos de nuestra historia. Se trata del lapso durante el cual el país perdió gran parte de sus territorios norteños y, como consecuencia, tuvo que fijar nuevos límites geográficos, sufrió las crueles invasiones de potencias extranjeras, vivió un gobierno imperial y logró recobrar su nacionalismo y Estado de Derecho para iniciar su reorganización nacional. Bajo circunstancias políticas y sociales adversas (las cuales, en ocasiones, repercutieron en situaciones individuales de una enorme injusticia social), aquellos hombres de ciencia de la época fueron capaces de sentar las bases del crecimiento e institucionalización de sus respectivas comunidades científicas.
III ACERCA DEL ESTAMENTO DE LOS ASTRÓNOMOS-ASTRÓLOGOS-TÉCNICOS
A lo largo del escenario que se desplegó en la España del siglo XVI, la importancia que adquirió una nueva valoración de la técnica constituyó el paso indispensable para el desarrollo de los saberes y las artes vinculadas con la observación y la experiencia y, en cierta manera, hacia una incipiente superación del escolasticismo. Esta valoración de la técnica redundó en otorgarle un prestigio social que hasta ese momento le había sido poco reconocido. Los más preclaros representantes del mundo intelectual español de la primera mitad del siglo XVI (la mayoría de ellos inmersos en la corriente del humanismo renacentista) habían ya enfrentado la crisis del criterio de autoridad al comprobar en los clásicos las lagunas y contradicciones que demostraba la ya para entonces prevaleciente observación de la realidad. El proceso que representó el estudio y análisis de los textos clásicos –depuradas sus traducciones e interpretaciones medievales y confrontadas con la realidad circundante- condujo a hacer un replanteamiento de las autoridades hasta entonces respetadas y vigentes; con ello, lograron cimentarse las bases del conocimiento científico. Sin duda que, como afirma López Piñero [11] España se incorporó plenamente (durante la primera mitad del siglo XVI) al programa humanístico de corte renacentista en el desarrollo científico; ejemplo de ello: la actividad de un Lebrija y de muchos de sus contemporáneos que aplicaron las nuevas corrientes a las cátedras de Medicina y de varias artes. Sin embargo, la otra corriente imperante en la misma época, la del conservadurismo escolástico que se ha denominado “escolasticismo arabizado”, conservó una fuerte influencia que acabaría por imponerse a partir de la crisis política y económica-social de principios de la segunda mitad del siglo XVI. Perduró, como es conocido, a lo largo del siglo XVII, y convirtió a la sociedad española (y, consecuentemente, a las de sus posiciones ultramarinas) en el escenario por excelencia del neoescolasticismo contrarreformista.
De acuerdo con López Piñero, si bien llego a darse esta prevalencia de la corriente conservadora en el enfoque y desarrollo de los saberes y las artes, al mismo tiempo se entronizó en la cultura española esa rica valoración positiva de la técnica y la empiria. Sin duda que los adelantos en las artes de navegación, y sus inmediatos resultados en la exploración geográfica, contribuyeron grandemente a que la sociedad española y sus subsidiarias americanas concedieran prestigio social y científico a las artes que les permitían resolver o buscar solución a muchos de los problemas de sus particulares escenarios socioeconómicos. Fue el caso de las actividades centrales de letrados y técnicos del siglo XVII en la Nueva España, quienes se dieron a las tareas de instrumentar soluciones científico-técnicas a la problemática social del desagüe del Valle de México.
Si bien el prestigio de lo práctico quedó manifiesto en las publicaciones y actividades de médicos, navegantes, ingenieros, astrónomos, geógrafos y cosmógrafos, militares y técnicos metalurgistas, todos ellos destacaron de diversas maneras la eficacia de la técnica basada en conocimientos teóricos frente a una práctica meramente empírica. Fue la constante que surgió en esta nueva valoración de la técnica y que repetidamente encontramos presente en los trabajos y actividades de los miembros de los estamentos profesionales. Junto a ella se produjo una exaltación de lo moderno frente a lo antiguo y, por tanto, la aparición de las primeras manifestaciones claras de la idea del progreso. Sin duda que la capacidad técnica había dado sus frutos. El hecho del descubrimiento de América contribuyó grandemente para probar la superioridad del hombre moderno respecto de los modelos clásicos. El enfrentamiento contra las realidades americanas y los problemas prácticos que presentaron abrió el campo para la duda y el rechazo de las conceptualizaciones clásicas, con ello, se dio una inversión de los juicios de valoración histórica. Quienes tuvieron la oportunidad de enfrentarse a ese nuevo mundo y dar a conocer sus realidades, proporcionaron los elementos para ordenar la presencia de los nuevos hechos en una visión dinámica de la Historia, ya imbuida con un claro sentido de progreso. Fueron los avances en la navegación a partir de los conocimientos astronómicos y cosmográficos uno de los elementos que contribuyeron a ese desarrollo de la idea de “progreso” y, con ella, de un nuevo concepto del mundo. Uno de los preclaros representantes del espacio temporal, el tratadista náutico pedro Medina, apunta en uno de sus textos la idea –ya típicamente moderna- de que la técnica humana ha sido capaz de superar a la Naturaleza.
Tal idea de progreso condujo también al reconocimiento de una superioridad no sólo en el plano de la técnica, sino en el del pensamiento científico. Fue así como, a partir de la observación de nuevas realidades, se planteó la superación de los postulados antiguos y la situación paulatina del principio de autoridad de los clásicos como criterio científico por la experiencia y la razón personales. Esta superación se produjo en dos fases. La primera, por medio de un estudio descriptivo de los hechos y cuestiones desconocidos para los clásicos, sin enfrentamiento con las posiciones tradicionales pero sí con una ya clara conciencia de las diferencias e ignorancias. De este primer plano descriptivo, mediante la acumulación de observaciones de la realidad, paulatinamente, se paso a la fase interpretativa, a menudo ya en confrontación abierta con las doctrinas tradicionales. La consecuencia inmediata fue un enfrentamiento directo que llevó a rectificaciones y críticas a los clásicos en materias de las que ellos ya se habían ocupado. En el fondo de estas actitudes que, desde luego, sucedieron en los espacios temporales de los siglos XVI y parte del XVII, estaba presente y actuante la fundamentación empirista, el uso sistemático de la comprobación directa y objetiva de los hechos que asumió –a su vez- diferentes niveles de aproximación. Uno de ellos fue la experiencia matematizada de diversas maneras, especialmente en la cuantificación prevaleciente en las observaciones astronómicas. Algunas de ellas (con la medición del paralaje de las novas o la información cuantitativa de las observaciones simultáneas de eclipses en España y América) conducirán a la crítica dirigida a las doctrinas clásicas y a la disponibilidad de medidas relativamente más exactas de la geografía del Nuevo Mundo. La intervención del conocimiento proveniente de la experiencia –mediante las diferentes vías que adoptó-, y con base en una teoría, condujo a lo que Maravall ha llamado “afirmación de la razón, es decir a que la razón humana fuera adquiriendo autonomía y suficiencia frente a la sumisión de los clásicos”. [12] Esta afirmación se constituyó, por supuesto, en condición indispensable para que se planteara la crisis epistemológica que conduciría a la revolución científica del siglo XVII europeo y de un bastante retardado despertar español y americano.
En el campo de la empiria y aplicación de conocimientos teóricos a la solución de problemas o situaciones específicas, los diversos saberes y artes adquirieron, desde luego, sus propias modalidades. En el área general que primero interesa a esta obra, la base del desarrollo de la astronomía-astrología estuvo fincada en el conocimiento de los astros. Junto al arte de navegar, el pronóstico astrológico constituyó una de las más importantes aplicaciones de ese conocimiento astronómico. La difusión que adquirieron las publicaciones que pretendían dar a conocer, como lo establece el subtítulo de uno de estas obras, “los efectos que se esperaban, según las configuraciones de los planetas y las estrellas”, [13] fue especialmente importante durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Durante ese tiempo, la aparición de los Pronósticos en sus diferentes variantes y denominaciones fue no sólo práctica usual de los astrónomos-astrólogos, sino también requerimiento de consumo académico y popular. Estas publicaciones reunían la discusión teórica con la observación astronómica y en muchas de ellas, no sólo aparece el dato previsor: también se incluyen discusiones científicas e interesantes observaciones astronómicas. [14]
El género más popular de esta literatura astronómica-astrológica fue el Pronóstico, que relacionaba la medicina, la agricultura y la navegación con el calendario civil y el eclesiástico, así como con diferentes aspectos de teorología y de fenómenos astronómicos. Con frecuencia se le llama también Lunario, por su relación con los movimientos de la Luna o Repertorio de los tiempos, ya que daban a conocer cómo se modificaban estos tiempos según las horas del día, los meses del año, los nueve “cielos” y los signos del Zodíaco. Efemérides era otra de sus denominaciones, dada su vinculación con las fiestas fundamentalmente religiosas. Su periodicidad era anual, se confeccionaban de un año para otro y la pertinencia con la que aparecían estaba determinada por la aceptación de su contenido por parte de la instancia de control religioso: el Santo Tribunal de la Inquisición. Por ello, los autores de dichas publicaciones –como hemos señalado-, de amplia difusión social, tuvieron siempre particular cuidado en descartar de sus obras la llamada “astrología judiciaria”, determinista, rigurosamente perseguida por la Iglesia; se le consideraba peligrosa y subversiva, que se enfrentaba con la aceptada y académica astrología, la cual respetaba el libre albedrío y “los casos fortuitos que han de acontecer”. Sus representantes quedaron preferentemente vinculados con la vida académica, y sus trabajos de índole pronostical pasaron a formar parte de su actividad profesional, ya que aparte de constituir una práctica lucrativa que se traducía en un buen ingreso adicional, les proporcionaba renombre, prestigio y estatus social. La casi totalidad de quienes participaron en el estamento de los astrónomos-astrólogos de la sociedad española y la novohispana fueron autores, en algún momento de su vida profesional, de Pronósticos, Lunarios, Repertorios o Efemérides.
La gran mayoría de ellos –adicionalmente a está práctica de ampliación de conocimientos teóricos a la previsión de acontecimientos- participaron en otras actividades afines a su preparación astronómica, médica o matemática. Así, entre los personajes que aquí presentamos, se conoce, para López de Bonilla, la publicación de otro texto que contiene interpretación astronómica sobre la influencia de los cometas, y particularmente del que apareció en 1653.1654. [15] Tiene el valor añadido de haber sido el propio López de Bonilla quien calculó su aparición; pero mantiene una clara y abierta posición tradicionalista que enumera y justifica los efectos nocivos del fenómeno astronómico sobre la salud de los seres humanos y de las sociedades. El autor concede a los cometas la categoría de “emisarios celestes y divinos”, anunciadores de accidentes naturales que sin duda habían ocurrido a todo lo largo de la historia de la humanidad y que habían sido claramente expuestos por los clásicos. López de Bonilla no es aún capaz (como lo será Sigüenza y Góngora unas tres décadas más adelante) de sacudirse la fuerte influencia ejercida por el criterio de infalibilidad de los clásicos, como tampoco de relacionar esa influencia de los cometas con su propio contexto social. Así, el autor aquí tratado no menciona en absoluto los efectos adversos del cometa en la realidad novohispana. A pesar de sus limitaciones epistemológicas y su indudable posición escolasticista, no deja de incluir en este trabajo astronómico la vertiente teórica; desde luego, a partir de su particular y tradicional perspectiva epistémica. Tendrán que transcurrir algunas decenas de años y, con ellos, dar un primer paso hacia el modernismo, para que en la nueva España se entable una de las primeras polémicas científicas, precisamente sobre la influencia de los cometas en la salud individual y colectiva, así como en la aparición de desastres. De todos es conocida la controversia entre las posiciones tradicionalistas de Eusebio francisco Kino, Joseph Escobar y Salmerón de Castro, José de Olivier, y la avanzada y revolucionaria de don Carlos de Sigüenza y Góngora. Sin duda fue una de las primeras manifestaciones del inicio de una comunidad científica: la discusión entre los miembros de un mismo o similar grupo profesional. Sin embargo, esta interesante e importante circunstancia en el desarrollo de la ciencia mexicana, no constituye parte del trabajo que aquí presentamos, razón por la cual no nos adentramos en el tema. Tan sólo resulta conveniente asentar la larga permanencia de las corrientes científicas academicistas y tradicionalistas en el campo de la astronomía-astrología, ya que la obra de Salmerón de Castro es una clara y abierta reproducción de la de López de Bonilla; la única contribución de Salmerón consistió en haber introducido referencias particulares a la Nueva España. La importancia de la participación de Kino es también conocida; la posición tradicionalista del jesuita frente a la presencia del cometa fue la que motivó a Sigüenza a sacar a la luz su respuesta en su conocida Libra astronómica.
Fray Diego Rodríguez (el segundo de los autores al que dedicamos un trabajo en la primera sección de la presente obra), si bien se dedicó abiertamente –pero también bajo seudónimo- a la publicación de Pronósticos, centró gran parte de su actividad académica en obras de indiscutible valor teórico; alguna de ellas muestra ya una perspectiva de relativo adelanto modernizador. Gracias a la investigación sobre este personaje, hemos podido confirmar su participación y aportaciones tanto en el campo teórico (específicamente, el de la matemática y la astronomía) como en el práctico a partir de la construcción de relojes y del cambio de las campanas de la iglesia catedral de la Ciudad de México. Fray Diego, como claro representante del estamento de astrónomos-astrólogos-matemáticos, asumió la posición de los hombres de ciencia, que buscaban esa vinculación entre la teoría y la práctica con una muy clara valoración positiva de los aportes técnicos. Adicionalmente, destaca en la historia de la ciencia mexicana como impulsor de una incipiente comunidad científica. Son conocidos su fomento y participación en la celebración de reuniones académicas; y las célebres tertulias en el ámbito de su convento mercedario constituyeron, sin duda alguna, una de las modalidades que años más adelante caracterizarían a las comunidades científicas. Sus actividades y su trayectoria de vida profesional constituyen un puente entre las corrientes tradicionalistas de fuerte cuño escolástico y el despertar paulatino de la aceptación de la línea de pensamiento modernizadora. No en balde se ha reconocido a fray Diego como el maestro de Sigüenza y Góngora, pese a que no se cuenta con documentación que lo avale,
El tercer personaje que forma parte de este trabajo en el escenario que corresponde al espacio temporal novohispano, la astrónoma-astróloga doña Francisca Gonzaga de el Castillo, constituye, desde luego, excepción en su comportamiento y participación científica. No nos queda duda de que su condición de mujer en un contexto social y académico de total exclusión del sexo femenino, explica el que de doña Francisca sólo conozcamos una obra. Si publicó (como la mayoría de los autores de Pronósticos) más de una de estas modalidades de conocimiento, no ha sido detectada; como tampoco, a pesar de los muchos esfuerzos de la autora, información precisa sobre su vida y trayectoria profesional. Parecería, según palabras de la autora de su estudio, “un fantasma que sólo nos dejó una huella de su tránsito”; pero el solo hecho de haber sido capaz de sacar a la luz una obra de las características de sus Ephemeris, da cuenta de la enorme demanda social de estas publicaciones y de la existencia de diversos autores, quienes, a lo largo del siglo XVII y parte del XVIII, continúan en la tradición de producir dichos trabajos, los cuales resultaban atractivos incluso a la inquietud femenina y eran aceptados y permitidos por las instancias de control religioso, que no discriminó la autoría en función de la condición de sexo. Si bien doña Francisca se singularizó como autora, su obra no va más allá del enfoque tradicional que prevaleció durante el siglo XVII y que, en ese difícil y largo trayecto del cambio de corrientes de pensamiento, se alargó —cuando menos en su caso— hasta mediados del siglo XVIII. No queda duda alguna del valor documental e histórico que reviste la exhaustiva investigación realizada sobre esta mujer; especialmente debido a que, hasta la fecha, no ha sido descubierta ninguna otra autora de obra astrológica-astronómica en la época colonial, como tampoco en etapas sucesivas de la historia de la ciencia y la técnica mexicanas.
IV. EL CAMINO DEL ESTAMENTO DE LOS ASTRÓNOMOS-ASTRÓLOGOS-TÉCNICOS A LA COMUNIDAD DE LOS INGENIEROS
Los escenarios sociales, el desarrollo relativo de los saberes y artes y, principalmente, la presencia —en un momento dado— del predominio de la individualidad o subjetividad (espontánea o racional) sobre lo colectivo, ocurrirán cuando el estamento, como primera etapa de organización social, pase a ser considerado como organización independiente del contexto social colectivo en que se desenvolvía; así, adquirirá, paulatinamente, el rasgo distintivo fundamental de la comunidad científica: su independencia. Sin duda, ya para finales del siglo XVII, en el contexto académico de la Nueva España se identifican —si bien aún esporádicamente— dos características propias de una comunidad científica: la controversia entre los puntos de vista e interpretaciones de varios autores del estamento que aquí estudiamos y la crítica u sus respectivos trabajos científicos. Estos dos aspectos señalan hacia la configuración del pensamiento individualizado con preponderancia del raciocinio sobre la espontaneidad; ello permite, durante el siglo XVII, sólo a ciertos y destacados personajes, enfrentarse y sobreponerse al sistema epistémico que les había sido impuesto estamentariamente. La confirmación de la existencia de estas modalidades del quehacer científico-técnico (ejemplificadas fundamentalmente en la obra de fray Diego), permite sustentar la hipótesis de que a partir de finales del siglo XVII se encuentran los rasgos que permitirán, lentamente, que los estamentos ocupacionales inicien su camino de transformación hacia una comunidad científica. No cabe duda de que, durante este periodo y gran parte del siguiente siglo, coexistieron las dos etapas de la organización social científico-técnica. Así, junto a la arraigada jerarquía estamental (Francisca Gonzaga de el Castillo como ejemplo), las comunidades —especialmente en ciertos campos de la actividad técnica— se fortalecieron.
Claro ejemplo del transitar hacia esta nueva etapa de organización queda ilustrado en el interesante trabajo sobre un grupo de la milicia y su vinculación con el saber técnico: los miembros de la familia García Conde. Sus dos primeros representantes fueron los ilustrados: coroneles don Alejo y su hermano don Diego. Como segunda generación aparecen, por un lado, tres de los hijos del primer García Conde: el segundo, de nombre Alejo, y sus hermanos menores, Francisco y Pedro. Todos eran novohispanos y, como su padre, militares de carrera; seguidores del movimiento independentista, tuvieron como espacio geográfico de sus acciones militares y científicas, predominantemente el septentrión de la Nueva España. Por el otro lado, tenemos a José María, hijo de un primer matrimonio de don Diego; como sus primos, también era militar, pero con fuerte inclinación política. La tercera generación de los García Conde —cuyo espacio temporal son los años de la segunda mitad del siglo XIX-— tiene en esta revisión interpretativa de una familia militar-científica dos personajes destacados. El tercer Alejo, nieto del fundador del tronco familiar del mismo nombre, se distingue de su rama parental por el hecho de haberse dedicado a la medicina en lugar de a la ingeniería; pero se vincula con sus antepasados por su incorporación como médico cirujano al ejército. Finalmente, otro nieto del primer Alejo fue Agustín, quien —al igual que sus familiares— se formó en la milicia como estudiante del Colegio Militar, y más tarde como uno de sus profesores en el área de la ingeniería civil; sin embargo, al parecer, nunca llegó a ser miembro activo del ejército.
Sin una incipiente comunidad técnica en la cual la solidaridad orgánica se basa en la división del trabajo que determina el que cada individuo posee su propia esfera de acción en la sociedad (si bien en vinculación con el todo, pero ya con independencia de la subjetividad), no se explica la participación de tres generaciones de especialistas en el campo del saber de la ingeniería. Sin embargo, no debemos dejar de considerar que en ese camino hacia la plena conformación de la comunidad, ciertas características del estamento siguen aún vigentes. La pertenencia de los García Conde a la milicia limita el poder encontrar en ellos una absoluta subjetividad; aunque pudieron haber compartido un sistema de creencias acerca de la disciplina en que trabajaban, el fuerte control colectivo del cuerpo militar no dejaba de asumir características estamentales. Dentro de la milicia, los valores de integración al todo mediante la pertenencia a un mismo estrato social así como el requerimiento de fiel obediencia a los mandatos colectivos, fluctúan entre los parámetros estamentales de beneficio colectivo y aquellos de la comunidad que, sin olvidar el todo, hacen especial hincapié en el individuo.
Uno de los rasgos esenciales de la comunidad científica, bajo la moderna perspectiva conceptual de este tipo de organización social, consiste en llevar en sí un principio de autoridad que radica precisamente en esa comunidad. En ella es donde se realiza, se juzga y se valora toda actividad científica sin permitir la interferencia externa. Son los miembros de la comunidad quienes—además de hacer prevalecer lo subjetivo sobre lo colectivo—, mediante la autonomía de su pensamiento, propugnan, propician y mantienen su independencia científica o técnica (o ambas) y el desempeño de sus papeles sociales frente a otros sectores de la sociedad. En el escenario que cobijó la actividad de los científicos Salazar llarregui, Francisco Jiménez y Agustín Díaz, así como del ingeniero Francisco Díaz Covarrubias, este rasgo distintivo de la comunidad científica faltaba aún por delinearse. En sus respectivos escenarios, la actividad científica y tecnológica que desarrollaron estaba ligada —en buena medida— a las situaciones políticas de la nación. Los hombres de ciencia y los técnicos que se estudian en los dos últimos capítulos de esta obra —ante la constante adversidad representada por las fuertes pugnas en las que se desgarraba la nación— levantaron su voz y dirigieron sus acciones para sostener un proyecto de desarrollo de su quehacer científico-técnico. Fueron capaces de sostener, con enormes esfuerzos, sacrificios personales, terquedad inquebrantable y aprovechamiento de las mejores coyunturas, el mantenimiento y desarrollo de sus comunidades ocupacionales y de las instituciones que los cobijaron.
En el caso particular de Salazar llarregui, eficaz director de la Comisión de Límites, tuvo que enfrentar estoicamente la injusticia política por atreverse a señalar el grave abandono del gobierno a las tareas de la Comisión y continuar —después de un inmerecido castigo a su justo reclamo— las tareas científicas que harían posible el establecimiento de nuestras fronteras norteñas. Su colaboración con el Segundo Imperio destacó, en el plano de la ciencia y la tecnología, por la enorme trascendencia de sus acciones de apoyo a una más efectiva institucionalización de diferentes dependencias científicas y educativas en diversas áreas del conocimiento. Salazar llarregui pagó su eficiente tarea científica y social con el ostracismo profesional durante 11 años de su vida. Si bien pertenecía a una ya incipiente comunidad científica cuyos integrantes, superados los odios políticos, supieron apreciar su labor pasada y le permitieron terminar su vida ejerciendo tareas científicas y docentes de importante significación social.
A lo largo de los acontecimientos sociales y políticos de la pérdida del territorio, la invasión francesa y el establecimiento del imperio, las luchas internas, el restablecimiento del orden social y el advenimiento del porfiriato, Salazar llarregui, Díaz Covarrubias y algunos de sus colegas no sólo fortalecieron la enseñanza de la minería, matemáticas, astronomía, ingeniería y cartografía: también fueron capaces de abrir paso a la institucionalización de esas disciplinas. Lo lograron mediante sus vinculaciones con el poder en sus diferentes etapas; fue ésta una de las características del núcleo científico decimonónico. Salazar llarregui y Díaz Covarrubias en especial, no sólo sostuvieron ligas con el poder político, el conservador y el liberal; también, en ocasiones, figuraron como sus destacados miembros. Supieron (sobre todo el segundo de ellos), hábil y astutamente, encauzar sus influencias y sus relaciones políticas en provecho del fomento de la práctica científica. El primero aunó a su apoyo decidido a la ciencia, una acción política de enorme beneficio social durante su trayectoria político-administrativa en Yucatán; no obstante, su activa participación en una etapa condenada de nuestra historia, redundó en un ingrato y cruel olvido de su invaluable tarea científica, de la cual esta aportación lo rescata; asimismo, pone de manifiesto la indiscutible vinculación que se dio durante la segunda mitad del siglo XIX entre el ejercicio del poder político y el de la labor científica, rasgo que impide el libre tránsito entre el estamento y la comunidad científica.
Sin embargo, y a pesar de dicha delimitante, cada uno de estos personajes participaron activamente en labores científicas teóricas y prácticas que contribuyeron de manera muy eficaz al desarrollo de sus disciplinas. Francisco Jiménez, con una muy fecunda obra impresa de carácter fundamentalmente teórico, también fue autor de mediciones astronómicas que determinaron las coordenadas geográficas de diferentes puntos del país con tal exactitud que sirvieron como referencias a lo largo del siglo XIX y gran parte del XX.
La continuada labor de estos personajes y de la comunidad de la que formaban parte rindió sus frutos más notables durante los inicios del porfiriato. Los ingenieros Francisco Díaz Covarrubias y Agustín Díaz fueron piezas clave para la modernización de la enseñanza de la ingeniería y la formación de una comunidad científica de ingenieros y astrónomos; uno de sus logros más visibles fue la fundación, por parte de Díaz Covarrubias, del primer Observatorio Astronómico de México y la transformación del vetusto Seminario de Minería en una actualizada Escuela de Ingenieros. Su contemporáneo Agustín Díaz, autor de una extensa cartografía basada en la técnica topográfica, fundó y dirigió la Comisión Geográfica Exploradora, precursora de las tareas cartográficas que ahora lleva a cabo el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI).
Sin duda que las figuras de Francisco Jiménez y de Díaz Covarrubias son las que cierran el círculo del grupo científico cuyos miembros —desde la etapa colonial— se ocuparon del saber astronómico en sus diferentes manifestaciones, ya que, a pesar de las variadas actividades de estos dos científicos, fueron fundamentalmente astrónomos. Prueba de ello fue la astuta organización de Díaz Covarrubias de la primera y gran exitosa expedición científica mexicana al extranjero para observar el tránsito de Venus por el disco solar, en la cual también participó, muy destacadamente, Jiménez.
La creación o fortalecimiento (o ambos) de instituciones, la realización de expediciones científicas y la ejecución de actividades a ellas ligadas permite un cambio radical en la organización de la ciencia mexicana en el área que nos ocupa: la astronomía, la matemática y la ingeniería. Lo hace mediante una institucionalización definitiva que modificó de manera irreversible la práctica y el pensamiento científicos en el México independiente. De aquí la importancia de la inclusión, en esta obra, de la vida y acciones de los personajes que integran los dos últimos capítulos.
A manera de conclusión de esta Presentación, retomo una característica central de los escenarios en que se desenvolvieron las organizaciones sociales de científicos y técnicos. A lo largo de los siglos XVII, XVIII y XIX, en el caso de los astrónomos-astrólogos-matemáticos-técnicos es identificable la convivencia del estamento ocupacional con una comunidad científica en diversos estadios de su conformación. Ciertas características de cada jerarquía social están presentes y se entrelazan en ciertos momentos coyunturales. Durante el siglo XVII, la crítica y la controversia científicas están presentes; pero también lo están, por un lado, la obediente y controlada pertenencia a un núcleo de cerrada estructura que somete y dicta a sus miembros sus normas, papeles y consideraciones epistemológicas. Por el otro, no hay duda de que a lo largo de los siglos XVII y XVIII los sectores externos, político y religioso, determinan las posiciones y las posibilidades de la teoría y la práctica. Los miembros del estamento no gozaron de libertad de expresión y, por supuesto, dispusieron sólo de una muy limitada de pensamiento independiente. Recordemos que los Pronósticos han llegado hasta nosotros gracias al férreo control que ejercía el Tribunal de la Santa Inquisición. Sin embargo, como queda demostrado en el estudio sobre fray Diego Rodríguez, hubo mentes que (como lo hiciera astutamente dos siglos más tarde Díaz Covarrubias) pudieron navegar y enfrentar con cautela, inteligencia y profundo deseo modernizador, las circunstancias adversas de sus respectivos escenarios sociales y políticos.
Durante el siglo XVIII, dentro del estamento prevalecen situaciones muy similares a las del siglo anterior. El trabajo de la matrona mexicana doña Francisca, es prueba irrebatible de la persistencia del pensamiento conservador. No obstante, sin duda alguna los adelantos de un Sigüenza y un Alzate son prueba irrefutable del avance modernizador, No corresponde hacer aquí análisis de ellos.
Mientras tanto, la actividad de los militares-técnicos García Conde y de algunos de los colaboradores en la Comisión de Límites Mexicana señala hacia la misma convivencia del estamento militar con la apertura hacia el pensamiento independiente y la incipiente vinculación con el sector político. Las redes entre la actividad académica y técnica de los ingenieros y su entorno político están presentes entre los miembros de este grupo familiar; la persistencia de su vocación militar es posible no sólo en función de una influencia de la familia; también, y muy particularmente, gracias a un entramado de relaciones sociales y una fuerte conformación del cuerpo militar. En él tienen acogida quienes por su pertenencia social ven en el estamento una posibilidad de desarrollo de sus potencialidades científicas y técnicas. La vinculación y dependencia del grupo que aquí nos ocupa con el sector político será una constante que se observa, muy particularmente a lo largo del turbulento siglo XIX. La conservación de las tareas científico-técnicas en la investigación y en la docencia, la modernización de dichas tareas, la estructuración de sus instituciones, la creación de los centros necesarios para el avance científico, así como la apertura e inserción en el contexto académico internacional, fueron posibles sólo gracias a la participación de sus más destacados miembros en el propio sistema político y a las posteriores relaciones que de él pudieron derivar; empero, siempre con una clara e impostergable conciencia de estar participando en la búsqueda de solución a las necesidades del país. Prueba de ello son los textos de geografía y minería de Salazar llarregui y de Agustín Díaz, la fecunda producción de Francisco Jiménez y las obras de ingeniería de Díaz Covarrubias, así como la creación de las carreras impartidas por la Escuela de Ingeniería.
Todos los logros de la actividad de ingenieros y técnicos decimonónicos son rasgos ya de una comunidad científico-tecnológica en vías de conformación, pero que aún ha de librar una ardua batalla para hacer posible, paulatinamente, su total independencia.
Cerramos esta Presentación con la insistencia en el valor que entrañan los trabajos que conforman la presente obra. Cada uno de ellos constituye una investigación original, realizada a partir de la localización, consulta y análisis de fuentes primarias y, desde luego, también de fuentes secundarias que rescatan las aportaciones de quienes nos han precedido en el trabajo de investigación. Los documentos transcritos y presentados en esta obra son aportaciones inéditas de indiscutible valor histórico. El conjunto de los aportes contribuye a una nueva perspectiva en el estudio social de la ciencia y la técnica en diferentes escenarios espacio-temporales mexicanos; al mismo tiempo, da a conocer la vida, la obra y la trayectoria profesional de personajes que individual y colectivamente constituyen pilares en la conformación de las actuales comunidades científicas cuyos miembros, en términos generales, desconocen los aportes de quienes los precedieron.
El dar a la luz este libro fue posible gracias al interés no sólo de los investigadores autores de los trabajos que lo conforman; también es fruto de las dependencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) que figuran como coeditoras: el Instituto de Geografía, el Instituto de Astronomía y el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades. Sus directivos, los doctores José Luis Palacio, José Franco y su antecesora, la doctora Silvia Peimbert, y el doctor Daniel Cazés, respectivamente, han mostrado interés y aceptación por la historia social de la ciencia y técnicas mexicanas. Con ello, colaboran a que la Universidad Nacional Autónoma de México mantenga en alto el desarrollo de este importante y significativo ámbito de la cultura nacional.
A todos ellos, autores y directores —así como a los dictaminadores que con sus opiniones nos señalaron las modificaciones y arreglos necesarios para mejorar las diferentes aportaciones de esta obra—, a la maestra en Historia, Verónica Ramírez O. (quien colaboró eficazmente en los aspectos técnicos de algunos trabajos y en mantener la vinculación personal con los autores), así como al padre don Salvador Gómez Aguado (quien colaboró con la traducción de algunas partes de uno de los trabajos), en mi calidad de coordinadora y autora, expreso mi especial agradecimiento por el estímulo recibido para sacar a la luz este trabajo colectivo. Después de un largo proceso de revisión, ha culminado en lo que ahora presentamos al especialista y al interesado en el desarrollo de la ciencia y la técnica mexicanas.
El Olivar de los Padres, marzo de 2003.

[1] Exclusivamente diremos que se concluyeron las investigaciones sobre Los gobernadores de la Provincia de Sonora y Sinaloa, siglo XVIII, la de Los gobernadores de la Nueva Vizcaya del siglo XVIII, y la de Los gobernadores de California. La primera fue publicada en coedición con la Universidad Autónoma de Sinaloa; la segunda, en coedición con la Universidad Juárez de Durango. La tercera ha dado lugar a dos obras, ambas también ya publicadas: Exploraciones en Baja y Alta California, 1769-1775: escenarios y personajes, y Los gobernadores de la California, 1769-1804. Contribuciones a la expansión territorial y del conocimiento. (volver al texto)
[2] Joan Corominas, Breve diccionario etimológico de la lengua castellana (Madrid: Gredos, 1976), p. 254. (volver al texto)
[3] Ferdinand Tönnies, Comunidad y sociedad, Biblioteca Sociológica (Buenos Aires: Editorial Losada, 1974); Max Weber , Economía y sociedad, vol. I (México: Fondo de Cultura Económica, 1944); Émile Durkheim, De la división de trabajo social (Buenos Aires: Editorial Schapire, 1967); y Hans Freyer, Sociología como ciencia de la realidad (Buenos Aires: Editorial Losada, 1944). (volver al texto)
[4] Cfr. Michael Polanyi, Robert K. Merton, Joseph Ben-David. (volver al texto)
[5] A cargo de la becaria del proyecto, la maestra Rosalía Tena Villena, quien aborda a este personaje dentro del contexto de su tesis de posgrado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de México.
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[6] Trabajo realizado por quien suscribe esta “Presentación” y que ha sido reelaborado para la presente publicación a partir de su presentación en la tesis de doctorado. (volver al texto)
[7] Elaborado específicamente para esta obra por la maestra Aurora Tovar, profesora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. (volver al texto)
[8] El análisis de los García Conde es producto de la investigación del doctor José Omar Moncada Maya, investigador del Instituto de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México. (volver al texto)
[9]Elaborado por Luz María Oralia Tamayo, también investigadora del Instituto de Geografía. (volver al texto)
[10] Trabajo realizado por la doctora Luz Fernanda Azuela, investigadora del Instituto de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México. (volver al texto)
[11] En los siguientes apartados seguimos los planteamientos de José María López Piñero, Ciencia y técnica en la sociedad española de los siglo XVI y XVII (Barcelona: Editorial Labor, Labor Universitaria, Manuales, 1979). (volver al texto)
[12]Op. cit., p. 167. (volver al texto)
[13] En el subtítulo del Almanach (1580), de Bartolomé Antist, en López Piñero, Ciencia y técnica en..., p.193. (volver al texto)
[14]Fue el caso de la primera observación documentada sobre un eclipse de Luna, realizada en la capital de la Nueva España en 1584, que descubrimos en el Archivo General de Indias: Ma. Luisa Rodríguez-Sala, El eclipse de Luna de 1584, una misión científica de Felipe II (Huelva, España: Universidad Nacional Autónoma de México/Academia Mexicana de las Ciencias,1998).
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[15] Discurso y relación comethográfica del repentino aborto de los astros, que sucedió del cometa que aparezió por diciembre de 1653. (volver al texto)
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