Revolución en la ciencia.

Bernard Cohen
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Versiones inglesas del Conunentargolus una de Noe Swerdlow (1973) con un importante y extenso comentario técnico, y una antenor de Edward Rosen (1971 (1939)).

Edward Rosen realizó una reseña de la vida y obra de Copérnico en su artículo para D. S.B (1971), que se complementa con los tomos publicados al cumplirse el quinto centenario del nacimiento del astrónomo (19 de febrero de 1473) editados por Arthur Beer y K. A Sirand (1975), Owen Gingerich (1975), Jerzy Neyman (1974), Nicholas Steneck (1975) y Robert Westman (1975).

The Copernican Revolution (1957) de Thomas S Kuhn, es una buena introducción general al tema. La receptividad que lograron las ideas de Copérnico se analiza en el volumen 1 de Colloquia Copernicana(1972) Una obra valiosa, aunque merece algunos reparos, es The Gradual Accept ante of the Universe (1917) de Dorothy Stimson. Sería deseable que Die Genesis der koperntkaruschen Welt (1975) de Hans Blurnenberg, apareciera en versión inglesa. Sobre la astronomia de Copernico véanse de S. Price D.J. "Contra-Copernicus•a Critical Re-estimation of Mathematical Planetary Theory of Ptolemy, Copericus and Kepler". (págs. 197-218 de Clagett. M. cd.: Critical Problems in the History of Scienc, Madison (Wisconsin), 1959) y Neugebauer. O,: “On the Planetary Theory of Coperrncus" (Vistas in Asrronomy 1968. 10: 89-103) reimpreso en Neugebauer 1983).



Kepler, Gilbert y Galileo: ¿Una revolución en las ciencias físicas?

Los estudiosos que han escrito sobre la revolución copernicana concluyen por lo general que tal revolución se concretó con las innovaciones introducidas por Kepler y Galileo. La realidad es que las ideas novedosas y audaces de estos dos científicos van mucho más allá de la mera concreción copernicana. Galileo era un copernicano acérrimo, convencido de que sus descubrimientos con el telescopio confirmaban las ideas de su predecesor. Pero su aporte a la ciencia del movimiento mediante el análisis matemático y la experimentación fue mucho mas revolucionario que la obra de Copérnico. También Kepler lo reivindicaba, pero en ultima instancia sólo conservo los dos axiomas copernicanos más generales: que el Sol permanece inmóvil y que la Tierra gira y rota. En lugar de la compleja maquinaria del De Revolutionibus, Kepler elaboró un sistema astronómico del universo nuevo y diferente, que en sus aspectos esenciales aún sigue vigente. También postuló una nueva base dinámica para toda la astronomía.

La reformulación a dos puntas de la ciencia astronómica por Kepler fue “revolucionaria" en el más alto grado. Pero es necesario preguntarse si la revolución fue privada, contenida en si misma o bien publica Y en este ultimo caso, si produjo de por sí y en su época, una revolución en la ciencia, o bien si fue una revolución en los papeles hasta que Newton u otro científico posterior comprendió su potencial revolucionario. Es necesario formular las mismas preguntas con relación a Galileo. También se examinará brevemente la obra de William Gilbert, un contemporáneo mayor que ellos, que fue revolucionario no sólo por fomentar el arte de la experimentación, sino también por su idea de que la Tierra es un colosal imán esférico. Este concepto le sugirió a Kepler que las fuerzas magnéticas planetarias pudieran ser las causas diná : micas de los movimientos planetarios.



Kepler el revolucionario enigmático

Estudioso de la dinámica planetaria (el análisis de las fuerzas que provocan los movimientos de los planetas) y de una astronomía basada en causas físicas más que en dogmas cinemáticos, Johannes Kepler fue en parte un auténtico hombre moderno, aunque, al mismo tiempo, se aferraba a las tradiciones del pasado. Creía realmente en la astrología (fue el último de los grandes astrónomos que a la vez fue un astrólogo practicante), y su pensamiento científico estaba imbuido de lo que se ha llamado misticismo del número y disputaba desde los primeros principios de la necesidad cosmológica. Nada lo enorgullecia más que su temprano "descubrimiento" de una relación directa entre el número, el tamaño y la disposición de las órbitas planetarias y la exis tencia de cinco (y sólo cinco) cuerpos geométricos regulares. Uno de sus mayores descubrimientos se debió a que tuvo la suerte de eliminar un importante error matemático al introducir un segundo entrque anulaba el primero. Fue uno de los astnónomos más grandes de la historia, pero sería fácil recopilar un tomo de sus escritos para demostrar que su pensamiento y su ciencia eran anticientificos en alto grado.

El título de su gran tratado de 1609 proclama con audacia el carácter revolucionario de su astronomía; dice que ha creado una Astronomía Nueva. Lo es por muchas razones, pero en el título Kepler subraya que la nueva astronomía se “basa en causas”, que es una “Astronomia Nova AITIOvOTOHE” [1] (Los caracteres griegos aparecen en eloriginal impreso.) El subtítulo dice que el libro es una Physica Coelestis, una fisica celeste. Aparentemente el autor quiso indicar que iba un paso mas lejos que Aristóteles. El griego había escrito su metafísica después de su física, y Kepler reemplazaba esa metafísica por su nueva física celeste. Poco antes de publicar el libro, Kepler escribió a Johann Georg Brengger (1937, 16: 54) que allí expondría su nueva “filosofía, o física celeste, en lugar de la teología celeste, o metafísica, de Aristóteles”. En la introducción de Astronomía Nova explica que ha explorado o investigado “las causas naturales de los movimientos” (3:20). Basta señalar que Kepler no tuvo predecesores ni contemporáneos para demostrar hasta qué punto era revolucionario buscar las causas de los movimientos planetarios en las fuerzas celestes. Ni siquiera el gran Galileo pudo concebir una dinámica celeste, un sistema de fuerzas que produce movimientos. Fue por ello que Alexandre Koyré (1961,166) pudo escribir que el “título mismo de la obra de Kepler no predice sino que directamente proclama una revolución”.

La astronomía kepleriana fue nada menos que una reformulación total de esa disciplina en cuanto a sus objetivos, métodos y principios. Antes de Kepler los fines de los astrónomos habían sido puramente cinernáticos, es decir, trataban de elaborar una especie de geometría celeste (basada en círculos sobre círculos) mediante la cual se pudieran obtener posiciones planetarias concordantes con las observaciones. Kepler trataba de hallar las causas físicas de los movimientos, esto es, la razón del movimiento, y no se limitaba a inventar o mejorar esquemas geométricos. El Sol, según él, era la sede de las fuerzas en cuestión y,por consiguiente, el centro del universo. Por ello, el Sol verdadero —no el “Sol medio” de Copérnico— debía ser el punto común de intersección de todos los planos orbitales de los planetas.
En cuanto a los métodos, aplicaba la matemática para hallar la curva orbital real y (tamaño, forma, orientación) producida por la fuerza solar, haciendo caso omiso de limitaciones arbitrarias como el movimiento uniforme, la trayectoria circular u otras por el estilo. Descubrió, tras ardua labor, que cada planeta recorre una elipse, es decir, una curva convexa simple. En la mayoría de los casos (la excepción es Mercurio) la forma de la elipse es casi circular, pero el Sol no ocupa el centro, ni siquiera un punto cercano a él; es como si se tratara de una órbita circular (o elíptica cuasi-circular) con un Sol notablemente excéntrico. También descubrió que el movimiento del planeta a lo largo de la elipse no es uniforme sino regido por una ley de las áreas. Esta ley explica por qué el desplazamiento del planeta es más rápido en el perihelio (el punto de la órbita más cercano al Sol) y más lento en el afelio (el punto más alejado).

La astronomía kepleriana se basa en un conjunto de principios nuevos del movimiento: una física celeste de las fuerzas directamente relacionada con el concepto de cuerpo. Para él, un planeta o un satélite planetario (fue él quien introdujo la palabra “satélite” en la astronomía) es un objeto físico sin vida, como una piedra; carece de fuerzas internas o activas propias. Debido a su cualidad de inerte (Kepler la llamó inercia), semejante cuerpo no puede ponerse ni mantenerse en movimiento por sus propios medios, sino que requiere la acción de una fuerza motriz. De esta propiedad de pasividad o inercia se desprende, evidentemente, que el cuerpo volverá al estado de reposo cuando quiera y donde quiera que la fuerza motriz deje de existir o de actuar. Esta conclusión, que puede no parecer muy revolucionaria para un lector del siglo XX, se oponía en forma directa a dos milenios de pensamiento filosófico y científico dominado por la concepción aristotélica de que un cuerpo sólo entraría en estado de reposo al alcanzar su “lugar natural”. La doctrina del lugar natural supone un espacio jerárquico en el cual los cuerpos pesados descienden “naturalmente” hacia un centro mientras los cuerpos livianos ascienden. Los espacios por los que se desplazan los cuerpos celestes difieren del espacio en el que se encuentran o se mueven los cuerpos “terrestres” debido a las diferencias jerárquicas de naturaleza y composición íntima de estos tipos de cuerpos. Evidentemente, para un copernicano acérrimo como Kepler, aferrado al concepto de la Tierra móvil, resultaba necesario abandonar el dogma de los lugares naturales y la doctrina asociada, la del espacio jerárquico. Al exponer los nuevos principios del espacio isotrópico. no jerárquico, la inexistencia de los lugares naturales y la inercia de la materia, Kepler actualizaba las implicaciones de la idea copernicana de que las mismas leyes físicas rigen para la Tierra, su Luna y tos planetas. Los principios físicos keplerianos de inercia, fuerza y movimiento signi ficaron el fin del cosmos aristotélico y prepararon el terreno científico para el adveni miento de Newton.

Si los movimientos de todos los planetas están regidos directamente por la acción del Sol (puesto que sus órbitas son elipses de las cuales el astro ocupa uno de los focos, y los movimientos orbitales obedecen a una ley de las áreas calculadas con respecto a aquél), entonces debe existir una fuerza dirigida por éste que actúa sobre aquéllos. Esto se deriva del concepto kepleriano del carácter esencialmente inerte de los planetas y la consiguiente necesidad de una fuerza que los mantenga en movimiento orbital. Kepler llegó a la conclusión de que esa fuerza debía ser magnética. Conocía la demostración de William Gilbert de que la Tierra es un gran imán esférico. Puesto que la Tierra es un planeta, ¿por qué los demás planetas y el Sol no habrían de ser imanes? Las orientaciones de las polaridades magnéticas del Sol y un planeta determinarían la configuración elíptica, no circular, de la órbita.

El concepto kepleriano de inercia no es el mismo que desarrollaron Galileo (precisado luego por Descartes) y Newton. Pero su astronomía es más afín a la de Newton que las de Galileo o Descartes porque establece la correlación de las órbitas y los movimientos orbitales con las fuerzas que los producen. El hecho significativo no es que Kepler haya equivocado la función fuerza (una fuerza inversamente proporcional a la distancia en lugar de inversamente proporcional al cuadrado de la distancia), sino que fuera capaz de concebir una fuerza celeste y que ésta fuera de alguna manera una función inversa de la distancia.

En el prefacio de las Tablas rodolfinas, Kepler sostiene que un aspecto principal (novedoso y revolucionario, se diría hoy) de su obra es el haber “transferido la astronomía en su conjunto de los círculos ficticios a las causas naturales”. Dice que Copérnico había elaborado su sistema a posteriori sobre la base de observaciones, pero que la verdadera disposición del universo se podía demostrar a priori de la idea de la creación y de la naturaleza y las propiedades de la materia. Incluso, añadió, semejante demostración satisfaria al mismísimo Aristóteles, si estuviera vivo. Al apelar a las causas, creía haber superado a Copérnico. Sin embargo, como le escribió a Fabricio el 4 de julio de 1603 (1937, 14:412), aun debia someter su hipótesis astronómica a prueba y ratificarla mediante observaciones de los cielos. En este sentido, vale lo que Eric Aiton escribió al autor de estas líneas el 17 de marzo de 1979: "las razones apriorísticas de Kepler no implican conclusiones necesarias sino probables”.

No cabe duda de que Kepler tenía el proyecto de revolucionar la astronomía. Personalidad introspectiva, anotaba el desarrollo de sus ideas y métodos en detalle. Existen registros detallados del momento en que descubrió, por ejemplo, la tercera ley de movimientos planetarios En Astronomia Nova explicó minuciosamente y con todo detalle las etapas de su revolución intelectual y su entrega a la misma, incluyó todos los cálculos erróneos para que los lectores pudieran seguir paso a paso el desarrollo del razonamiento que lo llevana a descartar la astronomia circular tradicional y empezar a estudiar otros tipos de curvas. Cuando el lector se cansa de leer folio tras folio de cálculos que no conducen a nada, Kepler le recuerdacuánto más fatigoso fue para él elaborar esos cálculos a mano. Kepler mandaba a imprenta sus resultados a medida que los obtenia. La publicación de sus grandes obras —Mystertum Cosmographicum o El enigma cosmográfico (1596) Astronomia Nova (1609) Tablas rodolfinas (1627), Harmonice Mundi o La armonía del mundo (1619) y Síntesis de la leyes de la astronomía copernicana (1618-1621)— significó el paso de la revolución intelectual a la revolución en los papeles los descubrimientos estaban impresos para que todos pudieran leerlos y aprovecharlos.

¿Hubo una revolución en la ciencia? ¿Se puede afirmar que a partir de que Kepler publicó sus descubrimientos, éstos alteraron la práctica de los astrónomos y se convinieron en parte integrante fundamental de su pensamiento? La respuesta parece ser negativa. En primer lugar, los astrónomos de la generación posterior a Kepler y anterior a Newton no terminaron de aceptar la nueva astronomía. El pensamiento astronómico dominante se centró en el sistema de vórtices de Descartes más que en la dmámica de fuerzas celestes de Kepler Por consiguiente su descubrimiento no resiste las dos primeras pruebas para determinar la existencia de una revolución en la ciencia. Esto se debió en parte a que Kepler no supo elaborar una nueva mecánica que bastará a los fines de la astronomía, como sí lo haría Newton más adelante. Kepler trató de elaborar una dinámica celeste sobre bases aristotélicas modificadas, intento condenado al fracaso.

Por otra parte, su idea de que pudieran existir fuerzas solares capaces de extenderse en cientos de millones de kilómetros despertó una fuerte oposición. Galileo no reconoció ni utilizó las tres leyes del movimiento planetario en su exposición astronomia copernicana. En su Diálogo acerca de los dos principales sistemas del mundo criticó el concepto keplenano de que las fuerzas pueden transmitirse por el espacio de manera tal que la Luna es la que produce las mareas. Si bien los astrónomos acabaron por aceptar la ley de las órbitas elípticas (primera ley de Kepler), no comprendían la función del segundo foco “vacío”. Por otra parte, la idea de que las órbitas no fueran combinaciones de círculos despertó una resistencia “natural”, producto de prejuicios seculares. Para muchos astrónomos, la ley de las áreas (segunda ley de Kepler) no era útil sino conceptualmente confusa. En todo caso, como señaló su propio autor, la ley no podía servir como base para efectuar cálculos precisos de las posiciones planetarias sino que exigia el empleo de aproximaciones. En lugar de la ley de las áreas los astronómos de la epoca entre Kepler y Newton tendian a aplicar una aproximación directa basada en la rotación uniforme de un radio vector centrado en el foco vacío (que así cumplía de una manera la función de ecuante). Pero las leyes resultaban extrañas incluso para quienes estaban dispuestos a aceptarlas y a aplicarlas, puesto que no estaba demostrada su asociación casual o deductiva con los principios fundamentales.

Muchos astronómos comprendieron la ley armónica, o tercera ley (anunciada en la armonía del mundo, de 1619, pero no en la Astronomia Nova de 1609), que demostraba la relación constante entre el cuadardo del período sideral del planeta y el cubo de su distancia media del Sol. Pero la ley, aunque interesante, no poseía aplicaciones prácticas ya que no permitía predecir ningún fenoméno, no obedecía a causas o razones o justificaciones fisicas manifiestas y no parecía ser más que otra de las muchas curiosidades númericas que poblaban la obra de Kepler. La ley no permitía calcular las posiciones ni determinar las órbitas de los planetas. Una posible aplicación era la predicción del período de un planeta a una distancia determinada del Sol, pero ése era un problema de interés teórico más que práctico. Igual que en la ley de las elipses y la de las áreas, no se discernia un principio fisico en la aplicación de la tercera ley.

Por otra parte, al abordar la astronomía kepleriana, se debe recordar que en su resumen final (la síntesis de astronomía copernicana) el autor no sólo formulo las tres leyes del movimiento planetario que hoy llevan su nombre sino muchisimas más. Algunas se referían a las relaciones entre el tamaño y el orden de los planetas, las reglas para las excentricidades de sus orbitas: leyes que hoy se descartarían por ser meramente numerológicas. La obra incluye el primer descubrimiento del autor: la ley que relaciona el número y el tamaño de las orbitas con los cinco cuerpos regulares platónicos. Otra dificultad planteada por la astronomía era su combinación de principios fisicos mecanicos y animistas. No se trataba de una dinámica pura de las fuerzas fisicas y los movimientos causados por ella. Por ejemplo, atribuia el movimiento orbitral, o revolución, de los planetas a la fuerza solar-planetaria (magnética), pero sostenía que que la rotación continúa de la Tierra y el Sol se debía a un principio animista o espiritual. En Kepler, "los principios animista y mecanicista se disputan la primacía como causantes de los movimientos" (Caspar 1959, 296).

El hecho es que muy pocas obras de astronomía teórica o práctica anteriores a los Principia de Newton (1687) mencionan las tres leyes del movimiento planetario, ni mucho menos las fuerzas celestes que producen los movimientos orbitales. Parece evidente, pues, que no hubo una revolución kepleriana antes de 1687. Retrospectivamente se puede concluir que el proceso de Kepler fue una revolución en los papeles, no porque su autor fuera intelectualmente incapaz de elaborarar un sistema dinámico que explicara las leyes del movimento planetario descubiertas por él, sino porque no supo convencer a la mayoría de sus contempóraneos y sucesores inmediatos de su astronomía elíptica ni de su física celeste.



Wiliam Gilbert, experimentalista

William, Gilbert, como Kepler, debe ubicarse entre los científicos revolucionarios de principios del siglo XVII. En el subtitulo de De Magnate (1600), donde expuso su novedosa ciencia, afirmó que su obra era una "Physiologia nova, plurimis & argumentis & experimentis demonstrata", esto es, una "nueva fisiología" o filosofía natural, una ciencia de la naturaleza "demostrada mediante muchos argumentos y experimentos”. La nueva filosofía natural era el magnetismo, y el titulo informaba al lector que Gilbert indagaba en el imán o magneto (de magnete) o calamita, en los “cuerpos magnéticos” (como el hierro imantado) y también en “ese gran imán, la Tierra”. A lo largo de la obra Gilbert destaca la importancia de la experimentación, un concepto que implica el conocimiento basado en la experiencia práctica real, la demostración a través de la práctica. En el latín posclásico los términos experimentum y experientia significaban a la vez “experiencia” (en el sentido de “lo que todos saben”) y “experimento”; en la actualidad los dos significados son expresados por la palabra francesa expérience y la italiana esperienza. Con ello Gilbert ponía el énfasis en la experiencia práctica real (por ejemplo, la de los navegantes y los herreros), en el estudio directo de la naturaleza mediante la experimentación y en el conocimiento basado en la experiencia en lugar de la intuición o la especulación.

Reunió un cúmulo tan grande de información experimental nueva que, además de destacar el hecho en el subtítulo de su obra, puso gran cantidad de asteriscos en los márgenes para resaltar “nuestros propios descubrimientos y experimentos”, algunos mayores y otros menores, “según la importancia y la sutileza dcl asunto” (1900, II). Un buen ejemplo de su nuevo cnfoque experimental es su investigación de la atracción que ejerce el ámbar al ser frotado (libro 2, cap. 2). Fustiga a los filósofos de “nuestra propia época” que “no hacen ninguna investigación, no se apoyan en la ex- periencia práctica... no progresan” (pág. 48):

Porque no son sólo el ámbar y el azabache (como ellos suponen) los que atraen pequeños objetos; el Diamante, el Zafiro, el Rubí, la piedra Iris, el.Opalo, la Amatista, la Vincentina y la Bristolla (una piedra o espato inglés), el Berilio y el Cristal hacen lo mismo. También se han comprobado poderes de atracción similares en el vidrio (sobre todo cuando es claro y traslúcido), las falsas gemas de vidrio o Cristal, el vidrio de antimonio, y muchas clases de espatos de las minas, así como las Belemnitas. El Azufre también atrae, lo mismo que el mástique y el lacre duro compuesto de laca teñida de varios colores. La resina más bien dura atrae, lo mismo que el oropimente, pero con menos fuerza; también lo hacen con dificultad, si el cielo está adecuadamente seco, la sal gruesa, la mica blanca y el alumbre de roca.

El prefacio de De Magnete, dirigido “al lector ingenuo”, es una de las declaraciones de principios más estridentes de la Revolución Científica. Exalta la superioridad de los “experimentos dignos de confianza” y los “argumentos demostrados” sobre las “especulaciones probables y las opiniones de los profesores vulgares de filosofía”. El autor se refiere a “nuestra Filosofía... desarrollada.., a partir de las cosas cuidadosa- mente observadas”, a “demostraciones reales y... experimentos que se manifiestan claramente a los sentidos”, y a “la gran gama de experimentos y descubrimientos (mediante los cuales florecen todas las filosofías)”. Describe el método correcto para: filosofar, que progresa “desde las cosas que son menos oscuras” a “otras que son más notables” y por último a “las cosas ocultas y más secretas del globo de la Tierra”, de manera que “se hacen conocer las causas de aquellas cosas que sea por ignorancia de los antiguos o negligencia de los modernos, permanecen desconocidas e ignoradas” (folio ii).

La obra de Gibert no es un mero registro de hallazgos empíricos; también desarolló teorias y formuló hipótesis. Su descubrimiento científico más profundo fue que la Tierra misma es un gran imán con dos polos magnéticos, norte y sur. Afirmó haber demostrado experimentalmente que una piedra imán bipolar perfectamente esférica gira sobre su eje, y de ahí concluyó que la Tierra rotaba, tal como había dicho Copérnico. Pero Gilbert no era un copemicano, es decir, no le interesaba la traslación de la Tierra, que para él no era una propiedad magnética.

La importancia de la afirmación de Gilbert sobre la gestación de una nueva ciencia no se ve disminuida por el hecho de que De Magnete no desarrolla su proyecto con todo detalle. Vivió, cómo Kepler, en una época de transición, y por ello no es sorprendente descubrir que “detrás de tanto regaño y fanfarronería hay un peripatético moderado capaz de plagiar a quienes crítica” (Heilbron 1979, 169). Aunque Heilbron se niega, con razón, a reconocer “en Gilbert a un héroe revolucionario" y a aceptar su “fanfarronería renacentista” si le reconoce el mérito de haber publicado “una de las primeras monografías dedicadas a una rama particular de la física terrestre”, uno de “los primeros informes sobre una extensa serie de experimentos confirmados, vinculados entre si”.

Pero a pesar de su fervor revolucionario Gilbert no creó una nueva ciencia. Las pruebas de la época y las obras sobre magnetismo escritas durante los cincuenta años siguientes no muestran una transformación drástica de la disciplina. Su capítulo sobre la atracción eléctrica, aunque novedoso y sorprendente no llevó a los científicos a fundar una nueva rama de la física; eso ocurrió en el siglo siguiente. Por consiguiente, su obra no pasa las dos primeras pruebas, y ni los historiadores ni los científicos hablan de una revolución gilbertiana. Por eso, el revolucionario produjo a lo sumo una revolución incompleta en los papeles. De Magnete contiene, por cierto, las semillas de una revolución, pero no la produjo.

A pesar de todo, la obra de Gilbert es señal y expresión de una revolución en curso, en la que la ciencia pasaba de temas principalmente filosóficos y abstractos a otros basados en la experiencia, y en particular en esa rama especial de la experiencía que consiste en interrogar duectamente a la naturaleza mediante el experimento.



La ciencia revolucionaria de Galileo.

Galileo fue el primer y principal científico en desarrollar el nuevo a de la ciencia experimental. Su proyecto científico era tan revolucionario como el de Kepler y de mayor envergadura que éste por cuanto incluía métodos y resultados que podían afectar todas las ciencias. Sus obras, a diferencia de las de Kepler, gozaron de amplia difusión, fueron traducidas a varios idiomas y ejercieron una gran influencia sobre el pensamiento científico de su época. Influencia posiblemente amplificada por la fama que le granjeó su juicio y condena. Galileo hizo una multitud de descubrimientos, pero su actividad revolucionaria puede clasificarse en cuatro disciplinas distintas: la astronomía telescópica, los principios y las leyes del movimiento, la manen de relacionar la matemática con la experiencia y la ciencia experimental o de la experimentación. (Existen buenos argumentos a favor de una quinta disciplina, la filosofía de la ciencia, pero varios rasgos revolucionarios de este aspecto del pensamiento galileano están subsumidos bajo los rótulos de la ciencia experimental y la relación de la matemática con la experiencia).

Hay muchos testigos de la obra revolucionaria de Galileo en la ciencia del movimiento. Además, varios físicos de mediados del siglo XVII —Christian Huygens, John Wallis, Robert Hooke Isaac Newton- reconocieron y aplicaron sus leyes y principios. Historiadores y filósofos de la ciencia de los dos últimos siglos han saludado su revolución. Además los fisicos y otros cientificos lo consideran un héroe revolucionario hasta el punto de exagerar su papel para atribuirle el origen de la ciencia moderna y el método científico o experimental, así como el descubrimiento de las dos primeras leyes newtonianas del movimiento En sintesis Galileo parece pasar fácilmente todas las prubas de la revolución en la ciencia.

La primera exposición publica de su ciencia revolucionaria data de 1610, cuando , dio a conocerla entrega inicial de sus exploraciones del cielo con el telescopio. En el capítulo 1 de esta obra hemos visto cómo transformó Galileo sus experiencias visuales individuales en conclusiones intelectuales sobre los cielos. Mediante los principios de la analogia y de la óptica fisica demostró que la superficie de la Luna, como la de la Tierra, es escarpada y ondulada. Descubrió que el resplandor de la Tierra ilumina la Luna, que Jupiter tiene un sistema de cuatro lunas y que Venus tiene fases Su telescopio no sólo reveló nuevos datos sobre los cuerpos celestes conocidos—el Sol, la Tierra la Luna y los planetas— sino que puso al alcance de la vista una multitud de estrellas (y lunas) jamás percibidas antes por ojos humanos.

Gracias a sus descubrimientos y los de otros científicos, la humanidad tuvo su primera visión real del cielo. Al relacionar las fases con el tamaño aparente de Venus, demostró que el planeta gira alrededor del Sol, no de la Tierra, refutando así a Ptolomeo. Todos estos descubrimientos corroboran la tesis copernicana de que la Tierra es un planeta más que las similitudes entre la Tierra y los planetas superan las diferencias A partir de ellos Galileo afirmó que habia corroborado la exactitud del sistema copernicano (a pesar de que sus descubrimientos eran perfectamente compatibles con el de Tycho Brahe, en el cual la Tierra inmóvil ocupa el centro mientras los demás planetas giran alrededor del Sol, que a su vez se traslada alrededor de la Tierra). [2]

Estos descubrimientos revolucionaron la astronomia basada en la observación y modificron drásticamente el nivel de discusión de la astronomía copernicana. Antes de 1610 el sistema de Copérnico podia parecer un ejercicio intelectual un esquemacomputacional hipotético, un disparate filosófico ya que la Tierra no nos parece un planeta (éstos aparecen a la vista como estrellas muy brillantes). Pero a partir de las revelaciones de 1610 y sus secuelas los cienuficos podian argumentar (y lo hacian) que la Tierra en verdad era similar a los planetas y por lo tanto debia poseer el mismo tipo de movimiento. Copérnico tenía razón al afirmar que la Tierra es sólo “un planeta más" La unica defensa contra el nuevo copernicanismo de orientación empírica era negarse a mirar por el telescopio o afirmar que lo que se veia era un artificio óptico o una distorsión provocada por el lente y de ninguna manera una imagen verdadera de los planetas. El hecho deque algunos filósofos muy inteligentes adoptaran esta postura demuestra hasta qué punto era revolucionario y novedoso en esa época basar el conocimiento de la naturaleza en las pruebas experimentales.

La segunda disciplina en la que Galileo introdujo transformaciones revolucionarias fue la ciencia del movimiento, tema considerado de fundamental importancia - para la filosofía natural; por ello en su diálogo sobre las Dos nuevas ciencias (1638) tercera jornada, primer párrofo, se jactó de que presentaba “una ciencia novísima" sobre un tema muy antiguo” (Galileo 1974, 147). Se puede atribuir a Galileo el descubrimiento de muchas leyes y principios del movimiento Descubrió el isocronismo del péndulo es decir, el fenómeno por el cual un péndulo que oscila libremente recorre arcos decrecientes en tiempos (casi) constantes. Mediante un experimento espectacular demostró que cuerpos de distinto peso caen en el aire casi a la misma velocidad y no a velocidades proporcionales a sus pesos (como pensaban los anstotélicos y aun hoy cree la mayoría de las personas que no han estudiado física). Descubrió que la caída libre es una forma de movimiento uniformemente acelerado, es decir que la velocidad es proporcional al tiempo y la distancia al cuadrado del tiempo. Introdujo el principio de la independencia de las velocidades vectoriales y el método para combinarlas o componerlas, y lo aplicó al problema de la trayectoria de proyectiles. Demostró que, por tratarse de una parábola, una pieza de artillería logra su máximo alcance cuando existe un ángulo de inclinación de 45° entre el cañón y el horizonte.

Este análisis de la trayectoria parabólica del proyectil fue el primer esbozo de la formulación del principio de movimiento de inercia. Expuso lo que constituye aparentemente el primero de una serie de conceptos que a través de transformaciones sucesivas condujo a la ley newtoniana de inercia en 1687. Cabe señalar, empero, que el análisis galileano del movimiento se mantiene principalmente en el nivel de la cinemática. Dicho de otra manera, aunque la acción de las fuerzas estaba implícita en su análisis, Galileo no trató de descubrir las fuerzas que producen (o causan) los movimientos ni las relaciones matemáncas exactas entre unas y otros.

En tercer lugar se puede mencionar el aporte de Galileo a la matemática. La ciencia moderna, sobre todo la física se caracteriza por la expresión matemática de sus principios y leyes fundamentales. Este aspecto adquirió gran importancia en el siglo XVII y alcanzó su máxima expresión en los Principios matemáticos de la filosofía natural (o Principia) de Newton. El aspecto revolucionario de la metodología galileana queda revelado en un ejemplo de la tercera jornada de Dos nuevas ciencias referido al “movimiento naturalmente acelerado”. En la introducción al tema, el autor explica que es perfectamente legitimo inventar cualquier tipo de movimiento y descubrir sus propiedades en forma matemática como se ha hecho con frecuencia en el pasado. Sin embargo, él seguirá otro camino: “buscar y clarificar la definición más acorde con ese movimiento acelerado que emplea la naturaleza”. Al contemplar la caída de una piedra “en reposo a cierta altura” concluye que la adquisición sucesiva de “nuevos incrementos de velocidad obedece a la regla más sencilla y evidente” (Galileo 1974, 153-154), que es que el agregado se efectua constantemente en la misma proporción. De ahí que el aumento de velocidad será constante ya sea (a) en cada tramo sucesivo y equivalente de la distancia recorrida o bien (b) en cada lapso sucesivo y equivalente de tiempos transcurrido. Tras descartar la regla de distancia equivalente con argumentos lógicos, el autor desarrolla varias consecuencias matemáticas de la regla del tiempo equivalente, entre ellas la de que en el movimiento uniformemente acelerado “los espacios recorridos en tiempos cualesquiera son entre si como los cuadrados de la relación de sus tiempos” (es decir, las proporciones con los cuadrados de los tiempos son constantes). A continuación, Galileo se pregunta si “ésta es la aceleración empleada por la naturaleza en el movimiento de caída de sus cuerpos”.

Para hallar la respuesta se debe realizar un experimento, procedimiento “habitual y necesario en aquellas ciencias que aplican demostraciones matemáticas a las conclusiones físicas” (Galileo 1974, 169). El experimento puede parecer bastante fácil, pero para diseñarlo y luego para interpretar sus resultados se requeria un profundo conocimiento de los principios fundamentales de la ciencia moderna (véase más adelante). La comparación del método de Galileo con los procedimientos aplicables por los matemáticos –filosófos medievales, que habian explorado activamente el tema del movimiento durante los siglos XII, XIII y XIV, (capitulo 5), permite apreciar hasta qué punto aquél era nóvedoso y revolucionario. La matemática medieval se desarrollaba en un plano de abstracción en el cual el movimiento era una categoría general que abarcaba cualquier paso cuantificable de “potencia” a “acto” (la definición de Aristóteles), que tanto podía ser el amor y la gracia como el movimiento local (desplazamiento de un lugar a otro). De ahí la audacia de Galileo al desarrollar leyes matemáticas que concordaran con los movimientos verificados en la naturaleza y fueran ejemplos de ellos. Tampoco tenía precedentes el método de someter las leyes físicas descubiertas a la prueba experimental, el cuarto gran aporte de Galileo a la ciencia.

Su elaboración matemática de las leyes del movimiento uniforme, uniformemente acelerado y el de los proyectiles, entre otros, expresa un rasgo general de la ciencia del siglo XVII cuya importancia es imposible exagerar la idea de que las leyes fundamentales de la naturaleza deben ser matemáticas. La primacía de la matemática asumió distintas formas a lo largo del siglo. Por ejemplo, en el nivel más elemental, podía significar la mera cuantificación, el empleo de medidas numéricas. O bien se podía aplicar el dogma platónico de que las verdades del universo se deben descubrir mediante la matemática con prescindencia de la observación y la experimentación, que las propiedades matemáticas son más importantes que la concordancia con el mundo de la experiencia. Como se señaló anteriormente, durante buena parte de la historia de la humanidad se consideró que los círculos encarnaban la perfección, por lo que eran la figura más adecuada para las trayectorias de los cuerpos celestes. Galileo se pronunció en contra de tales concepciones abstractas de las propiedades geométricas; sostuvo que podían existir distintas figuras geométricas apropiadas para los diferentes fenómenos. Desde luego que la idea de que la matemática era la expresión más elevada de una ciencia era muy anterior al siglo XVII: la obra maestra de Ptolomeo en astronomía llevaba por título La sintaxis (o composición) matemática. Pero hay una diferencia entre esas visiones tradicionales de la matemática y la nueva ciencia: para Galileo debía existir una armonía entre el mundo de la experiencia y la forma matemática del conocimiento, y se alcanzaba mediante el experimento y la observación crítica.

Sin embargo, Galileo no se refería a la matemática tal como se la entiende hoy, es decir. al empleo de ecuaciones algebraicas, proporciones mixtas (del tipo “la distancia es proporcional al cuadrado del tiempo”), derivadas o el cálculo diferencial e integral, sino más bien a secuencias numéricas. Ejemplo de ello es la regla de que las velocidades de un cuerpo en caída libre al cabo de sucesivos intervalos de tiempo iguales entre sí son como los números naturales (o enteros) a partir de la unidad, o que las distancias recorridas en sucesivos intervalos iguales de tiempo son entre sí como los números impares o que las distancias recorridas en tiempos cualesquiera son como los cuadrados. En El ensayador (1957, 237-238), aparece una célebre afirmación sobre la matemática de la naturaleza en la que Galileo demuestra que las consideraciones geométricas son tan importantes como las reglas numéricas. “La filosofía (filosofía natural, la ciencia) está escrita en el gran libro del universo que se encuentra siempre abierto ante nuestros ojos”; pero ese libro “es incomprensible si uno no aprende antes a comprender su lenguaje y a leer las letras en las que está com puesto. Está escrito en el lenguaje de la matemática y sus caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas sin las cuales es humanamente imposible com prender una sola de sus palabras”. Lo importante, entonces, en la matemática ‘ galileana no es que haya introducido alguna innovación en la disciplina en sí sino su afirmación clara y vigorosa sobre la necesidad de expresar los fenómenos naturales en términos matemáticos hallar leyes matemáticas de la naturaleza basadas en la expenmentación y la observación.

En cuanto a la metodología de la experimentación científica, cabe expresar una advertencia. Muchos estudiosos (sobre todo John Herman Randall (h )) han realizado investigaciones en busca de los precursores de la metodologia científica de Galileo. En opinión del autor de estas lineas, muchos historiadores cometen el grave error de no establecer una clara distinción entre afirmaciones abstractas o preceptos sobre el método y la actividad científica real. El tema de la experimentación y la manera de realizar la investigación científica aparece en muchos autores italianos del siglo XVI, pero cabe cuestionar si en verdad se trata de referencias a la experimentación, por cuanto ninguno de esos individuos se dedicó a la investigación científica. Por otra parte, el latín y las lenguas romances utilizan la misma palabra como sinónimo de experimento, experiencia y en general para lo que todos saben.

El mejor ejemplo del método de abordar un problema determinado mediante la realización de un experimento es la célebre anécdota de cómo Galileo dejó caer dos objetos de distinto peso desde la altura de una torre. Las crónicas sensacionalistas del ataque de Galileo a los aristotélicos mediante una exhibición pública en la Torre de Pisa son indudablemente falsas. Sin embargo un apunte en sus cuadernos dice que dejó caer pesos desde una torre. Con ello se preguntaba si el “sentido común” tradicional tenía razón al afirmar que la velocidad de los cuerpos pesados en caída libre es proporcional a sus respectivos pesos. Galileo utilizó otro experimento para verificar su hipótesis de que la caída libre de los cuerpos sufre una aceleración uniforme. El problema, en lenguaje actual, seria averiguar si el aumento de la velocidad de un cuerpo en caida libre es directamente proporcional al tiempo transcurndo. Aqui se revelan muchas de las dificultades que surgen al realizar un experimento para hallar la respuesta a esta clase de pregunta. Ya que resulta imposible determinar esta relación en forma directa. Por consiguiente, Galileo somete a prueba otra ley, conse cuencia lógica de la anterior: que la distancia es proporcional al cuadrado del tiempo. Tampoco esta prueba está al alcance de sus posibilidades, porque la velocidad de un cuerpo en caída libre supera sus posibilidades de medición. Porconsiguiente “diluye la gravedad” como dice él mismo, efectuando sus experimentos sobre un plano inclinado. Entonces descubre que la ley del cuadrado del tiempo supera la prueba experimental. Desde luego, como gran experimentador, Galileo reconoció la importancia de efectuar pruebas con distintas inclinaciones del plano: en todos los casos la ley superó la prueba. Aquí no se entrará en detalle sobre la resolución matemática de los componentes de la gravedad según el ángulo de inclinación del plano. Baste señalar que en este célebre ejemplo se revelan los procesos intelectuales y las i complejidades de la “ciencia” necesaria para diseñar un experimento capaz de poner a prueba una ley aparentemente sencilla: que la distancia es proporcional al cuadrado del tiempo.

Asi además de reconocer que el razonamiento matemático abstracto sobre el movimiento en general podía aplicarse a los movimientos reales observados en la naturaleza, y de descubrir la técnica que permitiera someter las leyes matemáticas a la prueba experimental, Galileo también supo tener en cuenta las diferencias entre las situaciones ideales y experimentales Por ejemplo, mediante un experimento descubrió que si dos cuerpos de distinto peso caen desde una torre, el más pesado llega al suelo un poco antes que el otro; atribuyó esa pequeña diferencia a la fricción del aire y la capacidad relativa de los cuerpos pesados y livianos de superar esa resistencia. Concluyó que en la situación ideal, es decir en el vacio o en el espacio, la caída seria idéntica para los dos cuerpos.

Además de realizar experimentos para poner a prueba una hipótesis, Galileo exploró experimentalmente distintos fenómenos. Tras un estudio cuidadoso de los manuscntos galileanos Stillman Drake ha podido reconstruir varios de esos experimentos de tipo exploratorio, que bien podrían ser la clave de la idea del movimiento inercial y que aparentemente le permitieron descubrir las leyes del movimiento uniforme y acelerado por una vía un tanto distinta de la descrita en Dos nuevas ciencias

Por cierto que Galileo no fue el primer científico que aplicó el método experimental, pero sí fue uno de los primeros grandes científicos que incluyó la experimentación como parte mtegrante de su ciencia junto con el análisis matemático. Más aun, la combinación de uno y otro (como en el experimento del plano inclinado) le ha ganado con justicia un lugar entre los fundadores del método científico de investigación.

Sus numerosos experimentos y observaciones astronómicos encaman dos características revolucionarias de su filosofía científica (según explica Stillman Drake en su correspondencia con el autor de este libro). Una es la afirmación de Galileo de que las experiencias sensatas y las demostraciones necesarias tienen prioridad sobre los dogmas, sean filosóficos o teológicos”. Hubo que esperar hasta el siglo XIX para que “la mayoría de los científicos adoptaran una postura similar”. El segundo aspecto del enfoque galileano, relacionado con el anterior (y que según Drake es “la principal innovación de su ciencia, mencionada por Galileo en muchas obras”) es “la falta de mérito de la autoridad para resolver una cuestión científica”. En Cuerpos en el agua, sostiene que “la autoridad de Arquímedes no es más válida que la de Aristóteles; Arquímedes tuvo razón porque sus conclusiones concordaban con los experimentos”. Según Drake, “para Galileo, lo único novedoso que había en su ciencia eran sus descubrimientos elocuentes de por si” Se puede coincidir con Drake en que Galileo sólo “consideraba que aplicaba a la fisica el mismo método que Ptolomeo había aplicado con tanto éxito a la astronomía; es decir, la medición esmerada, aplicada geométrica y aritméticamente a una predicción susceptible de ser puesta a prueba, sin entrar en consideraciones causales en el sentido antiguo (aristotélico), ni a (recurrir a) principios metafísicos.

Cuando sus descubrimientos alcanzaron amplia difusión, Galileo fue reconocido como reformador o renovador de la ciencia del movimiento. Walter Charleton, en su Phystologia de 1654 —obra consagrada principalmente a la filosofia natural atomista antigua y nueva pero que contiene una excelente exposición de los descubrimientos en la ciencia del movimiento realizados por Galileo Gassendi y Descartes— no deja lugar a dudas en cuantoal carácter novedoso de los estudios de Galileo. Afirma que la hazaña del Gran Galileo fue sentar "las bases de... la Naturaleza del Movimiento" que produjo una subversión de la Doctrina de Aristóteles al respecto (pág 435), Dice desconocer “Investigación alguna por parte de los Antiguos” sobre “la PROPORCION o Relación en la que “aumenta” la velocidad en el “movimiento Descendente de los cuerpos", descubierta por Galileo. Además, el "Gran Galileo" había efectuado una "incomparable indagación en los misterios más recónditos de la Naturaleza" (págs 435-455).

En 1a literatura científica del siglo XVII se presenta a Galileo no sólo como el descubridor de las leyes del movimiento y el refinador de Aristóteles, sino también como el gran estudioso de los cielos mediante un telescopio. En su ensayo “Modern Improvements of Useful Knowledge" (1676, 18-19) Joseph Glanvill dedica una página entera a los descubrimientos de Galileo:

En la siguiente Epoca después (de Tycho Brahe), que es la nuestra, se ha hecho un uso excelente de sus Descubrimientos y los de su Antecesor, el afamado Copérnico; y se ha elevado la Astronomía a la más noble altura y Perfección de que jamás hayá gozado entre los Hombres. Se necesitaría un Volumen para describir todos y cada uno de los Descubrimientos corno corresponde: Pero mi Plan sólo permite una breve mención: Por consiguiente, para ser breve, empiezo por Galilaeo, considerado Autor del famoso Telescopio; aunque en verdad la gloria de la primera Invención de ese excelente Tubo corresponde a Jacobus Metius de Amsterdam: si bien fue mejorado por el noble Galilaeo, quien fue el primero en aplicarlo a las Estrellas, con cuya incomparable Ventaja descubrió la Naturaleza de la Galaxia, las 21 Nuevas Estrellas que componen la Nebulosa en la Cabeza de Orión, las 36 que se unen en aquella otra en Cáncer, las Ansulae Saturni, las Asseclae de Júpiter, de cuyos Movimientos compuso una Efemérides. Se cree que mediante estas Lunalae se podrá determinar la distancia de Júpiter de la Tierra así como la distancia de los Meridianos, lo que sería de mucha utilidad, puesto que esto siempre se ha medido mediante Eclipses Lunares, que suceden una o dos veces en el año; mientras que las oportunidades para Calcular mediante la ocultación de estos nuevos Planetas serán frecuentes, puesto que ocurren unas 480 veces en el año. Además (para apresurarnos), Galilaeo descubrió las extrañas Fases de Saturno de las cuales una es ob-longa y luego redonda, el incrernerdo y decrecimiento de Venus, como la Luna; las Manchas en el Sol, y su Revolución sobre su propio Eje; la libración de la Luna, reunida de las varias posiciones de sus Maculae; y diversas otras Rarezas maravillosas y útiles, desconocidas en toda la Antigüedad.

Después de este párrafo, que deja al lector sin aliento, es sorprendente que Glanvill dedicara apenas una breve mención a Kepler:

A continuación ha de mencionarse a Kepler, el primero que propuso la Hipótesis Elíptica, efectuó Observaciones muy precisas y laminosas sobre los Movimientos de Marte y escribió una Síntesis de la Astronomía Copernicana, con el Método más claro y perspicuo, que contiene los Descubrimientos de otros y muchos e importantes que son suyos; por no hablar de su Efemérides y su Libro sobre los Cometas.

Glanvill ni siquiera menciona la ley de las áreas ni la ley de la armonia evidentemente no reconocia mérito al proyecto kepleriano de elaborar una nueva astronomm sobre las causas fisicas de los movimientos planetarios.

En los Principia Newton dice que Galileo conocía no sólo las dos primeras de las tres leyes del movimiento sino también los dos primeros corolarios, que tratan de la composición y resolución de las velocidades vectoriales Por consiguiente Newton consideraba a Galileo el fundador de la mecánica racional, a la vez que atribuía a Kepler un papel menor: el descubrimiento de la tercera ley, o ley armónica de los movimientos planetarios y la observación de cometas (Para un estudio de Newton y Kepler véase Cohen 1975).

La astronomia del siglo XVII era indudablemente galileana. Como precursor en el uso del telescopio, Galileo revolucionó la astronomia basada en la observación y se ganó un lugar entre los fundadores de la ciencia moderna. Sus estudios de la caída libre y su análisis de la trayectoria de los proyectiles y del movimiento sobre un plano inclinado son ejemplos clásicos de la combinación del análisis matemático con la experimentación. Sus leyes del movimiento uniforme y uniformemente acelerado constituyen los cimientos de esta disciplina. Y el método de experimentación. sobre todo aquel que permite alterar un solo parámetro por vez, aún lleva su nombre. Superó a Kepler (que carecía de su gran don de llegar al conocimiento mediante la experimentación) y a William Gilbert (que no poseía su genio matemático) y fue el representante de los nuevos rasgos característicos de la Revolución Científica. Fue una figura heroica de esa revolución y uno de los grandes fundadores de la ciencia modema.

Con todo, su revolución no fue completa. Centró sus estudios del movimiento en lo que hoy se llamaría el aspecto cinemático. Aunque comenzó a indagar en el papel de la fuerza en los movimientos terrestres, no avanzó demasiado en ese terreno. A diferencia de Kepler, no se ocupó de las fuerzas cósmicas, las fuerzas celestes o solares que podrían ser responsables de los fenómenos planetarios. Pasó por alto los descubrimientos de Kepler sobre las leyes de los movimientos planetarios y rechazó con desdén su idea de que las fuerzas lunares pudieran actuar a distancia para causar las mareas oceánicas. La revolución científica galileana exigía una etapa adicional, una comprensión de la inercia y de las leyes terrestres y celestes generadoras de la aceleración, sobre las cuales el propio Galileo apenas comenzó a pensar. Pasaría medio siglo antes de quela revolución de Newton concretara la potencialidad de los i hallazgos galileanos y mucho más. Desde luego, no va en desmedro del hombre que ocupa un sitial tan elevado en la historia de la ciencia, sostener que su revolución científica requirió una revolución adicional y más profunda, y que sus grandes avan ces en materia de las leyes y los principios del movimiento —acabados en sí mismos— fueron sólo las etapas preliminares hacia el descubrimiento de una dinámica universal que constituiría el punto culminante de la Revolución Científica. [3]

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NOTAS

[1] En la introducción (1937, 3: IX), Kepler se refirió a la dificultad de leer obras científicas o matemáticas en Latín idioma que no tiene artículos y carece de la felicidad del griego. (volver al texto)

[2] Galileo consideró con justa razón que se trataba de imponer la astronomía copeniieana sobre la ptolenlaica, y que el sistema de Tycho era una solución de compromiso que no merecía consideración. En los sistemas de Copérnico y de Tycho, Venus gira alrededor de! So!. Pero si la Tierra es similar a los planetas, ¿no debería girar alrededor del Sol? En otras palabras, los descubrjr, de Ga tendían aparentemente hacia una suerte de copernicanisrno. (volver al texto)

[3] Ninguna de las grandes obras de Kepler existe en inglés en versión completa, pero su Mysterium Cosmographicum, apareció en 98 en traducción de Duncan con comentarios de Eric Aiton, Edward Rosen tradujo al ingles the Drean, [ sueño] (Madison, 1967) y Conversations with Galileo’ Sidereal Messenger [ con el mensajero sideral de Galileo (Nueva York, 1965). Astronomical Revolution [astronómica) (1973), de Alexandre Koyré, y la nota de Owen Gingerich en el OS (1973) son buenas introducciones a la obra de Kepler. Un grueso volumen editado por Arthur y Peter Beer (Vistas inAstronomy) [ en astronomía) 1975, 18), basado en varios simposios dedicados a Kepler, contiene artículos en versión completa o condensada sobre Lodos los aspectos de su vida y obra. Existen dos traducciones inglesas de la gran obra de Gilbert, On the Magnet: la de P. Fleury Mottelay (1893) y la de Silvanos Thomson (1900; 1958). The De Mundo of Willian Gilbert de Suzanne Kelly (Amsterdam, 1965). y 7’he De Magneze of Willia Gslber:, de Uuanc H. D. Roller (Amsterd 1959) son dos monografías exhaustivas sobre Gilbert. Hay una apreciación crítica actualizada de su obra en Heilbron 1979. Existe una enorme cantidad de libros sobre Galileo, escritos en todos los idiomas. Un simposio internacional realizado en 1983 permitió efectuar una buena reseña de las distintas corrientes de investigación que será publicada bajo la dirección de Paolo Galuzzi. Esta servirá de complemento de una colección editada por Eman McMullin (1967), que contiene una bibliografía de estudios galileanos realizados entre 1940 y 1964. Stil Drake tradujo Dos nuevas ciencia.s y el Diálogo sobre los dos sistemas del mundo y publicó un Lomo de sus obras breves (1957). Publicó los frutos de su largo estudio de la vida y obra de Galileo en su Galileo at Work (1978). Los Galilean Studies (1939 (1978)) de Alexandre Koyré aún poseen extraordinario valor, aunque han quedado parcialmente desactualizados a la luz de investigaciones más recientes. En cuanto a introducciones sencillas a la obra de Galileo en su contexto, véanse Birth of a New Physics, de Cohen (Garden City, 1960 (1985)) y Galileo Galilei de Ludovico Geymonat (Nueva York, 1965). (volver al texto)





9 Bacon y Descartes

Una de las grandes preocupaciones del periodo de la Revolución Científica fue la cuestión del metodo. La literatura sobre el tema refleja la conciencia de la nueva época, en la que se consideraba que los principios y procedimientos sólidos eran más importantes para el avance del conocimiento que la intuición y el intelecto. Los tratados del siglo XVII en su gran mayoría, comienzan con una discusión sobre método o concluyen con una declaración metodológica. Una de las obras más importantes sobre el tema —el Discurso del método de Descartes (1637)—fue escrito (y publicado) como introducción a tres trabajos científicos: Geometría, Meteorología y Dióptrica. Una de las obras más leídas y citadas de Newton era metodológica: el “Escolio general”, con clusión de la segunda edición de los Principia (1713), donde se analizaba la naturaleza de la explicación en la filosofía natural y e] papel de la hipótesis. El método resultó de importancia fundamental durante la Revolución Científica porque el aspecto más novedoso de la nueva ciencia ola nueva filosofía era la combinación de la matemática con el experimento. En épocas anteriores el conocimiento era sancionado por las escuelas, los consejos, los sabios, y la autoridad de los santos, la revelación y las Santas Escrituras; en cambio, en el siglo XVII se sostenía que la ciencia se basaba en cimientos empíricos y en el buen sentido. Cualquiera que comprendiese el arte de realizar experimentos podía poner a prueba las verdades científicas, y este factor introducía una diferencia fundamental entre la nueva ciencia y el conocimiento tradicional, fuese la ciencia antigua, la filosofía o la teología. Además, el método, fácil de aprender, permitía a cualquiera realizar descubrimientos o hallar nuevas verdades. Fue, pues, una de las fuerzas democratizantes más poderosas,de la historia de la civilización. El descubrimiento de la verdad había dejado de ser una gracia concedida a unos pocos hombres y mujeres de dotes espirituales o mentales singulares. En la presentación de su método, Descartes dijo: “Jamás he presumido de poseer una mente más perfecta en ningún sentido que la de un hombre común” (Descartes 1965,4). Ningún aspecto de la ciencia del siglo XVII fue tan revolucionario como el método y sus consecuencias. La Revolución Científica produjo dos destacados codificadores del método: Francis Bacon y Rcné Descartes. El primero ocupa un lugar ambiguo en la historia de la ciencia porque no fue un científico e incluso desdeñó los grandes descubrimientos efectuados en su época por Copérnico, Gilbcrt y Galileo. Descartes, en cambio, ocupa un lugar destacado en la historia de la física y la matemática y además se lo considera uno de los principales filósofos de la era moderna. En este capítulo se abordará el problema de si existió una revolución baconiana o cartesiana en el siglo XVII, o bien si estos dos hombres —al igual que Copérnico, Gilbert y Kepler— sólo clarificaron, enfatizaron o (en cierta medida) inauguraron alguno de los rasgos fundamentales de la Revolución Científica.


Francis Bacon pregonero de la nueva ciencia

Generalmente se resume el aporte de Bacon a la Revolución Científica en cuatro sectores: como filósofo de la ciencia abogó por un método nuevo para investigar 1a naturaleza; destacó la importancia de clasificar las ciencias (y el conocimiento humano en general); fue el primero en advertir que las aplicaciones prácticas de la nueva ciencia mejorarian la calidad de vida y acrecentarían el dominio del hombre sobre la naturaleza; y concibió una comunidad científica organizada (destacando la importancia de las academias y asociaciones científicas). Como vocero del método inductivo —que en combinación con la experimentación y la observación posee una importancía fundamental en muchas ramas de la ciencia-, fue el pregonero de la nueva ciencia.

Fustigó la lógica deductiva pura por estéril, ya que no sirve para aumentar el conocimiento. También atacó la antigua inducción basada en la enumeración simple, aplicable solamente cuando la categoría de las cosas a las que se refiere es finita y accesible (véase Quinton 1980, 56-57), como en la afirmación de que todos los miembros fundadores de la Royal Society son varones mayores de treinta años. Sostenían que su nuevo método inductivo superaba la inducción aristotélica completa o perfecta (inductio... quae procedí per enumeratione simplicem; en Novum Organum-, libro 1, aforismo 105) porque conducía a generalizaciones sobre todas las cosas, no sólo a una propiedad compartida por todos los miembros de una enumeración finita. Bacon era consciente de que no se puede demostrar la verdad de una inducción en sentido general. La palabra “todos” implica siempre la posibilidad de que se descubra una excepción a la generalización inductiva, puesto que ésta se basa —no podría ser de otro modo— en un número finito de casos. Suyo es el mérito de haber afirmado que basta un solo caso negativo para refutar una inducción, en tanto cada confirma ción positiva sólo sirve para fortalecer la creencia. Por eso señala en Novum Organum (lib, 1, af, 46=1905, 266) que la instancia negativa es la más poderosa (major est vis instantae negativae), No es pequeño mérito el haber comprendido en esa época los principios expuestos luego en este siglo por G. H. von Wright y Karl Popper, de que las leyes de la naturaleza o las teorías no son verificables sino refutables.

Bacon comprendió que su método de la inducción basada en la experimentación proporcionaría a las ciencias una nueva herramienta o instrumento (novum organum) en reemplazo de la antigua herramienta de la lógica deductiva aristotélica. Previó que la ciencia se desarrollaría mediante la elaboración de grandes tablas de datos, obtenidos mediante la experimentación y la observación, desdeñando las hipótesis. Comprendía, desde luego, que la mera acumulación de información no conduciría siempre a principios científicos inductivos útiles; se declaró partidario de la selectividad, pero no respondió al problema de cómo elaborar una norma de selección. Científicos como Boyle, Hooke y Newton expresaron en distintos grados su adhesión a la filosofía baconiana. En los Principia (2da. ed. 1713; 3ra. ed. 1726) Newton exploró el método de inducción desde las propiedades o cualidades de los cuerpos sobre los cuales se puede experimentar las “cualidades de todos los cuerpos universalmente” (regla 3, lib. 3). Y declaró enfáticamente, en una frase que Bacon sin duda habría aprobado, que “en la filosofía experimental, las proposiciones tomadas de los fenómenos mediante la inducción deben considerarse totalmente verdaderas o casi verdaderas no obstante las hipótesis en contrario, hasta tanto nuevos fenómenos vuelvan más exactas tales proposiciones o bien demuestren que son susceptibles de sufrir excepciones” (3ra ed., regla 4). “Es necesario seguir esta regla —afirmó——, a fin de que los argu montos basados en la inducción no sean anulados por hipótesis.”

La influencia positiva de Bacon sobre el pensamiento científico del siglo XVII se advierte en la aparición del concepto de “experimento crucial”, empleado con gran efectividad por Isaac Newton en 1672, al presentar sus experimentos y teorías sobre el análisis y la composición de la luz del sol y la naturaleza del color. La expresión proviene de la Micrographia de Hooke (1665, 56) y es una adaptación de “instancias cruciales”, la frase empleada por Bacon en Novum Organuin (lib. 2, af. 36 1905, 343). Bacon fue probablemente quien originó la postura de Newton contraria a las hi potesis expresada en la escolia general con que concluye la segunda edicion de Principia y sintetizada en la divisa hypotheses non fin go.

Muchos científicos han utilizado la inducción baconiana, pero no se puede decir lo mismo de su clasificación de los procedimientos y sus reglas detalladas. Lo que dicen los clásicos defensores del papel de Bacon como reformador y codificador del método científico (Fowler 1881, cap. 4) se aplica más a la filosofía que a la ciencia. Novum Organum no parece una obra sobre la ciencia moderna, y su estudio del calor (principal ejemplo de aplicación del método cn el libro 2) se parece más a uno de esos análisis aristotélicos y escolásticos que Bacon fustigaba que a un ejemplo de la nueva ciencia. Como señala Charles Sanders Peirce, ningún método “mecánico” como las tablas de exclusión de Bacon puede generar nuevos conocimientos científicos signifi cativos. “Aunque la concepción (del método) de Lord Bacon es superior a las más antiguas —dice Peirce (1934, 224)—, el lector que no se deja abrumar por su grandilocuencia queda asombrado ante su visión inadecuada del procedimiento científico.”

Una de las fallas más conspicuas en la concepción baconiana de la ciencia es su desconocimiento del importante papel de la matemática en la teoría científica. Si por un lado existen buenos argumentos a favor de la acumulación de hechos contra la elaboración de hipótesis, el método de Bacon resta importancia a innovaciones conceptuales que cumplieron un papel mayor en el progreso de la ciencia que los hechos y las generalizaciones restringidas. Uno de los objetivos expresos de la Royal Society fue la acumulación de datos fácticos sobre los minerales, las informaciones de los artesanos y otros. Pero las verdaderas vías de desarrollo de la ciencia siempre han sido (siguen siendo) conceptuales y teóricas, más que meramente fácticas. Qué decir de un presunto vocero del método científico que rechaza el descubrimiento galileano de los satélites de Júpiter!

Existe en la historia de la ciencia una disciplina que se ha desarrollado en forma verdaderamente baconiana: la meteorología. Durante mucho tiempo, en gran número de estaciones distribuidas por todo el mundo, los meteorólogos han reunido datos so bre la temperatura, la humedad, las precipitaciones y los vientos en una forma sistemática que hubiera fascinado a Francis Bacon. Pero es un hecho que esta rama de la ciencia, a diferencia de la física, la química, la biología y la geología, ha sido incapaz de crear (por métodos inductivos o los que fuesen) una estructura teórica útil. Se puede hablar del tiempo, pero no se lo puede pronosticar con precisión ni modificar.

Tal vez Bacon revolucionó la filosofía de la ciencia, pero de ninguna manera provocó una revolución baconiana en la ciencia. Lo mismo sucede con su clasificación de las ciencias, que en realidad es una clasificación del conocimiento (véanse Fowler 1881, cap. 3; Quinton 1980, cap. 6). En su prospecto e introducción de la gran Encyclopédie, escrita a mediados del siglo XVIII Diderot y d’Alembert modificaron el sistema de Bacon y lo presentaron con gran alarde en forma tabular y gráfica. Pero por grande que fuese su aporte en esta área de la filosofía, no constituyó una revolución en la ciencia.

¿Qué se puede concluir sobre Baeon y la Revolución Científica? El autor de es ta obra piensa, con Quinton (1980,83), que Bacon ocupa un lugar de importancia doble: “como profeta y crítico”. Contribuyó a separar “la ciencia de la religión y de la metafísica religiosa”, y a “elevar la posición de la investigación natural, antes considerada brujería prohibida o bien despreciable trabajo manual” (Quinton 1980, 83. 84). Más importante que eso fue la previsión baconiana de que la ciencia aumentaría el poder del hombre y le permitiría un mayor control sobre su medio. La “meta real y legítima de las ciencias —escribió en Novum Organum (lib. 1, af. 81 1905, 280)— no es otra que ésta: dotar a la vida humana de nuevos descubrimientos y poderes”, y también: “Los caminos al poder humano y al conocimiento humano corren juntos y son casi uno” (lib. 2, af. 4= 1905, 303); “por consiguiente, la verdad y la utilidad son una y la misma cosa” (lib. 1, af. 124=1905, 298). El “imperio del hombre sobre las cosas depende por completo de las artes y las ciencias (lib. 1, aL 129=1905, 300), pues no podemos dominar la naturaleza sin obedecerla”. No es casual que se haya calificado a Bacon de “filósofo de la ciencia industria]” (Fan-ington 1949). Pero se debe recordar que el mejoramiento de las condiciones de vida no era la principal preocupación de Bacon, “Las obras —dice (lib. 1, af. 124= 1905, 298)— poseen mayor valor como garantías de la verdad que como contribución a las comodidades de la vida.”

Bacon fue también un gran profeta de la organización de los científicos en asociaciones y academias caracterizadas por el trabajo de investigación en equipo. En el fragmento utópico llamado Nueva Atlantis (1627) describió una institución central de investigación científica con laboratorios, jardín botánico, zoológico, cocinas y hornos e incluso talleres de mantenimiento reunidos. En esa obra sostuvo que la división del trabajo científico vuelve más eficiente la producción del conocimiento. Muchos estudiosos de la historia económica le atribuyen la primera exposición general de la división del trabajo. No cabe duda de que Bacon ejerció una fuerte influencia sobre los fundadores principales de la Royal Society, institución que en su concepción original mostraba su impronta. Esa influencia está reflejada en History of the Royal Society de Sprat (1667), obra que, además de elogiarlo, lleva su retrato en la figura alegórica de la portada.

Podemos coincidir con Farrington en que la Royal Society “se puede considerar con justicia el mayor monumento a Francis Bacon” (1949,18).


La revolución científica de Descartes

Bacon no fue el único pensador de la época que comprendió que la verdadera ciencia ayudaria al progreso de la medicina y las artes técnicas. Descartes sostuvo más o menos lo mismo en su célebre Discurso del método (1637), en cuya conclusión se refiere al objetivo de “empeñar toda nuestra capacidad en procura del bien general para todos los hombres” (1965, 50). La ciencia justa, desarrollada según los principios cartesianos, será un tipo de “conocimiento que será de gran utilidad en esta vida".

Al igual que Galileo y Kepler, se consideró un agente revolucionario que producía una nueva ciencia. Pero mientras Galileo se consideraba el creador de nuevas ciencias del movimiento local y de la fuerza de los materiales. y Kepler se proclamaba amor de una nueva astronomía, Descartes afirmaba haber revolucionado toda la ciencia y la matemática e incluso sus fundamentos metodológicos o filosóficos. Desde luego que esto no basta para creer que hubo una revolución cartesiana, pero muchos autores del siglo XVII así lo ratifican, Joseph Glanvill, por ejemplo, en su comparación del conocimiento moderno con el antiguo, no sólo expresó su entusiasmo ante los magnos descubrimientos de Descartes en la matemática y las ciencias físicas, sino que hizo imprimir su nombre en letras gruesas de cuerpo grande para subrayar su grandeza (Glanvill 1676, Essay s, 13 y sigs.). Y ha visto que los científicos adoptaron su nueva matemática y su filosofia mecánica revolucionaria. Su nuevo principio de la inercia y su revolucionaria concepción del estado de movimiento se convirtieron en la piedra angular de la mecánica racional y la dinámica celeste newtonianas. Sus principios biológicos reduccionistas dominaron la fisiología moderna durante mucho tiempo. No cabe duda, pues, de que las innovaciones cartesianas pasan las dos primeras pruebas que determinan la revolución en la ciencia.

Los historiadores y filósofos han atestiguado la realidad de una revolución cartesiana desde mediados del siglo XVIII. cuando se difundió el empleo del término en relación con el desarrollo de la ciencia. Esta es la tercera prueba. La ciencia cartesiana también pasa la cuarta y última prueba, la del testimonio de los científicos en actividad. Ya en el siglo XVIII. d’Alembert habló de la revolución cartesiana (1751) y Turgot afirmó directamente que Descartes “hizo una revolución” (1973,94). Condorcet opinó sobre Descartes cuando habló del “primer principio de una revolución en los destinos de la raza humana”. Condillac coincidió en que se había producido una revolución cartesiana, a la vez que negó expresamente que Bacon fuera el instigador o el realizador de una revolución. En el siglo XIX, William Whewell, quien se refirió a Descartes en relación con una contrarrevolución, sostuvo que cuando Bacon “anunció un Nuevo Método”, no se “limitó a corregir ciertos errores vigentes” (1865. 1:339). El método de Bacon “transformó la Insurrección en una Revolución y dio lugar a una nueva Dinastía filosófica”.

Si algunos autores atribuyeron a Bacon una revolución en la filosofía o en la metodología de la ciencia, a la vez reconocieron que Descartes había ejercido una influencia revolucionaria sobre las ciencias en sí, Así lo subrayan las historias de la ciencia de Louis Figuier y Henri de Blainville. En un ensayo de 1874, “On the Hypothesis that Animals are Automata”, Thomas Fleniy Huxley afirmó que la obra de Descartes fue “a la fisiología del movimiento y la sensación lo que fue la de Harvey a la circulación de la sangre, y abrió el camino hacia la teoría mecánica de estos procesos. que ha sido aplicada por todos sus sucesores” (Huxley 1881,200-201). En este siglo, sir Charles Sherrington, premio Nobel de fisiología, se pronunció aun con mayor vigor. En su análisis del concepto cartesiano del cuerpo animal como máquina, sostuvo (1946, 187) que las “máquinas se han desarrollado y multiplicado alrededor de nosotros a un grado tal, que se nos puede pasar por alto la fuerza que tenía esa palabra en el siglo XVII. Con ella Descartes dijo más que con cualquier otra que hubiera podido emplear, como concepto revolucionario en la biología y expresión de cambios que resultaron perdurables”. L. Roth, en cambio, sostuvo que la “crítica moderna se inició con una observación de Freudenthal de que el carácter novedoso del cartesianisrno no radicó en su psicología ni en su teoría del conocimiento ni en su ética ni en su metafísica, sino en su física”, y concluyó que “la ‘revolución’ cartesiana significó el intento de sustituir la física basada en la metafísica por una metafísica basada en la física”. (1937, 4).

Paul Schreker, uno de los principales estudiosos contemporáneos de la ciencia y la filosofía del siglo XVII, escribió que “aunque los Principia de Newton... provocaron un cambio drástico en la física, de todos modos (no es) una obra revolucionaria en el mismo nivel que los Principios de Descartes” (1967,36). Schreker cita al gran historiador Jules Miche quien “afirmó que la Revolución de 1789 se había iniciado con el Discurso del método “. John Herman Randail (h.) se refiere una y otra vez a la revolución cartesiana en The Making of the Modern Mind (La formación del pensamiento moderno) (1926,235 y sigs.). No dudaba de que era la revolución más significativa del siglo XVII.

Descartes conforma los cuatro criterios principales de la revolución en la ciencia. También fue revolucionario en la filosofía, pero tal vez ese aspecto no tiene gran relación con su obra científica. [1] En cuanto a los testimonios de sus contemporáneos sobre el carácter revolucionario de su pensamiento, cabe mencionar que su Opera Philosophica permaneció en el índex Librorum Prohibitorum desde su aparición hasta su última reimpresión en el siglo XX, más de un siglo después de que el Diálogo de Galileo fuera borrado de esa lista.

La revolución cartesiana presenta varias diferencias con otras revoluciones científicas. En primer lugar, no perduró. La filosofía natural newtoniana fue un ataque frontal directo contra la física cartesiana (véase el capítulo 1); Newton demostró en la conclusión del libro 2 de Principia que el sistema de vórtices viola la ley kepleriana de las áreas. Pero la influencia de Descartes fue tan poderosa que a mediados del siglo XVIII, el abate Nollet, el gran científico francés especialista en electricidad, aún defendía el sistema de los vórtices, lo mismo que su contemporáneo Leonhard Euler, el mayor matemático y físico matemático de la época. Su rechazo de la posibilidad de que existiera el vacío pasó rápidamente a engrosar la lista de curiosidades históricas, pero su concepto del estado de movimiento y la ley de la inercia fueron de fundamen tal importancia para el desarrollo posterior de la física. En fisiología y psicológía, su influencia se extendió más allá del siglo XIX.

Otra diferencia entre su revolución y otras radica en que no existe un gran principio o teoría científica que lleve su nombre, ni se enseña ninguna ley o teoría atribuida a él. Hasta hace unos años se enseñaba una llamada ley de la refracción de Descartes, pero ahora se la llama ley de Snel (o, erróneamente, de Snell), su verdadero descubri dor; hay quienes alegan que Descartes lo plagió. Distinto es el caso de la matemática, donde la revolución cartesiana fue profunda y duradera. En álgebra se honra su memoria con la ley de los signos que lleva su nombre. Asimismo, con el término de coordenadas cartesianas, los matemáticos honran en Descartes al autor de una gran revolución en los comienzos de la ciencia moderna. [2]

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NOTAS

(1) Uno de los aportes significativos de Descartes a la filosofía es su fórmula sobre la dualidad de “mente” y “cuerpo” (el llamado “dualismo cartesiano”). Según él, el cuerpo es una máquina y la mente (el alma) es una sustancia pensante pura.(volver al texto)
(2) Los escritos de Bacon están al alcance del lector en las sucesivas reimpresiones de Works (7 vols 1857-1859; 1887-1892; 1963), edición preparada por Spedding, R. L. Ellis y D. D. Heath. Las traducciones al inglés fueron recopiladas por John M. Roberison en el tomo The Philosophical Works (1905). The New Organon apareció en 1960 en edición preparada por Fulton M. Andersen quien escribió un resumen exhaustivo de la filosofía baconiana (1948). Thomas Fowler preparó una edición en el latín original con extensas notas en inglés (1878-1889); Maria Faitori recopiló un utilísimo vocabulario (1980). Hugh Dick (1955) preparó una edición de obras escogidas (Selected Writings). Anthony Quinton es autor de una exce lente introducción breve al pensamiento y la influencia de Bacon, que complementa el clásico estudio de Fow de 1881. Paolo Rossi presenta algunas ideas novedosas y perturbadoras en Francis Bacon: From Magic to Science (1968); Benjarnin Farrington subraya el aspecto prác tico en su introducción a la obra del filósofo (1949).

Los escritos de Descartes están recopilados en la edición estándar en 12 tomos (1897- 1913; 1971.1976) de Charles Adam y Paul Tannery. Existen recopilaciones de sus escritos en traducciones al inglés de Elizabeth Haldane y G. R. T. Ross (1911-1912; 1931; 1958). de John Veitch (1912). de Norman Kemp Smith (1952) y de Elizabeth Anscombe y Peter Thomas Geach (1954). Esas cuatro ediciones contienen el Discurso del método, que también fue traducido por Laurence Lafleur (1956) y F. E. Sutcliffe (1968). Paul J. Olscamp es autor de una traducción del Discurso junto con Oprica, Geometría y Meteorología. La Geometría fue traducida al inglés por David Eugene Smith y Marcia Laiharn (1925; 1954); Michael Mahoney tradujo y escribió una versión de le monde (1979). Las dos últimas ediciones incluyen facsímiles de las primeras ediciones francesas, lo mismo que el Tratado sobre el hombre (1972), traducido al inglés y comentado por Thomas S. Hall.

El mejor estudio sobre la física cartesiana sigue siendo el de Mouy. 1934, complementa do por una importante tesis doctoral de Oeoffrey Sution (1982). Los estudios de Gaston Milhaud publicado bajo el título de Descartes savani (1921) siguen conservando su importancia seis décadas después de su aparición. No existe un buen estudio actualizado de la física carte siana con su historia e influencia. Rée 1974 y Williams 1978 son dos profundos estudiosos de la ciencia de Descartes. Kecling 1968 (1934) es una buena introducción a la filosofía cartesia na en su conjunto. Smith 1952 es una obra sumamente importante. Se recomienda también el ensayo “Newton and Descartes” de Alexandre Koyré, con trece suplementos, en Koyré 1965.(volver al texto)





La revolución newtoniana

La revolución newtoniana difiere de las revoluciones científicas y rnaiemátjcas (reales o supuestas) analizadas hasta aquí en el hecho de que su autor fue considerado un revolucionario en el curso de su propia vida. Sus contemporáneos reconocieron el carácter revolucionario de las Philosophiae Naturalis Principia Mas hem.auca para el cálculo y para la ciencia de la mecánica. Visto en perspectiva histórica, Newton es una personalidad extraordinaria por sus aportes fundamentales a distintas disciplinas: matemática pura y aplicada; óptica y teoría del color y la luz; diseño de instrumentos científicos; codificación de la dinámica y formulación de los conceptos básicos del tema; invención del concepto principal de la ciencia física (masa); invención del con cepto y la ley de la gravitación universal y elaboración de un nuevo sistema sobre esa base; formulación de la teoría gravitacional de las mareas; formulación de la nueva metodología de la ciencia. También efectuó estudios sobre calor, química y teoría de la materia, alquimia, cronología, interpretación de las Sagradas Escrituras y otros te mas. La magnitud de sus inquietudes intelectuales es causa de asombro.

La revolución newtoniana en matemática tuvo dos aspectos: la invención del cál culo (honor que comparte con Leibniz) y la aplicación de lamatemáticaa la física y la astronomía. Esto último provocó la revolución newtoniana en la ciencia (en oposición a la revolución matemática). Desde luego que tuvo grandes precursores en el ar te de desarrollas la filosofía natural mediante principios matemáticos: Stevin, Galileo, Kepler, Wallis, Hooke, Huygens. En este sentido, la revolución newtoniana no fue una creación absolutamente nuéva sino la culminación de un esfuerzo realizado por muchos autores, que se remonta a os albores de la Revolución Científica. Sin embargo, la comparación más superficial de los Principia con la Asironomia Nova de Kepler, las Dos nuevas ciencias de Galileo, la Mecánica de Wallis, las obras de Hooke sobre el movimiento o el tratamiento del movimiento acelerado en el tratado de Huygens sobre el reloj de péndulo muestra una diferencia de varios órdenes de magnitud en cuanto a profundidad, envergadura y técnica. Debido a la magnitud de ese salto, los Principta de Newton hicieron “época” (como señaló Clairaut en 1747) en la “revolución de las ciencias físicas”.

Algunos autores sostienen que Newton efectuó una síntesis, una especie de unificación de las ideas o los principios de Kepler, Galileo, Hooke y otros científicos. Pero seria temerario afirmar que su ciencia revolucionaria significó una a o fusión de esas ideas o principios, puesto que en rigor los Principia demostraron que eran erróneos. Una ciencia “verdadera” de ninguna manera puede ser producto de la mera amalgama de ideas y principios falsos. Entre los conceptos cuya falsedad se demuestra en los Principia de Newton se encuentran los siguientes:

Kepler las tres leyes planetarias son descripciones “verdaderas” del movimien to de esos cuerpos; una füerza solar ejercida sobre ellos disminuye en proporción a la distancia y sólo actúa en o cerca del plano de la eclíptica; el Sol debe ser un enorme imán; debido a su “inercia natural”, un cuerpo en movimiento queda en reposo en el momento en que la fuerza motriz deja de actuar.

Descartes: los planetas son trasladados por un mar de éter que se desplaz.a en grandes vórtices; los átomos no existen (no pueden existir), como tampoco existen el vacío o el espacio vacío.

Galileo: la aceleración de los cuerpos que caen hacia la Tierra es constante para cualquier distancia, incluso desde distancias tan grandes como la de la Luna; la Luna no puede influir sobre (o ser la causa de) las mareas oceánicas.

Hooke: la fuerza centrípeta inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que actúa sobre un cuerpo (con un componente de inercia) produce un movimiento orbital con una velocidad inversamente proporcional a la distancia desde el centro de la fuerza: esta ley es consistente con la ley de las áreas de Kepler.

Obsérvese que Newton también negó la existencia de las fuerzas “centrífugas” que eran la base de la física del movimiento de Huygens. En su lugar introdujo el concepto de fuerza “centrípeta”: eligió ese término porque era similar —aunque opuesto en sentido o dirección— a la vis centrifuga de Huygens.

La naturaleza de la revolución newtoniana queda clara en la comparación o el contraste de sus “principios de filosofía” (como él llamaba sus Principia) con los Principios filosóficos de Descartes. El lector crítico descubre con asombro que la obra de este último está desprovista de matemática, puesto que está dedicada en gran medida a la filosofía y los principios filosóficos de la fisica o la filosofía natural. sólo dos de sus cuatro panes tratan de la física propiamente dicha y el desarrollo del sistema cósmico de vórtices. Aquí Descartes desarrolla las leyes cuantitativas de choque, todas erróneas, como se ha visto en cada ejemplo. El autor las incluyó como un subconjunto de su tercera ley de la naturaleza. Pero cuando Wallis publicó las verdaderas leyes en Philosophical Transactions of the Royal Society, [1] les puso el título más limitado y justo de “leyes del movimiento”. Los Principia de Newton comienzan con un conjunto de “definiciones” seguido de “axiomas o leyes del movimiento”, de las cuales las dos primeras corresponden aproximadamente a las dos primeras leyes de la naturaleza de Descartes. Aparentemente, Newton transformó las regulae quaedam sive leges naturae cartesianas en sus axiomata sive leges mona. Redujo el sistema de la mecánica racional a tres axiomas o leyes del movimiento: 1) el principio de inercia, según el cual un cuerpo continuará en estado de reposo o de movimiento rectilíneo uniforme hasta que sufra la acción de una fuerza externa; 2) la relación de una fuerza con su efecto dinámico: una fuerza exterior continua produce un cambio (en una unidad de tiempo) en el momento de un cuerpo en la dirección de la acción de esa fuerza; 3) la igualdad de la acción y la reacción.

Al transformar el título cartesiano Principia Philosophiae en Philosophiae naturalis Principia mathematica, Newton se jactaba de haber matematizado los principios y elaborado una filosofía natural, más que una filosofía general. No sólo desarollaba los principios, las demostraciones y las aplicaciones de las proposiciones en forma matemática, sino que presenta una nueva manera de utilizar la matemática en la filosofía natural.

Principia es un libro extraordinario en varios niveles. Presenta resultados originales en matemática pura (teoría de límites y geometría de las secciones cónicas), desarrolla los conceptos fundamentales de la dinámica (masa, momento, fuerza), codifica sus leyes principales (las tres leyes del movimiento) y demuestra la importancia dinámica de las tres leyes del movimiento planetario de Kepler y la conclusión expe rimental de Galileo de que dos cuerpos de peso desigual caerán en caída libre (en el mismo lugar de la Tierra) con aceleraciones y velocidades idénticas. Desarrolla las leyes del movimiento curvilíneo, el estudio del péndulo y la naturaleza de los movi mientos en una superficie y demuestra cómo tratar el movimiento de partículas en campos de fuerza continuamente variables. También indica la manera de analizar el movimiento ondulatorio y estudia los movimientos de cuerpos en medios resistentes. El broche de oro es el libro tercero, donde expone su sistema del universo, regulado por la gravedad, por la acción de una fuerza general, una de cuyas manifestaciones particulares es el familiar peso terrestre. Buena parte de la obra trata de las órbitas de los planetas y sus satélites, los movimientos y trayectorias de los cometas y las mareas oceánicas.

Como ejemplo del nuevo nivel de pensamiento en los Principia, considérese el movimiento de la Luna, con sus aparentes irregularidades. Durante mil quinientos años los astrónomos habían analizado los movimientos de la Luna mediante esquemas geométricos, sin pensar en sus causas. Newton demostró que la causa principal de las “desigualdades lunares” era el fenómeno de la perturbación, producto de la acción gravitacional del Sol y la Tierra sobre la Luna. A partir de la aparición de los Principia, en 1687, se pudo abordar el problema a partir de sus primeras causas o principios y proceder de allí al estudio de los efectos. Como se observa en una reseña de la segunda edición, era una manera enteramente nueva de abordar el problema. [2]

El triunfo mayor fue, quizá, la explicación de que la causa de las mareas es la atracción gravitacional del Sol y la Luna sobre los mares. “El flujo y reflujo del mar surgen de las acciones del Sol y la Luna” (lib. 3, prop. 24). La magnitud de este descubrimiento está demostrada en su predicción sobre la forma de la Tierra, aplanada en los polos, basada en su análisis de la precesión y de la atracción asimétrica de la Luna sobre la supuesta comba ecuatorial terrestre.

Según algunos analistas, la grandeza de los Principia radica en su compromiso con una física de la inercia, que para Newton es una propiedad de la masa. El es el primer autor que distingue claramente entre masa y peso y reconoce que la masa de un cuerpo tiene dos aspectos separados y diferentes. La masa es una medida de la resistencia del cuerpo a la aceleración o al cambio en su estado de reposo o movimiento: se trata de la inercia. (Newton a veces emplea el término “fuerza de inercia” o vis inerteiae, pero ésta difiere de las fuerzas “activas”, capaces de producir aceleración.) Pero la masa de un cuerpo también es una medida de su reacción en un campo gravitacional dado. ¿Por qué habría de existir una relación entre la resistencia (inercial) de un cuerpo a la aceleración y su respuesta (gravitatoria) a un campo gravitacional? La física clásica no tiene respuesta a este problema. Newton comprendió que la respuesta debía basarse en la experimentación, y demostró por esta vía la relación constante entre gravedad e inercia. Sólo en la teoría de la relatividad de Einstein la equivalencia de la masa “inercial” y la masa “gravitacional” se vuelve una necesidad lógica. Einstein sentía gran admiración por Newton, por haber profundizado tanto en el problema y por reconocer que las únicas bases de la equivalencia eran experimentales.

La naturaleza de la matemática de los Principia suele ser malentendida. Una lectura superficial da la impresión de que Newton emplea la geometría griega, en un estilo similar al de Euclides o Apolonio. Pero el estudio cuidadoso de la obra demuestra que el autor desarrolla el tema mediante el cálculo, expresando las relaciones geométricamente mediante razones y proporciones y aplicando el “limite” apenas una cantidad fundamental desaparece (o surge). Por eso, aunque Newton no desarrolla un algoritmo del cálculo (o fluxión) para aplicarlo en forma sistemática, sí recurre constantemente a procedimientos de limitación que equivalen al uso del cálculo y que se traducen con facilidad al simbolismo del algoritmo newtoniano o leibniziano. El marques de l’Hópital reconoció este aspecto de los Principia y observó (para gran orgullo de Newton) que la matemática de la obra es casi puramente calculatoria. Esto resulta evidente para el lector cuidadoso, desde el desarrollo de la teoría de límites en la sección 1 deI libro 1 y desde la explícita teoría de las fluxiones (versión newtoniana del cálculo diferencial) en la sección 2 del libro 2. En la obra existe otra aplicación original de la matemática, con el uso extensivo de series infinitas.


El estilo de Newton

La esencia de la ciencia revolucionaria de Newton radica en lo que aquí se denominará el “estilo newtoniano”. Este aparece con toda claridad en los Principia, en el estudio de las leyes de Kepler. [3] Se parte de una construcción matemática pura, un sistema imaginario: no una simplificación de la naturaleza sino un sistema artificial, que no existe en el mundo real. “Real” significa aquí el mundo exterior, revelado a través de la observación y la experimentación. En este sistema o construcción, una masa puntual gira alrededor de un centro de fuerza. Newton demuestra matemáticamente (lib. 1, prop. 1) que si en ese sistema una fuerza se dirige constantemente de la masa o partícula orbitante al centro de fuerza inmóvil, la ley de las áreas (segunda ley de Kepler) es válida. Recíprocamente (prop. 3), si la ley de las áreas es válida, esa fuerza centrípeta o dirigida al centro necesariamente existe. Por consiguiente, se prueba que la existencia de la fuerza centrípeta es condición necesaria y suficiente de la ley de las áreas. Luego se demuestra que si La órbita es elíptica, la fuerza central varía en forma inversamente proporcional al cuadrado de la distancia. Por último se de muestra que si en esas condiciones de fuerza existçn varios puntos de masa en órbita que no interactúan entre sí —o (lo que viene a ser lo mismo) si se compara el movimiento de cualquier masa puntual con lo que seria su movimiento a otra distancia del centro—, la ley armónica (tercera ley de Kepler) también será válida. Aquí se obser va, dicho sea de paso, que Newton ha demostrado por primera vez la significación dinámica de cada una de las leyes de Kepler. Hasta aquí, el procedimiento constituye una primera fase puramente matemática.

En la segunda fase, Newton compara su construcción mental con el mundo real y descubre de inmediato que en el sistema solar, por ejemplo, los cuerpos en órbita no giran alrededor de centros de fuerza “matemáticos” sino alrededor de otros cuerpos reales. La Luna gira alrededor de la Tierra; la Tierra y los demás planetas giran alrededor del Sol. Por consiguiente, a fin de poner su construcción mental o sistema imaginario en armonía con el mundo real, Newton introduce una segunda masa puntual. La primera ocupa el centro y atrae la orbitante, alejándola constantemente de su tra yectoria inercial, que de otro modo sería rectilínea. Pero del principio de que para cada acción existe una reacción de magnitud igual y sentido contrario (tercera ley del movimiento) se deriva que si el cuerpo central atrae al cuerpo orbirante, éste también ejerce una atracción sobre aquél. La construcción mental se amplia así para convertirse en un sistema de dos cuerpos que interactúan. Newton procede a demostrar que en tales circunstancias la trayectoria del cuerpo orbitante no es una elipse simple en torno del cuerpo central que ocupa uno de los focos; más bien, lo que ocurre es que los dos recorren elipses alrededor de su centro de gravedad común.

Este sistema de dos cuerpos constituye una modificación de la primera fase en la cual Newton desarrolla matemáticamente las propiedades de su construcción mental (ahora revisada). En una segunda fase modificada, compara el nuevo sistema con el mundo exterior. Descubre nuevamente que este sistema no coincide con el mundo real. Por ejemplo, en nuestro sistema solar, no hay uno sino varios planetas girando alrededor del Sol. Entonces, para hacer coincidir la construcción mental con el mundo exterior, Newton pasa a otra modificación de la primera fase, en la que dos o más masas puntuales giran alrededor de la masa central. La aplicación de la tercera ley de muestra nuevamente que cada una de estas masas atrae la masa central y es atraída a la vez por ésta. En consecuencia, cada masa orbitante puntual es un cuerpo que puede ser atraído y un centro de atracción. Cada cuerpo orbitante sufrirá la acción de los demás y actuará sobre ellos. El sistema está conformado por cuerpos que se perturban entre sí y estas perturbaciones producen leves alteraciones sobre las leyes de Kepler. De ahí Newton procede a hallar la medida cuantitativa de la desviación del sistema solar respecto de las leyes de Kepler.

En este contrapunto entre las construcciones matemáticas y las comparaciones con el mundo real, Newton oscila entre la primera y segunda fase para avanzar de un sistema de un cuerpo a otro, no sólo de varios cuerpos sino que también incluye satélites, como las lunas de la Tierra, Saturno y Júpiter. Hasta aquí ha utilizado masas puntuales en lugar de cuerpos físicos porque aún no ha tenido en cuenta tamaños y formas, pero luego traslada el análisis de puntos de masa a cuerpos físicos de figura y dimensiones significativas.

La progresión así descrita no es un mero análisis realizado hoy de la manera en que Newton desarrolla el tema en los Principia, sino que corresponde al desarrollo de sus ideas tal como ha quedado documentado. [4] En el otoño boreal de 1684, Newton describió en un opúsculo titulado De Motu los resultados de su estudio de las leyes de Kepler y otros aspectos del tema. Allí demuestra que la fuerza central es condición necesaria y suficiente para la ley de las áreas y que la órbita elíptica implica que la fuerza varía en forma inversamente proporcional a la distancia; hasta aquí es similar a lo que escribirá años después en los Principia. Pero aún no ha comprendido que su demostración se aplica sólo a la construcción mental de un sistema de un cuerpo y por ello escribe con orgullo: “Escolio: por lo tanto los grandes planetas giran en elipses con un foco en el centro del sol, y los radios trazados al sol [desde los planetas) barren áreas proporcionales a los tiempos, tal como sostuvo Kepler.” Poco después com prendió que los planetas no podían describir elipses keplerianas simples. Vio que sus resultados sólo eran válidos para un sistema artificial de un cuerpo en el que la Tierra quedaba reducida a una masa puntual y el Sol a un centro de fuerza inmóvil.

En diciembre de 1684, Newton publicó una edición corregida de De Motu en la que describió el movimiento de los planetas en el contexto de un sistema de muchos cuerpos interactivos. La edición corregida afirma que “los planetas no se desplazan exactamente en elipses ni recorren dos veces la misma órbita”. De esta conclusión extrajo el siguiente resultado:

Cada planeta tiene tantas órbitas como revoluciones, lo mismo que la Luna, y cada órbita depende de los movimientos combinados de todos los planetas, por no hablar de las acciones de todos ellos entre sí... Considerar simultáneamente las causas de tantos movimientos y definir los movimicntos en sí mediante leyes exactas que permitan efectuar cálculos excede, si no me equivoco, el poder de todo e intelecto humano.

Newton había descubierto que los planetas actúan gravitacionalmente entre sí. El párrafo citado lo afirma de manera inequívoca: eorum omnium actiones in se invicem (las acciones de todos ellos entre sí). Como consecuencia de esta atracción gravitacional mutua, las leyes de Kepler no se verifican con exactitud en el mundo físico si no sólo en una construcción matemática en la que masas que no interactúan entre sí giran alrededor de un centro de fuerza matemático o un cuerpo estacionario. La distinción entre el terreno de la matemática, en el cual las leyes de Kepler son verdaderas leyes, y el mundo físico, en el que son meras “hipótesis” (o aproximaciones) es uno de los aspectos revolucionarios de la dinámica celeste newtoniana.

En un primer borrador de lo que luego sería el libro 3 de los Principia, Newton muestra cómo de la tercera ley del movimiento llegó al concepto de una fuerza mutua entre el Sol y cada planeta, entre un planeta y sus satélites y entre dos planetas cualesquiera. Las mismas consideraciones lo llevaron a la idea revolucionaria de que todos y cada uno de los cuerpos en el universo deben “atraerse entre sí". Al presentar esta conclusión comenta que la magnitud de la fuerza de atracción de dos cuerpos terrestres es tan pequeña que resulta imposible de observar, “Sólo es posible observar estas fuerzas en los enormes cuernos de los planetas”, escribió. Júpiter y Saturno son los mayores, y por eso trató de hallar las perturbaciones en sus órbitas. Con la ayuda de John Flamsteed, descubrió que el movimiento orbital de Saturno sufre perturbaciones cuando los dos planetas se hallan más cerca uno del otro.

En el libro 3 de los Principia, que aborda el sistema del mundo pero en forma más matemática que la versión anterior, Newton trata el tema de la gravitación de la misma manera. Primero, en la llamada prueba lunar, extiende la fuerza peso, o gravedad terrestre, a la Luna y demuestra que la fuerza es inversamente proporcional al cuadrado de la distancia. Luego identifica la fuerza terrestre con la del Sol sobre los planetas y la de un planeta sobre sus satélites. A estas fuerzas las llama gravedad. Con ayuda de la tercera ley del movimiento, transforma el concepto de la fuerza solar ejercida sobre los planetas en el de una fuerza mutua entre el Sol y los planetas, y hace lo propio con la fuerza de los planetas sobre sus satélites y éstos entre sí. Con la transformación final se llega a la noción de que todos estos cuerpos interactúan gravitacionalmente.

Este análisis de las etapas del pensamiento de Newton no pretende minimizar la fuerza extraordinaria de su genio creador sino, por el contrario, tomarlo plausible, Se trata de mostrar la fecunda manera de pensar la física de Newton, en la que aplica la matemática al mundo exterior revelado mediante la experimentación y la observación crítica. Como comprende que la construcción no es una representación exacta del universo físico, el investigador queda en libertad para explorar las propiedades y los efectos de una fuerza de atracción matemática, aunque el concepto de una fuerza atractiva que “actúe a distancia” sea inadmisible para la fisica. Luego compara las consecuencias de su construcción matemática con los principios y leyes observados en el mundo exterior, como las leyes keplerianas de las áreas y las órbitas elípticas. Donde la construcción matemática resulta insuficiente, Newton la modifica, Este método de pensamiento, que aquí se denomina estilo newtoniano, está expresado en el título de la gran obra: Principios matemáticos de la filosofla natural.

La ley de la gravitación universal explica por qué los planetas siguen aproximadamente las leyes de Kepler y por qué se desvían de ellas del modo en que lo hacen. Con ella se demuestra por qué (en ausencia de fricción) todos los cuerpos caen a la misma velocidad en cualquier lugar determinado de la Tierra y por qué esa velocidad varia con la elevación y la latitud. La ley de gravitación también explica los movimientos regulares e irregulares de la Luna, proporciona un fundamento fisico para la comprensión y pronóstico de las mareas y muestra cómo la precesión de la Tierra, observada desde mucho antes pero nunca explicada, se debe a la atracción de la Luna sobre la comba ecuatorial. Puesto que la ley matemática de atracción sirve para explicar y predecir los fenómenos observados en el mundo, Newton concluyó que la fuerza “realmente existía”, aunque la filosofía a la que él adhería no permitía que una fuerza semejante fuera parte de un sistema de la naturaleza. Por eso sostuvo la necesidad de investigar cómo se producían los efectos de la gravitación universal.

Aunque en ocasiones pensaba que la gravitación universal podía ser causada por los impulsos de un bombardeo de partículas etéreas sobre un objeto o por variaciones en el omnipresente éter, Newton no presentó esas ideas en los Principia porque, según dijo, “no quería fingir hipótesis” como explicaciones físicas. El estilo newtoniano lo había conducido a un concepto matemático de la fuerza universal y el mismo estilo lo llevó a aplicar el resultado matemático al mundo físico, aun cuando se tratara de una fuerza en la que no podía creer.

La idea de una fuerza de atracción que actuaba a distancia resultaba tan perturba dora que algunos de los contemporáneos de Newton no se decidían a estudiar sus propiedades y tenían dificultades para aceptar la física newtoniana. No podían acompañar a Newton cuando afirmaba que no era capaz de explicar cómo funcionaba la gravedad pero que le bastaba saber que “la gravedad existe y alcanza para explicar los fenómenos de los cielos y las mareas”. Los científicos que adoptaron el estilo newtoniano desarrollaron la ley de la gravitación universal, la aplicaron para explicar muchos fenómenos físicos y plantearon la necesidad de explicar cómo semejante fuerza era capaz de atravesar las enormes distancias de un espacio aparentemente vacío. Su estilo le permitió a Newton estudiar la gravitación universal sin inhibiciones prematuras que le habrían impedido llegar a su gran descubrimiento. El biólogo Georges Louis Leclerc de Buffon dijo en el siglo XVIII que el estilo es inseparable del hombre. En el caso de Newton, su mayor descubrimiento es inseparable de su estilo.


Reconocimiento de la revolución newtoniana

Existen muchos testimonios sobre la revolución newtoniana en la ciencia. El historiador de la ciencia Jean-Sylvain Bailly escribió en el siglo XVIII que “Newton trastrocó o cambió todas las ideas”: su “filosofía provocó una revolución”. Bailly no se limitó a expresar algunas generalidades sobre la revolución newtoniana en la ciencia. Según él, la clave utilizada por Newton para revelar los misterios celestes fue matemática: la geometría. “Lo que se supone que mueve las cosas es lo que realmente las mueve; la demostración estaba completa. Newton solo, con su matemática [geometríe], adivinó el secreto de la naturaleza.” Con gran agudeza Bailly advirtió que “la ventaja de las soluciones matemáticas es que son generales”. El argumento de que si el movimiento de los planetas obedece las leyes de Kepler entonces los “impulsa una fuerza que reside en el Sol” sólo depende de consideraciones matemáticas o geométricas y de los principios generales del movimiento. El argumento de Newton no menciona ninguna propiedad física del Sol, a diferencia del razonamiento de Kepler, que recurre a cualidades específicas tales como la fuerza magnética del Sol y la orientación de sus polos. E! mismo argumento matemático demuestra que los satélites de Júpiter y Saturno, sujetos a las mismas leyes de Kepler, deben ser “impulsados por fuerzas que residen en esos dos planetas”. Dicho de otra manera, Júpiter y Saturno son a sus sistemas satelitarios lo que el Sol es al sistema planetario: las diferencias son sólo de extensión y magnitud. Lo mismo se puede decir de la Tierra y la Luna (Bailly 1785, vol. 2, lib. 12, sec. 9, págs. 486 y sigs.). El mismo Bailly estaba dispuesto a reconocer el concepto y el principio de la fuerza gravitacional universal, capaz de explicar tantos fenómenos: muchos datos observados y leyes obtenidas por experimentación se podían derivar matemáticamente de las propiedades de la gravitación universal (sec. 41, págs. 555 y sigs.). Sabía, sin embargo, que al principio muchos científicos (sobre todo en Francia) diferenciaban en el sistema newtoniano la matemática de la filosofía natural. Así, con respecto a Maupertuis, quien “aparentemente fue el primero de nuestros matemáticos que aplicó el principio de la atracción”, Bailly señaló [vol. 3 (“discours premier’): 7] que “al principio sólo lo tuvo en cuenta en relación con sus efectos calculables: reconoció la gravitación como matemático, no como físico”. Dicho de otra manera, Maupertuis aceptaba el sistema o construcción matemática newtoniana (aquí denominado fases uno y dos), pero no garantizaba que en el sistema del mundo (fase tres) Newton se refiriera necesariamente a una realidad. En un trabajo titulado “Sobre las leyes de atracción” (1732), Maupertuis había declarado explícitamente “no analizaré si la Atracción condice con la Filosofía correcta o es contraria a ella”. Más bien “sólo trato la atracción como matemático (geométre) La atracción le interesaba como “una cualidad cuyos fenómenos son calculables, considerando que está uniformemente distribuida en toda la materia y que actúa en proporción a la masa”. En otras palabras, Maupertuis acepta el estilo newtoniano y desarrolla, como “géometre”, las consecuencias matemáticas de la ley de atracción gravitacional. Puesto que los resultados concuerdan con los fenómenos observados en la naturaleza, Maupertuis se pregunta como filósofo natural si la fuerza existe como entidad física, o si existe otro motivo para que los cuerpos actúen como si existiera esa fuerza. Si la fuerza existe, debe tener una causa; obsérvese que su pensamiento sigue tan aferrado a la filosofía mecanicista, que se limita a describir dos causas materiales de la acción gravitacional: una emanación desde el interior del cuerpo atractivo o algún tipo de materia exterior al cuerpo. Los escritos de Clairaut expresan un reconocimiento similar al estilo newtoniano. Según este autor, “Newton.. dice expresamente que utiliza el término atracción hasta tanto se descubra su causa; es fácil comprender que el único objetivo del tratado sobre Principios Matemáticos de la Filosofía Natural es establecer la realidad de la atracción” (Clairaut 1749, 330). Hacia fines del siglo XV el concepto de la gravedad universal gozaba de reconocimiento general. En el prefacio de su gran Mécanique céleste (publicado en 1799- 1825), Laplace —el segundo Newton de esta disciplina— afirma (1829, pág. xxiii): Hacia fines del siglo XVII, Newton publicó su descubrimiento de la gravitación universal. Desde entonces, los matemáticos han reducido todos los fenómenos conocidos del sistema del mundo a esta gran ley de la naturaleza, con lo cual han dotado las teorías de los cuerpos celestes y las tablas astronómicas de un alto grado de precisión. Mi objetivo es presentar una visión coherente de estas teorías, dispersas hasta ahora en gran cantidad de obras. Los resultados totales de la gravitación sobre el equilibrio y los movimientos de los cuerpos fluidos y sólidos que componen el sistema solar y otros sistemas similares que existen en la inmensidad del espacio, constituyen el objeto de la mecánica celeste o aplicación de los principios de la mecánica a los movimientos y formas de los cuerpos celestes. En términos generales, la astronomía es un gran problema de mecánica en el cual los elementos de los movimientos son las cantidades constantes arbitrarias. La solución de este problema depende de la precisión de las observaciones y la perfección del análisis. Aunque dotado de espíritu filosófico, como lo demuestra su Ensayo filosófico sobre las probabilidades de 1814, Laplace no sintió la necesidad —un siglo después de los Principia— de preguntarse si era razonable que una fuerza de atracción se propagara por el espacio. El “libro” dos de Mécanique céleste, “Sobre la ley de la gravitación universal y los movimientos de los centros de gravedad de los cuerpos celestes”, se inicia con un capítulo “Sobre la ley de la gravitación universal, deducida de la observación”. Nos vemos “inducidos”, escribe (1829,I: 249), “a considerar que el centro del Sol es el foco de una fuerza de atracción que se extiende infinitamente en todas las direcciones, decreciendo en forma proporcional al cuadrado de la distancia”. Aquí utiliza el término newtoniano “atracción” sin ningún empacho y sin pensar en sus connotaciones filosóficas fuera del contexto newtoniano, y concluye lisa y llanamente que “el Sol y los planetas que tienen satélites están dotados de una fuerza de atracción que se extiende infinitamente, decrece en forma inversamente proporcional al cuadrado de la distancia e incluye a todos los cuerpos en sus esferas de actividad” (pág. 255). Además, “la analogía me lleva a inferir que generalmente existe una fuerza similar en todos los planetas y cometas”. Concluye sin dificultad que “la gravedad observada en la Tierra es sólo un caso particular de una ley general que se extiende por todo el universo”, y que esta “fuerza de atracción.., no corresponde exclusivamente a su masa agregada” sino que es “común a cada partícula que la compone” (pág. 258). Considera la “gravitación universal” newtoniana un “gran principio de la naturaleza”, que “todas las partículas de la materia se atraen en proporción directa a sus masas y en proporción inversa al cuadrado de sus distancias”(pág. 259). El éxito de la teoría y las aplicaciones de la gravitación universal o de lo que —a partir de Einstein— se denornina mecánica “clásica” o newtoniana, hizo que se con viniera en el modelo o el ideal de todas las ciencias. Por ejemplo, buena parte del debate de mediados y fines del siglo XIX sobre la revolución darwiniana se centró en la cuestión del método y en si Darwin se había apartado o no del método de Newton. Los especialistas en campos tan disimiles como la paleontología y la bioquímica se preguntaban si alguna vez sus disciplinas tendrían su Newton y un instado de la perfección de los Principia. “ qué la historia natural no habría de tener su Newton algún día?”, se preguntaba Georges Cuvier en 1812. Y en 1930, Otto Warburg se lamentaba porque el Newton de la química (una necesidad expresada por J.H. van’t Hoff y Wilhelm Ostwald en 1887) “aún no ha aparecido” (véase Cohen 1980,294). La revolución newtoniana tuvo también un enorme componente ideológico, igualado tan sólo por la darwiniana. Isaiah Berlin (1980, 144) sintetiza así su influencia: Las ideas de Newton tuvieron un enorme impacto; comprendidos correctamente o no, sus principios y métodos fueron la base del programa del siglo de las luces sobre todo en Francia; este movimiento derivó su confianza y su gran influencia de las espectaculares realizaciones de Newton. Y esto, con el tiempo, transformó —en gran medida generó— algunos de tos conceptos y orientaciones centrales de la moderna cultura occidental, en lo moral, político, tecnológico, histórico y social. Nínguna esfera del pensamiento o de la vida escapó a las consecuencias de esta transformación cultural. Newton y su contemporáneo John Locke eran 105 símbolos de las grandes ideas nuevas, de esa “vasta revolución en las creencias y los hábitos de pensamiento” (Randall 1940, 253) que marcó el comienzo de la era moderna a partir del siglo de las luces. Ahora, tres siglos más tarde, a veces resulta difícil comprender la magnitud de la realización de Newton al elaborar una teoría matemática de la naturaleza. Se necesitan adjetivos como “extraordinario”, “fenomenal” o “increíble” para calificar el asombro que sintieron científicos y legos en 1758, cuando se cumplió el pronóstico newtoniano de HalIey sobre la aparición de un cometa (Newton y Halley habían muerto años antes). La humanidad avizoró la promesa de que el conocimiento humano y la administración de la cosa pública se volverían un sistema igualmente racional de deducción e inferencia matemática combinada con la experimentación y la obser vación crítica. El siglo XVIII fue “ante todo la era de la fe en la ciencia” (Randall 1940, 276); Newton era el símbolo de la ciencia triunfal, el símbolo del pensamiento, tanto en la filosofía y la psicología como en el gobierno y la ciencia de la sociedad. Los fisiócratas del siglo XV expresaban la creencia en una “dominación de la naturaleza” regida por leyes universales, al estilo newtoniano. Según esta escuela, “todos los hechos sociales están enlazados entre sí en vínculos eternos y necesarios, por leyes inmutables, ineluctables e inevitables” (Gide y Rist 1947, 2). Individuos y gobiernos las obedecerían “si las conocieran”. Los fisiócratas no sólo creían que las sociedades humanas son “regidas por leyes naturales”, sino también afirmaban que “las mismas leyes gobiernan el mundo físico, las sociedades animales e incluso la vida intenta de cada organismo” (pág. 8). En el siglo de las luces se dejaron de lado los conceptos tradicionales de las relaciones humanas y el orden de la sociedad humana, con la esperanza de queso Newton apareciera “de un momento a otro”. Según Crane Brinton (1950. 382), ese “Newton de las ciencias sociales” produciría el nuevo”sistema de la ciencia social (que) los hombres deberían seguir para acceder a la auténtica Edad de Oro, el auténtico Edén, que se encuentra en el futuro, no en el pasado”. En El espíritu de las leyes (1784), Montesquieu comparó una monarquía eficiente con “el sistema del universo”, en el cual existe “un poder de gravitación” que “atrae” todos ¡os cuerpos hacia “el centro”. Como en el modelo de los Principia, Montesquieu “asentó... los principios originales” y descubrió que los casos particulares se desprenden naturalmente de ellos. La revolución newtoniana ejerció su influencia en casi todos los niveles del pensamiento y la acción donde se pudiera aplicar principios racionales. Aun hoy, cuando los conceptos newtonianos de tiempo, espacio, masa e incluso de gravitación han sido reemplazados por los einsteinianos, la ciencia newtoniana sigue ejerciendo su dominio en una enorme cantidad de disciplinas, que abarcan la experiencia de la vida cotidiana y las máquinas de uso común (salvo los dispositivos “nucleares”). El acontecimiento más espectacular de esta época —la exploración del espacio— no es una expresión de la relatividad einsteiniana sino una aplicación lisa y llana de la física gravitacional clásica, expresada en los Principia y desarrollada por los newtonianos de los dos siglos siguientes hasta alcanzar la gran ciencia de la mecánica racional y su núcleo central, la mecánica celeste. La obra de Newton representa no sólo el apogeo de la Revolución Científica, sino una de las revoluciones más profundas de la historia del pensamiento humano. [5]


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NOTAS

[1] También los descubrieron Wren y Huygens, cada uno por su cuenta (véase Dugas 1955, cap. 5).(volver al texto)

[2] Newton no pudo desarrollarlo plenamente, aunque sostuvo lo contrario. Sólo pudo explicar la variación y el llamado movimiento nodal (véanse Cohen 1980, 76-77; Waff 1975; Chandler 1975). La reseña apareció en Acta Fruditorum, de Berlín.(volver al texto)

[3] Esta presentación de! desarrollo de la ley de la gravitación universal es una versión abreviada de la efectuada en The Newtonian Revolution (Cohen 1980. § 5.4-5.6), donde también se expone la transformación del concepto de inercia en las etapas que condujeron a la primera ley del movimiento.(volver al texto)

[4] Aquí se da por sentado, a falta de pruebas en contrario, que en las sucesivas versiones del opúsculo De Motu y en los Principia Newton presentaba sus ideas y resultados en el orden lógico-cronológico en el que los desarrolló. Véase Cohen 1980,248 y sigs., 258 y sigs.(volver al texto)

[5] Existe un número enorme de obras sobre Newton y su revolución, en realidad una ver dadera industria de estudios de su vida y obra. Una buena introducción al tema es la monumental biografía Never at Rest, de R. S. Westfall (1980). En cuanto al desarrollo de la astronomía y la física matemática así como la obra de Newton en estas disciplinas, véase History of Mechanics (1905(1955)) y Mechanics in the Seventeenth Century (1958 (1964)), ambos de Reaté Dugas, y Force in Newton’s Physics: The Science of Dynamics in tite Seventeenth Century (1971), de Westfall, Algunas ideas presentadas en este capítulo están desarrolladas en mayor detalle en The Newtonian Revolution (1980) y en los artículos “The Principia, universal gravitation and tite ‘Newtonian style”, en Zev Bechler, ed Contemporary Newtonian Research (1982) y “Newton’s Discovery of Gravity”, en Scientific American 1244: 166-179.

El desarrollo de las ideas de Newton sobre dinámica y mecánica celeste está expuesto en importantes documentos, con valiosos comentarios, en Unpublished Scient Papers of Isaac Newton (1962), editado por A. Rupert Hall y Marie Boas Hall; véanse también The Background to Newton’s Principia (1965) de John W. Herivel y el volumen 6 de la gran obra The Mathematical Papers of Isaac Newton (1974) editado por D.T. Whiteside. Sobre la historia de los Principia, véase Cohen, Introduction to Newton’s “Principia” (1971). El mismo autor, con Anne Miller Whitman, ha realizado una nueva traducción inglesa de los Principia, de próxima aparición.

Existe una edición en rústica de Opticks y una más completa, con comentarios y comparaciones, preparada por Henry Guerlac (1985). Alan Shapiro ha preparado una nueva traducción al inglés con comentarios de Lectiones Opticae Isaac Newion’s Papers and Letters on Natural Philosophy and Related Documents (1978 (1958)), editado por I. B. Cohen y Robert E. SchofleId incluye reproducciones facsimilares comentadas de artículos y cartas de Newton.

En cuanto a la influencia de Newton sobre el siglo de las luces, la mejor introducción es The Making of the Modern Mind (1940), de John Herman Randall (h.) También es interesante, como obra de carácter general, The Origine of Modern Science (1957 (1949)), de Herbert Butterfileld. Véanse también Newton on the Continent de Henry Guerlac (1981) The Newtonians and the English Revolution (1976) de Margaret C. Jacob y Newtonian Studies (1965) de Alexandre Koyré. Sobre el siglo de las luces, véanse Ideas and Men: The Story of Western Thought de Crane Brinton (1950) y The Enlightenment de Peter Gay (2 tomos; Nueva York, 1966- 1969). (volver al texto)





18 ¿Revolución o evolución?

El siglo XIX —una era de la ciencia que va desde la teoría atómica de Dalton hasta la teoría de Planck, pasando por la evolución darwiniana— conoció gran cantidad de ideas y movimientos políticos y sociales revolucionarios. La nómina de nuevas teorías y sistemas incluye los conceptos políticos y sociales de Marx y Engels, la teoría darwiniana de la evolución, la filosofía positivista de Comte y el psicoanalisis freudiano. Precedido por la Revolución Francesa, este siglo conoció nuevas revoluciones 1820-1824,1830, 1848 y 1871 y el auge de movimientos revolucionarios en toda Europa, en la escala nacional e internacional. El año 1848 fue sumamente explosivo. Culminando en la frustrada revolución rusa de 1905, el siglo XIX fue sin duda una “era de revoluciones” (Hobsbawm 1962). Sin embargo, también fue la era de la evolución. La teoría de Darwin, el gran concepto científico nuevo del siglo, no sólo alteró el curso de la biología y de las ideas entonces en boga sobre el progreso de la ciencia, sino que ejerció su influencia sobre una serie de disciplinas, desde la sociología, la ciencia política y la antropología hasta la crítica literaria. Es paradójico que esta idea dominante de la evolución fuera expuesta en el contexto de una de las mayores revoluciones de la historia de la ciencia.

Parece que desde el comienzo mismo del siglo el término “revolución” se entendía en el sentido de la Revolución Francesa: la instauración de un nuevo orden, la creación de un sistema nuevo, la exposición de ideas nuevas. Casi todos los hombres de pensamiento y acción descartaron por completo la connotación etimológica original de retorno, ciclo o flujo y reflujo. [1] Pero a mediados del siglo XIX el concepto adquirió un nuevo matiz: “revolución permanente”. Carlos Marx y Federico Engels introdujeron esta expresión en 1850, en una polémica sobre cuál debía ser la posición de las organizaciones "proletarias” bajo un gobierno democrático “pequeño burgués” (Marx y Engels 1962, 1: 106-117). Su respuesta fue: “Su grito de guerra ha de ser: la revolución permanente” (die Revolution in Permanenz). Pero antes, en octubre de 1848, P. J. Proudhon (1923, 3: 17) había dicho públicamente: “Quien habla de revolución, habla necesariamente de progreso”. De ahí deriva, prosiguió, que “la revolución es en permanente y que, hablando con propiedad, no ha habido varias revoluciones sino una sola (que es) perpetua”. La importancia del concepto de revolución permanente trascendió el plano puramente ideológico en Rusia, después de la muerte de Lenin, al convenirse en una de las grandes diferencias intelectuales entre Trotsky y Stalin y sus respectivos seguidores (véase Tetsch 1973, 84-92, 97-105). La revolución permanente fue una transformación drástica del concepto de revolución como suceso único o sucesión de hechos concatenados capaz de derrocar el sistema político, social o económico existente e instaurar uno nuevo. [2]

Los autores del siglo XIX que se refirieron a la revolución en la ciencia no emplearon la frase marxista de revolución “en permanencia” o “permanente”; no fue la ciencia la que generó la imagen de la revolución a largo plazo en las mentes de Proudhon, Marx y Engels. Pero en el siglo XIX, muchos científicos y estudiosos empezaron a concebir la ciencia como una búsqueda permanente o interminable. Este aspecto ha sido expresado mediante una metáfora matemática, de que la verdad se encuentra en una asintota, lo que implica que la ciencia no tiene un final en una distancia finita, que la verdad es una meta siempre distante, a la cual uno se puede acercar, pero jamás la puede alcanzar.

En el transcurso del siglo XIX se impuso la idea de que las revoluciones científicas existen, que la ciencia avanza por medio de revoluciones (tal vez series interminables de revoluciones) y que éstas pueden ser prolongadas, no necesariamente de pocos años como las revoluciones políticas. En esta época apareció el concepto de la Revolución Científica: una serie de sucesos extendidos a lo largo de más de un siglo, de Copérnico a Newton, en el cual se creó la ciencia moderna. Este concepto aparece con claridad en los escritos de Augusto Comte (véase Guerlac 1977, 33). Sin em bargo, como sucede con muchas ideas de Comte, los gérmenes de ésta aparecen en las obras de Henri de Saint-Simon. (Comte había sido secretario de Saint-Simon; véase el capítulo 22 más adelante). En las primeras décadas del siglo XIX, existía, como se ha visto, la conciencia generalizada de que se había producido una revolución industrial a largo plazo. En el siglo XX, la concepción de la ciencia como proceso con tinuo o como revolución prolongada, incluso permanente, aparece en las muy difundidas conferencias de Herbert Butterfield (1949) y en the Scienzific Revolution 1500- 1800, de Rupert Hall (1954).

Sin embargo, no todos los estudiosos de la ciencia en el siglo XIX consideraban que la revolución era deseable o inevitable. En el último cuarto de siglo algunos expresaron la esperanza de que las revoluciones científicas fueran posibles de evitar, en tanto otros sostenían que ni siquiera existían. Destacados científicos —Mach, Boltzman, Newcomb, Eisntein— sostenían que los grandes avances formaban parte de un proceso evolutivo, más que revolucionario. En el Congreso de Artes y Ciencias de la feria mundial (Exposición Universal) de St. Louis, Simon Newcomb pronunció una conferencia inaugural sobre “La evolución del investigador científico” (1905, 137), que él consideró un “tema honroso”. “Desde este punto de vista está claro que el agente principal que ha elevado al hombre a la posición dominante que ahora ocupa es el investigador científico. Como agente principal que ha posibilitado esta reunión de sus representantes, sea su evolución el honroso tema de esta conferencia. Así como seguimos la evolución de un organismo estudiando las etapas de su crecimiento. debemos demostrar cómo la obra del investigador científico se relaciona con los esfuerzos infructuosos de quienes lo precedieron.” Para Newcomb. las revoluciones eran puntos culminantes de largos períodos evolutivos; no siempre son evidentes y a veces requieren un estudio profundo para salir a la luz.

Esta tendencia a abandonar la perspectiva revolucionaria en favor de la evolutiva fue en parte una reacción ante los procesos políticos y sociales finiseculares y la mayor conciencia de los estudiosos sobre los aspectos negativos de las revoluciones políticas. Independientemente de lo que se pudiera pensar sobre los objetivos e ideales de la Revolución Francesa, lo cierto era que la República se había transformado en directorio y éste había dado lugar al régimen de un emperador. La persistencia de la nobleza, con los nuevos títulos creados por Napoleón, era una mofa de la “igualdad”, y pasaría mucho tiempo antes de que los excesos del Terror cayeran en el olvido.

Recuérdese que en las revoluciones europeas del siglo pasado hubo actos de violencia: en 1848 hubo barricadas y combates callejeros que recordaron los de la Revolución Francesa.

En 1830, en el prólogo al segundo tomo de su historia de Roma (Niebuhr 1828- 1832, 2;2; véase Schieder 1950, 237) el historiador B.G. Niebuhr escribió que el mundo se encontraba al borde de una nueva destrucción “si Dios no interviene”, parecida a “la que se produjo en el mundo romano a mediados del siglo I una aniquilación de la prosperidad, la libertad, la educación y la ciencia”. Cuatro décadas más tarde, en 1871, Jacob Burckhardt pronunció una serie de conferencias sobre la era de la Revolución Francesa que comenzó con las siguientes observaciones: “Cabe señalar con respecto a este curso que nos hallamos en una época de revolución y tal vez nos encontramos relativamente cerca del comienzo o en el segundo acto: las tres décadas aparentemente pacíficas de 1815 a 1848 resultaron ser un mero interludio en el gran drama, Pero parece que esto se convertirá en un movimiento que se diferencia de todo el pasado conocido de nuestro Globo” (Burckhardt 1942, 200).

A la luz de estas y otras observaciones sobre el carácter destructivo de la revolución, no es casual que este concepto, que dominó los primeros setenta y cinco años del siglo, cediera un poco ante la evolución durante el último cuarto, Este desplazamiento de la revolución a la evolución se observa en la ciencia, por ejemplo, en la teoría de los cambios geológicos. Es un ejemplo que vale la pena destacar porque de muestra la influencia de las ideas y experiencias de la revolución en el terreno político sobre las tendencias del pensamiento científico (no sobre las concepciones relativas al avance de la historia de la ciencia). El cambio se advierte al comparar el empleo del término “revolución” por geólogos de tres épocas: el siglo XVIII y del XIX. principios y fines del mismo.

En el siglo XVIII, los estudios sobre la historia de la Tierra seguían la concepción de Buffon sobre las revoluciones que modificaban la naturaleza del planeta, alterando su estructura y superficie. De acuerdo con la tradición iluminista, se concebía tales revoluciones como etapas puntuales de desarrollo normal, más que como catástrofes signadas por la violencia, A principios del siglo XtX cambió la imagen de la revolución en respuesta a la Revolución Francesa. Por eso, Cuvier empleó el tármino en un sentido totalmente distinto del de sus antecesores. El conocía las consecuencias de la Revolución Francesa, sobre todo para la ciencia, y escribió un profundo estudio del tema en 1827. Por eso no es casual que (según sugirió Martin Rudwick 1972, 109) Cuvier transformara el concepto buffoniano de la revolución en otro acorde con el espíritu posterior a 1789. Las revoluciones ya no eran alteraciones sucesivas de la corteza terrestre, la más reciente de ellas causada (según Buffon) por el hombre, sino su cesos catastróficos y violentos, acompañados por la destrucción de la vida, De manera que las revoluciones de Cuvier abarcaban no sólo los cambios geológicos sino también la extinción de antiguas especies de fauna y flora, cuya existencia en eras anteriores se conoce a través del estudio de los restos fósiles.

Hacia fines del siglo XIX, la palabra “revolución” suscitaba gran repugnancia, y se esperaba que los geólogos pudieran prescindir de este concepto para explicar la historia de la Tierra. Se trataba de reemplazar la concepción antigua mediante una analogía geológica con la explicación darwiniana de la “evolución de las especies”, ya que había desplazado la concepción cuvierista de las sucesivas catástrofes o evoluciones para explicar la sucesión de plantas y animales hallada en los yacimientos fósiles. William Morris Davis expresó claramente este punto de vista en una conferencia ante el Congreso de Artes y Ciencias de St. Louis en 1904, al emplear los conceptos de evolución y revolución en su síntesis de los progresos de las ciencias geológicas durante el siglo XIX, desde luego, “la revolución que reemplaza la filosofía teológica de la primera mitad del siglo XIX por la filosofía evolutiva de la segunda mitad” (1906,494). Afirmó que “esta revolución modificó profundamente nuestra concepción de la Tierra y sus habitantes”. Más importante aún en este contexto es su insistencia en que los geólogos utilicen el término evolución en un “sentido más amplio” que la selección natural darwiniana. Su estudio de los cambios geológicos concluye con la afirmación de que “nos complace reemplazar las revoluciones vio lentas de nuestros antecesores por los serenos procesos que sugiere la evolución” (pág. 496).

Podría causar extrañeza el hecho de que en una época de enconada lucha revolucionaria y de la reacción despertada por ella, hombres tan conservadores como Charles Darwin y el astrónomo y filósofo sir John Herschel tuvieran una visión tan extremista de la ciencia como para considerar la “revolución” un hecho digno de elogio. Tanto Darwin como Hersehel calificaron los descubrimientos de Charles Lyell, que modificaron la geología, de revolucionarios, y el primero incluso vaticiné, con toda razón, que sus ideas, tras ser aceptadas, provocarian una “revolución considerable” en las ciencias biológicas. Este concepto de “revolucionar” una ciencia estaba bastan te difundido durante el siglo XIX, aunque hacia el final muchos lo rechazaron. Una conferencia sobre la histología y el microscopio, pronunciada en 1845, refirió con entusiasmo que el descubrimiento de la corriente eléctrica había “revolucionado toda la ciencia química y gran parte de la física” (Bennett, 1845,520). EI año en que Darwin presentó su primer trabajo sobre la evolución, el presidente de la Linnean Society de Londres predijo que la biología estaba al borde de una revolución. En un estudio de la teoría microbiana de la enfermedad presentado en 1888 (Conn 1888, 5) se dijo que cuando los médicos de la época eran estudiantes, esa teoría había sido objeto de mofa: “No es casual, pues, que aún se nieguen a aceptar una teoría que revoluciona la concepción de enfermedad”. En una biografía de Laplace, François Arago (1855 1859, 309) calificó los descubrimientos de Kepler y Newton de “revoluciones admirables en la ciencia astronómica”. Un periodista norteamericano (Rideing 1878) escribió en Harper’s New Monthly Magazine que el “método antiséptico para el tratamiento de heridas” desarrollado por Lister “casi revolucionó la cirugía”.

La tensión entre la idea de que la ciencia crece mediante la acumulación lenta y el concepto de revolución está expresada claramente en las obras de Justus von Liebig, uno de los científicos más destacados de mediados del siglo XIX. En un ensayo de 1866 titulado “El desarrollo de las ideas en la ciencia”, Liebig expuso la novedosa tesis de que en el curso de los siglos se había producido un progreso de la ciencia gracias a los aportes acumulados de un gran número de investigadores (en Liebig 1874). Mencionó como ejemplo las ideas sobre la naturaleza de los gases en la atmósfera, resultado de la obra de cientos de hombres a lo largo de miles de años. Esta es, tal vez, una de las primeras exposiciones sistemáticas de la concepción “acumulativa” o “gradualista” del desarrollo de la ciencia.

En otro ensayo, Liebig reconoció que los aportes de los grandes científicos son de importancia crucial para el progreso. Utilizó la analogía con un movimiento circular de radio variable para explicar la naturaleza precisa de tales aportes. “El progreso es un movimiento circular —expresó (ibíd, pág. 273)— en el cual el radio se alarga y es necesario agregar ideas nuevas y fructíferas para que aumente el alcance del conocimiento”, El proceso se desarrolla de la siguiente manera: “Si se sustraen de los descubrimientos científicos más influyentes, efectuados por los hombres más grandes. las ideas recibidas de otros, siempre quedará un resto, en general una parte minúscula de una idea nueva, pero esto es lo que caracteriza a gran hombre”.

Esta visión particular de la ciencia excluye el concepto del progreso mediante revoluciones. Pero en un “esbozo autobiográfico” (1891,36:1891 a, 277). Liebig escribió que al volver a Alemania desde París en 1824. descubrió que “había comenzado una gran revolución (Umschwung) en la química orgánica a través de la escuela de Berzelius, H. Rose, Mitscherlich, Magnus y Wöhler”.

En su muy difundida e influyente History of European Thought in the Nineteenth Century [Historia del pensamiento europeo en el siglo XIX], publicada en 1903, el historiador J.T. Merz se alineó con los estudiosos que se niegan a visualizar el siglo XIX en términos de revolución. Merz se excusé de “considerar el pensamiento decimonónico como esencialmente revolucionario” porque” la obra destructiva en sus episodios más tempranos y drásticos pertenece a la era anterior” a un “periodo.., al que se ha llamado correctamente un siglo de revolución” (1896,1:77-78). En las páginas siguientes el autor indaga en el carácter destructivo del “espíritu revolucionario”: “La obra de destrucción prosigue: en medio de la obra de construcción o reconstrucción aún se advierte la acción del espíritu revolucionario,” Como ejemplo de “estas influencias destructivas” mencioné el “nuevo pensamiento que surgió en la filosofía de Kant y la escuela idealista”, que “en su desarrollo ulterior degeneré hasta volverse un materialismo superficial y un escepticismo impotente.”

La revolución como sinónimo de destrucción era una obsesión para Merz, al punto tal que declaró que su objetivo era “concebir el pensamiento como un agente constructivo, no destructivo”. Por consiguiente, si bien reconoció que “ninguna épo ca ha sido tan rica en teorías opuestas, tan subversiva de ideas antiguas, tan destructiva de principios que habían subsistido durante eras, como la nuestra” (pág. 80), afirmó que subrayaría (“centraré mis observaciones y mi relato sobre”) las “ideas prominentes y constructivas que han surgido en el transcurso del siglo” (pág. 80: “Esas ideas constructivas son la de la energía, su conservación y disipación; la doctrina de los promedios, las estadísticas y las probabilidades; las ideas de Darwin y Spencer sobre la evolución en la ciencia y la filosofía; las doctrinas del individualismo y la personalidad y la concepción particular de Lotze del mundo de los ‘valores”. No es sorprendente, entonces, que Merz recurra muy poco al concepto de revolución en la ciencia (o en la filosofía), siquiera como metáfora. De ahí que merezca destacarse su empleo del adjetivo “revolucionario” en relación con la teoría electromagnética de Maxwell. Es curioso que Merz, al llegar a Maxwell, parece haber olvidado su identificación de revolución con destrucción y emplea el término en el sentido habitual de su época para indicar una innovación excepcionalmente fructífera.

Merz constituye un ejemplo de un fenómeno señalado con anterioridad: el hecho de que muchas afirmaciones de historiadores y científicos sobre las revoluciones en la ciencia expresan opiniones que no siempre representan una posición filosófica cuidadosa y exhaustivamente elaborada y aplicada de manera consecuente. Los dos primeros tomos de Merz están dedicados a la ciencia: en el primero identifica revolución con destrucción, pero en el segundo utiliza el concepto en un sentido completamente distinto y más bien habitual. La teoría electromagnética de Maxwell no es el único ejemplo en que Merz une la “revolución” a la ciencia. Señala que “las ideas sobre la energía” han ejercido mayor influencia sobre “el pensamiento general” que cuales quiera otras provenientes de la ciencia salvo “las concepciones introducidas por Darwin”, y añade (1903, 2: 136-137) que “fue necesario crear un vocabularió nuevo”, “reescribir los textos”, “revisar las teorías existentes y exponerlas en términos más correctos” y “abordar con los métodos recientemente inventados, problemas que habían permanecido intactos durante siglos”. El hecho de “visualizar la naturaleza como campo libre de las transformaciones de la energía”, declaró, tuvo como resultado una serie de “revoluciones en el terreno del pensamiento científico”. Pero la palabra y el concepto “revolución” brillan por su ausencia en la exposición de estos procesos. [3]

A pesar de la posición de León Errera y otros, de que la ciencia era una búsqueda (revolucionaria o evolutiva) permanente o sin fin, a fines del siglo se difundía la tesis de que algunas disciplinas eran finitas y se encontraban al borde de su culminación. Aparentemente esta posición fue adoptada principalmente por los físicos, pero también por algunos químicos y astrónomos (véase Badash 1972). Esta tesis de la culminación fue expresada por Maxwell en su clase inaugural como primer profesor titular de la cátedra Cavendish de la Universidad de Cambridge (1890, 2: 244): “En pocos años... lo único que les quedará a los hombres de ciencia será avanzar en estas mediaciones (las grandes constantes de la física) hasta el siguiente decimal” Tal vez Maxwell sólo expresaba esta opinión para luego refutarla, pero L. Badash (1972) ha demostrado que esa idea estaba más difundida de lo que se suele creer, sobre todo entre los fisicos del mundo angloparlante.

Como ejemplo del “síndrome del siguiente decimal” se cita con frecuencia el ca so de A.A. Michelson, famoso por sus determinaciones de la velocidad de la luz y su participación en el experimento con Morley. En el catálogo 1898-99 de la Universidad de Chicago incluyó un extracto de su discurso al inaugurar el Laboratorio Ryerson de esa casa de estudios, en el cual expresó (citado por Badash 1972, 52): “Si bien es aventurado afirmar que el futuro de la Ciencia Física no nos reserva maravillas aún más asombrosas que las del pasado... parece probable que la mayoría de los grandes principios subyacentes ya estén establecidos... Un físico prominente ha dicho que las verdades futuras de la Ciencia Física han de buscarse en la sexta posición decimal” Según Robert A. Millikan (1950,23-24), colega de Michelson, ese físico prominente era lord Kelvin. El autor dice que más adelante Michelson “se recriminaría así mismo con fuerza por haber hecho esa observación”; sin embargo, éste la repitió más de una vez. En su libro Lighz Waves and Their Uses afirmó (1903,23-24):

¿Qué utilidad tendría... llegar a una precisión extrema en la ciencia de la medición? La respuesta, en términos sintéticos y generales, sería que la mayor parte de los descubrimientos futuros se encuentra en esa dirección. Las leyes y hechos fundamentales más importantes de la ciencia física ya están descubiertos, y consolidados a un grado tal que la posibilidad de que sean reemplazados como consecuencia de nuevos descubrimientos es sumamente remota. No obstante, se ha descubierto que existen aparentes excepciones a la mayoría de estas leyes, y esto es verdad sobre todo cuando se llevan las observaciones hasta el límite, esto es, cuando las circunstancias del experimento permiten estudiar los casos límite. Tal estudio conduce casi con seguridad, no a la refutación de la ley, sino al descubrimiento de otros hechos y otras leyes cuya acción provoca las excepciones aparentes.

En 1897 apareció en Londres un libro titulado Theory of Electricity and Magnetism [de la electricidad y el magnetismo], de Charles Emerson Curry. El autor de estas líneas no sabe quién era Curry (su nombre no aparece en Dictionary of National Biography Dictionary of Scienufic Biography ni World Who’s Who in a Science). Pero el libro fue publicado por el importante sello Macmillan and Company y el autor era un hombre tan importante como para merecer un prólogo de Ludwig Soltzrnann. El libro comienza con la siguiente afirmación: “En la etapa actual de la ciencia, se puede considerar que todas las ramas de la física teórica, excepto la electricidad y el magnetismo, han alcanzado su culminación, es decir, año a año sólo se producen en ellas cambios sin importancia”. El mismo pesimismo sobre el futuro de la física fue expresado por dos científicos que posteriormente adquirieron gran fama por sus investigaciones: Planck y Millikan. El primero, en 1875, no sabía qué carrera elegir: filosofía clásica, música o física. Eligió esta última contra los consejos del profesor Philipp J.G. von Jolly. quien le dijo que no habría nuevos descubrimientos en esa ciencia Meissner 1951, 75). Millikan (1950,269-270) recuerda que en 1894, en Columbia, sus condiscípulos en los cursos de posgrado lo “despreciaban” por “aferrarse a una ‘disciplina acabada’, incluso ‘muerta’, justamente cuando se abría el nuevo campo ‘vivo’ de las ciencias sociales”.

Se necesitaría todo un libro para exponer la historia completa de las ideas del siglo XIX sobre la revolución en la ciencia. Más adelante hay un capitulo dedicado a tres destacados pensadores franceses —Saint Simon, Comte y Coumot— y otro a la influencia de Marx y Engels. Pero antes se abordará la revolución científica más significativa del siglo, la de Darwin, la cual, irónicamente, difundió el concepto de la evolución, el mismo que llevó a muchos científicos a descreer de la revolución científica. [4]


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NOTAS

[1] Desde luego, hubo algunas excepciones. En Principios de Economía política de John Stuart Mill (1848) se dice que en un país de “recursos subdesarrollados por falta de energía y ambición del pueblo”, la “apertura al comercio exterior... a veces provoca una revolución industrial completa” (1848, 2: 119). G N. Clark (1953, 12) comenta con agudeza que “Mill acostumbraba medir cuidadosamente sus palabras”. Por eso, cuando vio la frase “revolución industrial completa” escrita en letras de molde, la combinación “le pareció poco feliz”, ya que la palabra “compleae” sólo se puede emplear en el sentido original o literal, como en la revolución de un planeta o el girar de una rueda, un retorno al punto de partida. Puesto que a Mill “le interesaban las soluciones de continuidad, no los ciclos recurrentes”, observa Clark, “tachó la palabra ‘completa’ y en ediciones posteriores se lee ‘una suerte de revolución industrial”. Aquí Mill tiene en mente el origen latino de “revolución”; sin embargo, como se vio en los capítulos 12 y 13, Fontenelle, Playfair, Huxley y otros autores se refirieron a una revolución “completa” o “total” sin prestar atención a la implicación etimológica de que “completar un circulo” es volver al punto de partida. (volver al texto)

[2] En un estudio profundo y enjundioso de la revolución permanente, Hartmut Tetsch re seña la historia de este concepto a partir de la Revolución Francesa y el pensamiento de Hegel hasta su primera formulación sistematizada por Trotsky. Observa que Alexis de Tocqueville menciona la révolution toujours la méme y emplea la frase révolution permanente (1973, 220, n. 3M) en relación con las tendencias sociales; también cita a Proudhon. Sostiene que la “verdadera teoría” de la revolución permanente empieza con Marx y Engels. Según el análisis de Tetsch, Marx, Engels y sus colegas emplearon este concepto para subrayar que la acción revolucionaria de los obreros en un país es sólo parte de un movimiento mundial y que “la revolución se realizará en permanencia hasta llegar al comunismo como última forma de organización de la familia humana” (pág. 73). Tersch resume la posición de Trotsky (elaborada en colaboración con Alexander Helphand) de que aún después de la “fase socialista de la revolución”, la sociedad permanecerá dividida en guipos conflictivos que le impedirán alcanzar un “equilibrio definitivo”. Continuarían las revoluciones, decía Trotsky, “en el sistema económico, la tecnología, las constumbres y la vida familiar y en la ciencia”. Desgraciadamente, Tetsch no desarrolla este concepto de revoluciones en la ciencia, y el autor de estas líneas no ha encontrado que éste haya sido un tema de importancia fundamental para Trotsky. quien sostenía que estas “conmociones continuas” conducirían eventualmente al “progreso hacia un orden comunista más perfecto”. Esta conclusión indica que por lo menos una corriente del pensamiento marxista visualizaba la continuación de las revoluciones en la sociedad ideal y reconocía que habría revoluciones mayores (tal vez incluso permanentes) en la tecnología y la ciencia. (volver al texto)

[3] Los tomos 1 y 2 de la historia de Merz están dedicados a la ciencia, el 3 y el 4 a la filosofía y las ciencias sociales. El volumen 3 (“Philosophical Tought”) se refiere a la ciencia. los principios de la ciencia en sí, no al “punto de vista puramente filosófico” que preparaba lo que el autor llama taxativamente “la gran revolución con respecto... al problema del conoci miento” (pág. 404), el surgimiento neokantiano del estudio de la epistemología. (volver al texto)

[4] Nuevas obras sobre la ciencia del siglo XIX aparecen sin cesar. Todavía nadie ha superado la clásica obra de ‘Theodore Merz (1896-1903), que se complemente con las de Walter F. (Susan F.) Cannon, William Coleman, Frederic Gregory, Peter Harmon y otros. (volver al texto)





19 La revolución darwiniana

La revolución darwiniana fue la gran revolución en la ciencias del siglo XIX. Destruyó el concepto antropocéntrico del universo y “provocó en el pensamiento del hombre una conmoción mayor que la de cualquier otro avance científico desde el resurgimiento de la ciencia durante el Renacimiento” (Mayr 1972,987), Es la única revolución biológica que se menciona en la lista habitual de las grandes revoluciones científicas, tradicionalmente asociadas con los nombres de físicos: Copérnico, Descartes, Newton, Lavoisier, Maxwell, Einstein, Bohr y Heisenberg. Como observó con agudeza Sigmund Freud (1953, 16: 285), fue una de las tres revoluciones que golpearon la autoimagen narcisista del hombre: 1as otras dos eran la copernicana y la que había iniciado el mismo Freud. Por último, la revolución darwiniana difiere de todas las demás revoluciones cietíficas por ser la única, que se sepa, en la cual la primera presentación completa de esta teoría contenía el anuncio formal de que provocaría una revolución.

El tremendo impacto revolucionario de la evolución darwiniana se debió en alguna medida al componente extracientífico, a lo que se ha llamado la revolución ideológica concomitante. Esto es cierto incluso en el caso de los científicos, porque las reacciones de éstos —como las de otros seres humanos— suelen sufrir una fuerte influencia de sus preconceptos filosóficos, religiosos y de otro tipo, Así, uno de los críticos de Darwin afirmó que El origen de las especies “escandalizaba enormemente"su “sentido moral”, porque el autor había descartado la posición de que la “causalidad(es) la voluntad de Dios”. El critico decía que podía "demostrar” que Dios “actúa en bien de sus criaturas", y temía que la concepción propuesta por Darwin llevaría a la humanidad a "sufrir un daño que podría embrutecerla”. Le preocupaba la posibilidad de que Darwin llevara a “la raza humana (a hundirse) hasta una degradación más profunda de cuantas conocemos a través de los documentos escritos de su historia”. Estos temores fueron expresados en una carta dirigida a Darwin (1887, 2: 247- 250) por el titular de la cátedra Woodward de geología en Cambridge, quien firmó “su viejo y fiel amigo”, Adam Sedgwick. Esta despedida resalta la profética verdad de la advertencia que le dirigió Huxley (ibid., pág. 231), sobre “las abundantes injurias... que, si no me equivoco, aguardan a usted”.


Las posiciones de Darwin acerca de la revolución

El origen de las especies de Charles Darwin apareció en 1859, un año y una década después de que las revoluciones de 1848 recorrieran Europa. Escribió el último borrador del Origen diez años después de que el Manifiesto comunista no sólo anunciara la inminencia de la revolución sino que también institucionalizara la acción para la revolución política y social. Los periódicos que leía Darwin en las décadas de 1840 y 1850 hablaban de revolución política, actividad revolucionaria e incluso de revolución científica. Pero a pesar de algunos síntomas de descontento obrero en Inglaterra, los ingleses no se sentían amenazados por la revolución; su única experiencia se remontaba a 1688 y, comparada con 1789 ó 1848, la Revolución Gloriosa había sido una transformación más bien pacífica. De manera que los científicos y los filósofos británicos contemplaban la revolución, al menos la científica, con cierta ecuanimidad distante. En las décadas anteriores a la publicación del Origen. Darwin se familiarizó con las transformaciones revolucionarias (véase la cuestión en detalle en 19.1), y su libro contiene varias referencias notables a la revolución en la ciencia.

Así, en el capítulo 10 elogia la “revolución en las ciencias naturales de Lyell”. En el capitulo 9, donde analiza las “imperfecciones del registro geológico”, escribe que se ha producido una “revolución en nuestras ideas paleontológicas” (1859, 306). En el último capítulo del Origen, donde anuncia su teoría de manera formal y completa, dice lisa y llanamente que “cuando las ideas que presento en este volumen, u otras análogas sobre el origen de las especies, gocen de aceptación general, podemos prever vagamente que se producirá una considerable revolución en las ciencias naturales”. Esta afirmación es típica de Darwin. Comienza señalando, con la típica modestia darwiniana, que “podemos prever vagamente”, pero concluye con todo vigor y au dacia que habrá “una considerable revolución”. [1]

Esta declaración revolucionaria en una publicación científica formal aparente mente no tiene parangón en la historia de la ciencia. Muchos científicos han escrito en su correspondencia o en sus manuscritos, en sus apuntes o en sus diarios íntimos de investigación, que su obra era revolucionaria o conduciría a una revolución. Pero sólo Lavoisier y Darwin escribieron esa evaluación de su propia obra en letras de molde. [2] El primero presentó un trabajo en la Académie des Sciences de París que luego envió a la imprenta, en el cual se refirió a la nueva química y la consiguiente elaboración de un nuevo lenguaje para la nomenclatura de esa disciplina en términos de revolución (una revolución en los fundamentos de la química, que afectaría la educación), pero a diferencia de Darwin, no empleó ese término en la presentación de su nueva teoría.

No existen pruebas directas sobre el desarrollo del pensamiento darwiniano en materia de revolución, sea científica o de otra clase. Conocía, desde luego, el concepto en un sentido geológico, tal como lo empleaba Cuvier. Las obras de Lyell seguían esa tradición. La Geological Evidente of Me Antiquizy of Man (1914), de Lyell, incluye un capítulo sobre las “vastas revoluciones geográficas” de tiempos pasados. Por otra parte, en su autobiografía, Darwin asacia la Revolución Francesa con la violencia. Al describir un suceso horrible que había presenciado junto con Henslow en Cambridge, comenta que fue “una escena casi tan horrenda como la que se habría podido presenciar durante la Revolución Francesa” (1958,65). El hecho en cuestión fue que dos profanadores de tumbas que eran trasladados a la prisión “fueron arrancados de manos del alguacil por una turba de hombres rudos, que los arrastraron de las piernas sobre el camino pedregoso y embarrado”. Las víctimas quedaron “cubiertas de barro de la cabeza a los pies” y “sus caras sangraban” debido “a los puntapiés recibidos o a las piedras”, de manera que “parecían cadáveres”. Esta experiencia violenta, recordada durante tantos años, ratifica nuestra convicción de que para Darwin el concepto de revolución en la ciencia no era una metáfora ociosa para expresar el cambio, sino que implicaba una alteración total de las creencias fundamentales que significaba un acto de violencia contra el orden establecido del conocimiento científico.

Ya el 11 de enero de 1844, una década y media antes de la publicación del Origen, Darwin escribió a naturalista inglés sir Joseph Hooker (1887, 2: 23): “Por fin aparecen los rayos de luz.” “Estoy casi convencido de que (contra lo que opinaba al principio) las especies no son (esto es como confesarse culpable de un asesinato) inmutables.” Uno puede coincidir con el recordado Walter Faye Cannon (1961) en que, en verdad, Darwin se proponía cometer el “asesinato de todo lo que representaba Lyell. con su principio uniformicista de la estabilidad eterna”.

En el curso de los tres lustros siguientes, Darwin avanzó de su concepción anterior a 1848 en la cual la violencia en la insurrección científica era como un “asesinato” de las ideas establecidas, al soberbio anuncio de una “revolución considerable en 1859". Los doce años que median entre las expresiones asesinato y revolución abarcan los sucesos de 1848 y sus secuelas, hechos que ocupaban un lugar destacado en los periódicos que Darwin leía en esos años (véase § 19.1).

Existen pruebas directas de que en 1859, cuando Darwin concluía el manuscrito del Origen, la idea de la revolución científica estaba en el aire. Thomas BeIl presidente de la Linnean Society de Londres. mencionó las revoluciones científicas en su discurso de mayo de 1859. en el que reseñó las actividades de la sociedad durante los doce meses anteriores. “Sólo en intervalos remotos —afirmó (Gage 1938,56)— podemos tener la expectativa razonable de que se produzca una innovación repentina y brillante que afecte de manera profunda y permanente el carácter de alguna rama del saber.” La aparición de un “Bacon o un Newton, un Oersted o un Wheatstone, un Davy o un Daguerre. es un fenómeno ocasional —prosiguió— cuya existencia y carrera parecen dispuestas por la Providencia con el fin de efectuar un cambio grande e importante en las condiciones o las actividades del hombre”. Estas observaciones sobre las revoluciones y los revolucionarios de la ciencia — cuatro de los seis que menciona eran contemporáneos y estaban vivos— son una especie de glosa a su concepto principal: “el año que ha pasado... en verdad no se ha caracterizado por ninguno de esos descubrirnientos notables que, por así decirlo, revolucionan al instante la rama de la ciencia en la que se producen”. Estos comentarios son tanto más significativos por cuanto durante ese año Darwin había presentado ante la Linnean Society su informe preliminar sobre la evolución, y Alfred Russel Wallace su trabajo “On the Tendency of Varieties to depart indefinitely frorn the Original Type” (Acerca de la tendencia de las variedades a desviarse indefinidamente del tipo original).

BeIl había presidido la sesión en la que se presentaron los dos trabajos. Observa el historiador de la Linnean Society: “Aparentemente. Bell tenía escasa o ninguna idea de que presidía el inicio de una revolución en las ideas sobre la vida en general y la vida humana en particular” (Clage 1938, 56). Muy cierto. Pero lo más importante en este contexto es que Beil sabia que ocurren revoluciones en la ciencia y que las ciencias de la vida estaban maduras para una revolución. La declaración de Darwin en el Origen sobre la inminencia de la revolución en las ciencias naturales se puede considerar una réplica directa al discurso presidencial de Bell.


Las primeras etapas de la revolución darwiniana

En la evolución darwiniana se advierten claramente las etapas de desarrollo de una revolución, desde las raíces intelectuales a la revolución en los papeles. La travesía del Beagle (1831-1836) fue de importancia crucial para él, sobre todo para su estudio de los fósiles y la “confirmación de la ley de que los animales existentes guardan una estrecha relación en su forma con las especies extintas”; pero como señala Ernst Mayr (1982, 395). “el Darwin que abordó el Beagle en 1831 ya era un natura lista con experiencia”. Existen buenas pruebas (ibid, 408-409; Sul 1983) de que Darwin no se volvió evolucionista en ese viaje. Su conversión se produjo en 1837, cuando inició su primer cuaderno de apuntes sobre la “transmutación de las especies”.

La elaboración de las consecuencias de sus ideas fue un proceso lento. En 1844 escribió un ensayo de 230 páginas manuscritas (Darwin 1958) que contiene la esencia de lo que más adelante sería el Origen. He aquí, pues, una paradoja notable: Darwin abrazó la teoría de la evolución en 1837, concibió la teoría de la selección natural en septiembre del año siguiente y esperé casi dos décadas hasta publicar sus ideas por escrito. En síntesis, la revolución intelectual sucedió en 1836-37; la segunda etapa, la del compromiso íntimo con la revolución, se consumó en 1844; pero antes de llegar a la etapa de la publicación, de la revolución en los papeles, pasaron tres lustros, hasta que en 1858 Darwin recibió el trabajo de Wallace, que había trabajado independientemente sobre la selección natural.

Un aspecto de la transición de la revolución íntima a la revolución pública en los 7 papeles puede rastrearse en el ensayo de 1844. El 5 de julio de ese año, en una carta a su esposa, dijo que “acababa de terminar’ su “esbozo” de la “teoría de las especies”. Le pedía que, en caso de “muerte repentina”, ella “dedicara 400 libras para su publicación” y aclaraba que LyeIl sería el más capacitado para prepararlo para la imprenta (“si es que quiere hacerlo”) y que Forbes, Henslow, Hooker y Strickland serían los candidatos siguientes, en ese orden. Incluso le aconseja sobre los pasos a tomar si “ninguno de éstos” acepta el encargo y cómo proceder si “surgen dificultades para conseguir un editor”.

Como se sabe, e primer anuncio de la evolución darwiniana fue una presentación conjunca de Darwin y Wallace: éste le había enviado un breve trabajo para ser comunicado al geólogo Charles Lyell “si a usted le resulta lo suficientemente novedoso e interesante”. Darwin comprobó, estupefacto, que el trabajo era lo que sir Gavin de Beer (1965, 148) ha llamdo “una exposición breve pero perfecta de la teoría de Darwin de la selección natural”. La primera, honrosa, reacción de Darwin fue ocultar su propio trabajo para publicar el de Wallace. Sin embargo, Lyell y el botánico Joseph Hooker —amigos suyos y, más importante aun, amigos de la ciencia y la verdad - lo convencieron de publicar el trabajo de Wallace junto con un pasaje de su “Ensayo” inédito de 1844 y párrafos de una carta escrita por él en 1857 al profesor Asa Gray, de Harvard, donde hacía un “breve esbozo” del libro que estaba escribiendo. Estos trabajos y el de Wallace fueron presentados en una sesión de la Linnean Society de Londres el 1 de julio de 1858 y publicados en el Journal of Proceedings de la sociedad bajo el titulo de “On the Tendency of Species to Form Varieties; and on the Perpetuation of Varieties and Species by Natural Means of Selection” (Acerca de la tendencia de las especies a formar variedades; y acerca de la perpetuación de varieda des y especies por medios naturales de selección).

En cuanto a la reacción ante las nuevas ideas, Darwin escribió años después que “nuestros trabajos conjuntos despertaron muy escasa atención, y el único comentario escrito que recuerdo fue del profesor Haughton de Dublin, quien dictaminó que todo lo nuevo en ellas era falso, y lo verdadero era viejo” (1887,1: 85). (Darwin no asistió a esa célebre sesión de la Linnean Society.) Hooker informó luego a Francis Darwin (en 1886) que él y Lyell “dijimos algunas palabras para subrayar la necesidad de que los naturalistas presten profunda atención a sus trabajos y su orientación para el futuro de la Hist. Nat. etc. etc, etc.” (1887,2: 125-126). Se “despertó un interés intenso”, dijo, pero no hubo “ni sombra de discusión”. Se habló de la nueva doctrina después de la reunión “con gran fascinación: la aprobación de Lyell, y tal vez en cierta medida la mía... impresionó a los miembros, que de otro modo se habrían pronunciado con furia contra la doctrina”. George Bentham, un futuro presidente de la Linnean Society, quedó tan “perturbado” al escuchar los trabajos de Darwin y Wallace que retiró el suyo, previsto para la misma reunión, en el que había recurrido a sus estudios de la flora inglesa para”sustentar la idea de la estabilidad de las especies” (Darwin 1887, 2: 294). [3].

Este episodio echa luz sobre un problema que ha sido objeto de discusión: ¿en qué medida el mérito de haber descubierto la teoría de la evolución pertenece a Alfred Russel Wallace? ¿Es justo darle todo el mérito a Darwin, hasta el punto de hablar de una “revolución darwiniana”? El trabajo de Wallace fue la causa inmediata que llevó a Darwin a completar rápidamente una versión del Origen que pudiera ser publicada: [4] esto por sí solo fue un gran aporte a la ciencia de la evolución. Pero la escasa reacción ante el trabajo de 1858 publicado por la Linnean Society demuestra que mera difusión de la idea de la evolución mediante la selección natural, elaborada por Darwin y Wallace, no inició la revolución. Para qué sucediera fue necesaria la publicación del libro de Darwin, el Origen, con su abrumador cúmulo de pruebas. [5] Porque en ese libro se exponía una nueva manera de pensar la biología y una ciencia enteramente nueva (véase Scriven 1959). [6] La fecha de publicación fue el 24 de noviembre de 1859, y ese mismo día se agotó la edición. La segunda edición apareció un mes y medio después, el 7 de enero de 1860, seguida de una tercera. En un par de años se vendieron más de 25.000 ejemplares.

Hubo un científico que útilizo los trabajos publicados por la Linnean Society: el canónigo Henry Baker Tristram, sacerdote anglicano y ornitólogo que había estudiado las alondras y otros pájaros del Sahara. Le habían impresionado las variaciones “graduales” de su coloración y el tamaño y la forma de sus picos. En 1858 mostró los resultados de su investigación a su amigo Alfred Newton, el primer profesor de zoología que tuvo la Universidad de Cambridge, quien volvía de un viaje de estudios a Islandia.

Cuando Newton llegó a su casa se encontró con la edición de agosto del Journal of the Linnean Sociery, que contenía los trabajos de Darwin y Wallace. Aceptó la nueva doctrina de inmediato y comprendió que la seleción natural explicaba los descubrimientos de Tristram y otros efectuados por él mismo. De inmediato se comunicó con Tristram. Este escribió un trabajo para Ibis de octubre de 1859, en el que se refirió a los artículos de Darwin y Wallace y explicó cómo la selección natural da cuen ta del color del plumaje de las aves, adaptado a la tierra o la arena de su hábitat, protegiéndolos de los animales de presa y favoreciéndolos así en el proceso de selección natural; asimismo, el tamaño y la forma del pico variaba de acucrdo con las características del suelo que el ave debía escarbar en busca de gusanos.

La trayectoria posterior de Tristram constituye una interesante consecuencia de la célebre polémica entre Huxley y Wilberforce en la reunión de la British Association for the Advancement of Science en Oxford en 1861. Los comentaristas suelen presentar los hechos como si el obispo Samuel Wilberforce hubiera sido humillado y derrotado por Huxley y se hubiera retirado en desgracia. La verdad es que Wilberforce impresionó a muchos de los científicos presentes. Uno de ellos era Tristram el primero que había declarado públicamente su adhesión a la nueva teoría de la evolución mediante la selección natural. Sin embargo, los argumentos de Wilberforce le resultaron tan convincentes que se volvió antidarwinista por el resto de su vida, a pesar de los intentos de su amigo Newton por reconvertirlo.

Cabe agregar, por otra parte, que Wilberforce, lejos de sentirse humillado, publicó una versión corregida y aumentada de su presentación en la Quarterly Review. Este trabajo fue luego orgullosamente reimpreso en una antología de sus obras, en dos volúmenes. (Para más información sobre Tristram y Wilberforce, véase Cohen 1984.)

Al releer ese ensayo el autor de estas líneas descubrió que, si bien Wilberforce criticó a Darwin con fuerza y vehemencia, también lo elogió por las importantes con tribuciones a la ciencia que realizara en el Origen. Por extraño que parezca, según Wilberforce, el aporte más meritorio de Darwin al pensamiento biológico, era la idea de selección natural. Desde luego que Wilberforce no creía en la evolución: para él, la selección natural era el método empleado por Dios para eliminar a los no aptos. Esto es tanto más notable por cuanto Thomas Henry Huxley, uno de los principales defensores de la evolución darwiniana, a quien algunos han llamado el “dogo de Darwin”. jamás creyó del todo en ese aspecto de la teoría (véase Poulton 1896, cap. 18).

No faltan pruebas de que muchos científicos y pensadores de la época de Darwin consideraban que su teoría de la evolución y la selección natural era revolucionaria. En la víspera de la aparición del Origen, el 21 de noviembre, el botánico inglés Hewett C. Watson escribió en una carta a Darwin que la selección natural “tiene las características de todas las grandes verdades naturales. clarifica lo que era oscuro, simplifica lo que era complejo y agrega mucho a los conocimientos anteriores”. Y aun que se refiere a la “necesidad, en cierto grado, de limitar o modificar, posiblemente también ampliar, sus aplicaciones del principio de la selección natural”, concluye diciéndole, “usted es el mayor revolucionario en historia natural de este siglo, tal vez de todos los siglos”. Científicos, filósofos e historiadores del siglo XX (por ejemplo, Ernst Mayr, Michael Ruse, D. R. Olroyd. Gertrude Himmelfarb) coinciden en que hubo una revolución darwiniana y en la influencia prolongada y profunda que ejerce la teoría de Darwin sobre la paleontología y la biología a partir de 1859. La historia de la biología desde la época de Darwin, sobre todo en las dos décadas pasadas, muestra hasta qué punto la evolución darwiniana ha influido en esa disciplina. Se trata, pues, de un hecho que resiste todas las pruebas de las grandes revoluciones científicas.


La naturaleza de la revolución Darwiniana.

¿Cuáles fueron los aspectos revolucionarios de la doctrina de Darwin? Todos saben que Darwin no fue el primero que creyó en la evolución. Más aun, los historiadores encuentran cierto placer perverso en buscar predecesores de Darwin que creían en algún tipo de evolución en general y que incluso se adelantaron a la idea de la selección natural. Cabe señalar, sin embargo, que la expresión de estas ideas antes de 1859 no modificó la naturaleza de la ciencia, como sí lo hizo el Origen darwiniano. Diríase que una de las razones principales de esta diferencia radica en que el trabajo de Darwin no fue un ensayo más ni la formulación de una hipótesis —por más plausible que fuera—, sino una demostración basada en un cuidadoso razonamiento y en un cúmulo de observaciones que la doctrina de la evolución de las especies por selección natural era sólida y confiable. Recurrió, entre otras cosas, a la gran experiencia de los criadores, que realizaban (según él) una especie de selección artificial: de ahí se podía deducir que la naturaleza realizaba una “selección natural”. También presentó una gran variedad de pruebas de la distribución geográfica de plantas y animales, de la historia geológica y de otras disciplinas relacionadas con las ciencias naturales. Ade más demostró de manera espectacular y convincente el hecho de que la naturaleza produce variaciones casi ilimitadas entre los individuos de cualquier especie. Unía a este hecho la ley de que el aumento natural de las poblaciones no iba acompañado de un aumento similar de los alimentos disponibles. El resultado era tan ineludible para él como lo es aliora una lucha por la vida que conduce a un proceso de “selección natural”, al que más adelante llamaría, por sugerencia de A. R. Wallace, la “supervivencia del más apto”, una frase poco feliz acuñada por Herbert Spencer.

En otras palabras. Darwin no se limitó a reformular viejas ideas generales sobre el proceso evolutivo sino que expuso argumentos específicos nuevos para la discusión y para el avance de la ciencia. Se puede ver un ejemplo de ello en el problema de la sucesión de especies diferentes que se encuentran en los restos fósiles de eras geológicas sucesivas. Existían varias explicaciones para este fenómeno. Cuvier proponía una serie de “revoluciones”, catástrofes que destruían la vida existente, seguidas por formas de vida nuevas. Charles Lyell propuso una explicación aparentemente obvia y lógica: que entre las especies se producía una lucha por la supervivencia, en ella algunas desaparecían y sólo llegaban al conocimiento del hombre a través de registros fósiles o geológicos. Lyell propuso lo que Ernst Mayr (1972. 984) llama “una especie de microcatastrofismo”. un “concepto de exterminio sistemático de las especies y su reemplazo por otras recientemente creadas”. La diferencia principal entre las ideas de Lyell y las de Cuvier sobre este tema radica en que aquél pulverizó “las catástrofes en sucesos que afectaban especies individuales en lugar de faunas enteras”. Darwin transformó el concepto de Lyell de la lucha entre las especies en una lucha entre individuos.

Los miembros individuales de una especie difieren entre sí en varias caractertsticas, de acuerdo con formas de variación bien conocidas. Pero algunas variaciones son más apropiadas para la supervivencia según la naturaleza del medio ambiente. En la lucha por la vida algunas variaciones son más favorables que otras; por ejemplo, un color que se disimula contra el fondo puede ocultar a un individuo de la mirada de un depredador y ayudar así a su supervivencia, mientras que un color que se destaca con tra el fondo facilita su descubrimiento y muerte. Darwin observó en esos fenómenos que las probabilidades de supervivencia de un individuo dependían de sus variaciones particulares. A este proceso de supervivencia diferencial lo llamó selección natural: un proceso en el cual la reproducción tiene mayores posibilidades de producirse con éxito en los individuos cuyas variaciones se adecuan mejor al ambiente y que, por consiguiente, tienen mayores probabilidades de engendrar una prole similar. El énfasis puesto en el individuo, en “el carácter único de cada cosa en el mundo orgánico”, es según Mayr (1982,46), la clave para una manera nueva y revolucionaria de visualtizar el mundo de la naturaleza: el “enfoque poblacional”. Quienes piensan así “su brayan que cada individuo en una especie que se reproduce por vía sexual es único y diferente de todos los demás”. En esta nueva manera de hacer biología o ciencia natural no existen “tipos ideales” ni “clases” de individuos esencialmente idénticos. La teoría de la evolución por medio de la selección natural se basa claramente en la “conciencia de que cada.individuo es único”, hecho que Ernst Mayr considera “revolucionario” en el desarrollo del pensamiento darwiniano.

La transición de la concepción de Lyell de la competencia entre especies a la concepción darwiniana de la competencia dentro de la especie es un ejemplo de lo que el autor de esta obra ha llamado la transformación de ideas (1980. cap. 4, especialmente § 4.3). Este paso trascendental y revolucionario se produjo cuando Darwin tuvo ocasión de leer a Maithus. Fue Sandra Herbert (1971; en especial, véase Ghise li 1969) quien destacó el papel especial de Malthus al llamar la atención de Darwin sobre la “terrible poda... que se ejerce sobre los individuos de una especie”, lo cual “llevó a Darwin a aplicar sus conocimientos sobre la lucha en el nivel de las especies, al nivel individual”. Comprendió entonces que “la supervivencia en el nivel de la especie era el testimonio de la evolución, la supervivencia en el nivel individual era su moto?’. En síntesis, la “insistencia en la competencia en el nivel de las especies” de Lyeil aparentemente impidió a Darwin comprender el “potencial evolutivo de la ‘lucha por la vida’ en el nivel individual”. Herbert concluye que Malthus cumplió un papel de “colaborador más que de catalizador” en la “nueva comprensión” adquirida por Darwin luego del 28 de setiembre de 1938 “sobre la idea de la lucha en la naturaleza”. Puesto que la selección natural darwiniana se basa en tres elementos —“la variabilidad individual, la tendencia a la superpoblación y los factores selectivos que actúan en la naturaleza” (ib pág. 214)—, se advierte que esta transformación fue una etapa crucial en el pensamiento creador de Darwin. Además, esto permite preci sar el papel de Malthus, que no fue el de agregar un factor a una supuesta síntesis dar winiana ni proporcionarle una ley matemática del aumento de la población, sino el de orientarlo para que orientara el concepto de Lyell en una lucha entre individuos al destacar “los aspectos competitivos de la naturaleza —la depredación, las hambrunas, los desastres naturales— tal como afectan las diferencias individuales de los miembros del mismo grupo”. Ese fue el momento crucial de la “transición conceptual”, el momento en que reconoció la lucha por la existencia (como insiste Mayr, 1977.324) “entre individuos de la población”, la transición a lo que hoy se denomina “enfoque poblacional”.

Desde luego que deben tenerse en cuenta factores adicionales para comprender la receptividad de la mente de Darwin a las teorías de Malthus y el reconocimiento de la importancia de la competencia que lo llevó a pensar en términos de población, entre ellos, los principios del individualismo y la competencia en el pensamiento económico de Adam Smith (como lo demostraron Schweber 1977 y Gruber 1974). En este contexto se debe recordar la afirmación de Darwin de que el concepto de la selección natural surgió de lo que ahora se llamaría una transformación de la selección artificial: la antigua práctica de los criadores de seleccionar los individuos que mostraban las características deseadas para usarlos como reproductores, Y flotaba en el aíre la sensación de que un proceso decretado por la voluntad divina eliminaba los individuos no aptos en una forma parecida a la “selección”.


Reacciones contra la teoría de Darwin

La cualidad revolucionaria del pensamiento de Darwin se pone de manifiesto en los ataques que sufrió por no haber seguido el modelo prescrito que constituía la manera aceptada de hacer ciencia. Para ver hasta qué punto la evolución basada en la selección natural se desviaba de las normas tradicionales del pensamiento científico tal como está expresado, por ejemplo, en la filosofía natural newtoniana, basta tener en cuenta que no es predictiva, pero sí causal. Es decir que, a través de la selección natural y varias doctrinas subordinadas, la evolución darwiniana asigna una causa al proceso por el cual las especies actuales resultan de la selección natural, pero esta ciencia no pucde predecir con precisión cuál será el curso futuro de la evolución, aun conociendo los factores ambientales. En otras palabras, Darwin demostró que una ciencia es capaz de “explicar satisfactoriamente el pasado” incluso cuando “es imposible pre decir el futuro” (Scriven 1959, 477).

Adam Sedgwick, quien atacó a Darwin públicamente, dijo que su “teoría no es inductiva, no se basa en una serie de hechos reconocidos” (Darwin 1903,I: 149 n) y que su método “no es el verdadero método baconiano” (Darwin 1887, 2: 299). Le dijo en una carta que “usted ha desertado... del verdadero método de la inducción”. Pero Darwin afirmó en su autobiografía (1887,!: 83) que él “trabajaba sobre la base de auténticos principios baconianos, y sin teoría alguna recolectaba datos en escala masiva”. Estaba sumamente complacido de saber que “el método de investigación aplicado era filosóficamente correcto en todo sentido” (1903,1: 189). Henry Fawcett le hizo saber que, en la opinión de John Stuart Mill, “su razonamiento es en todo momento exactamente acorde con los principios estrictos de la lógica”. Agregó que “el método de investigación” aplicado por Darwin “es el único que corresponde a esa disciplina”. [7] Es comprensible que Huxley (Darwin 1887,2: 183) se enfureciera ante una crítica aparecida en Quar:erly Review de julio de 1860, en la cual “una persona superficial que pretende hacerse pasar por licenciado en ciencias” tuvo la osadía de calificar despectivamente a Darwin de “persona ‘frívola’ que trata de ‘apuntalar su trama putrefacta de conjeturas y especulaciones’ y cuya ‘manera de abordar la naturaleza’ ha [ser] rechazada por ser ‘totalmente deshonrosa para la ciencia natural”. Huxley descalificó al crítico denunciando su desconocimiento total de la paleontología y de la anatomía comparada. Después de haber escrito esos párrafos, se enterti de que el autor era su viejo adversario en Oxford, el obispo Wilberforce (Darwin 1887, 2: 183),

Los admiradores de Darwin lo compasaron con Newton y Copérnico, realizadores de las grandes revoluciones del pasado. El fisiólogo alemán Emil DuBois-Reymond señaló que Darwin tenía la suerte de ver cómo sus ideas ganaban aceptación (1912, 2, cap. 29), mientras que Harvey había muerto antes de que los científicos de su época reconocieran la circulación sanguínea. T. H. Huxley no dudaba de que “el nombre de Charles Darwin aparece junto a los de Isaac Newton y Michael Faraday” y. como ellos, “evoca el grandioso ideal del buscador de la verdad e intérprete de la naturaleza (Darwin 1887,2: 179). Añadió que el nombre de Darwin está estrecha mente vinculado con la “teoría del origen de las formas de vida que pueblan nuestro globo, así como el de Newton lo está “con la teoría de la gravitación”. El Origen, dijo, “es el más poderoso instrumento para la extensión del reino del conocimiento na tural” que haya aparecido desde “la publicación de los Principia de Newton” (pág. 557). A, R. Wallace (1898, 142) sostuvo que el Origen “no sólo sitúa el nombre de Darwin en el mismo nivel que el de Newton, sino que su obra siempre será considera da una de las hazañas científicas más grandes, tal vez la más grande, del siglo XIX”.

En algunas ocasiones, Darwin se comparé a sí mismo con Newton, con respecto a la aceptación o rechazo de la “teoría newtoniana de la gravitación” (1903.2: 305). Hombre cauteloso, insistía con modestia que no quería sugerir con ello que la selección natural era el equivalente de la gravitación universal. Sin embargo invocó en su defensa el hecho de que “Newton no pudo demostrar qué es... la gravedad” y agregó (1887,2: 290) el argumento empleado por Newton contra Leibniz: “Es filosofía descifrar los movimientos del reloj aunque uno no sepa por qué las pesas bajan al suelo,”


Etapas posteriores de la revolución danviniana

En el curso de las dos décadas posteriores a la aparición del Origen, la mayoría de los biólogos de Inglaterra y muchos de otros países (aunque con notables adversarios y falta de partidarios en Francia) aceptaron la teoría de la evolución de las especies. Darwin escribió en 1887 que “ahora existe unanimidad casi total entre los Biólogos sobre la Evolución” (1887, 3: 236). La selección natural y las ideas darwiniartas sobre la selección sexual y la descendencia común despenaron menos entusiasmo (véanse Mayr 1982. 501 y sigs.; Ruse 979, cap. 8; especialmente Bow 1983). En la carta citada dice: “Existen aún grandes diferencias en cuanto a los medios, por ejemplo, hasta qué punto actúa la selección natural y hasta qué punto lo hacen las condiciones externas, o si existe alguna misteriosa tendencia innata a la perfectibilidad.” Como señaló R. W. Burkhardt (Science 1983, 222: 156): “Los partidarios más fervorosos de Darwin en su propia época —T. H. Huxley en Inglaterra y Ernst Haeckel en Alemania— discrepaban con él (y entre sí) en sus concepciones de cómo actúa la evolución.”

Uno de los temas principales en debate era si la evolución se desarrolla por el efecto acumulado de pequeñas variaciones en las sucesivas generaciones, o si las grandes variaciones cumplen un papel crucial. Otro problema era la herencia, que complica la selección de dos maneras: ¿qué mecanismos provocan la variación sobre la cual actúa la selección?; ¿cómo se transmiten las variaciones a la prole? En el siglo XX la genética mendeliana desplazó la selección natural y las pequeñas variaciones y concentré la atención de los científicos en Las variactones grandes y bruscas y las mutaciones (véanse Allen 1978; Provine 1971; Ruse 1979). Se inició entonces la decadencia de la selección natural y el darwinismo, el periodo que Julian Huxley (1974, 22 y sigs.) llamó el “eclipse del darwinismo”. En la década de 1930, cuando el autor de estas líneas cursaba su doctorado, el juicio de la historia ya era inequívoco. Los estudiantes de la época leían un texto de Erik Nordenskiöld History of Biology [ ría de la biología] (2da. cd. ing., 1935) donde se afirmaba que era “irracional” elevar la teoría de la selección natural “como suele hacerse, a la categoría de una ‘ley natural’ de valor comparable con la ley de la gravedad establecida por Newton... como ya lo ha demostrado el tiempo” (pág. 476). Nordenskiöld advertía a los lectores que la “teoría darwiniana del origen de las especies fue descartada hace tiempo. Otros des cubrimientos de Darwin son de valor secundario”. ¿Cómo “justificar plenamente”, entonces, “la proximidad de su tumba con la de Newton” en la Abadía de Westminster? El autor responde que ese honor es merecido si no se tiene en cuenta su lugar en la historia de la ciencia sino “su influencia sobre el desarrollo cultural general de la humanidad”, es decir, sobre la filología, la filosofía, el concepto de la historia y la concepción general de la vida.

Sin embargo, en las últimas décadas se ha producido una revalorización de la selección natural y el surgimiento de una “síntesis evolutiva” (véase Mayr y Provine 1980, sobre todo el prólogo de Mayr). En otras palabras, la primera revolución darwiniana cedió terreno ante una contrarrevolución antidarwiniana que no se dirigía con tra la evolución en general sino contra la de Darwin y su concepto primordial de la selección natural. Ernst Mayr analiza esta brecha entre los darwinistas o neodarwinistas y sus adversarios en términos de las “diferencias conceptuales entre los genetistas y los naturalistas” y sostiene que esos grupos “pertenecían a dos biologías distintas que yo caracterizo como la biología de las causas próximas y la de las causas últimas” (Mayr y Provine 1980,9; Mayr 1961). Un lego diría quela “síntesis evolutiva” característica de la biología evolutiva reciente —producto del trabajo conjunto de genetistas y naturalistas— bien puede constituir una segunda revolución darwiniana, una se gunda etapa de la primera o bien una revolución darwiniana modificada. Pero nadie debe pensar que la revolución ha concluido, Se ha iniciado una gran revisión que cuestiona la mera selección natural y sugiere una explicación en términos de “equilibrios puntuales” (véanse Eldredge y Gould 1972; Gould y Eidredge 1977).


El impacto extracientífico de la revolución darwiniana

Las ideas de Darwin han hecho sentir su impacto revolucionario fuera del campo de la ciencia, mucho más allá de su importancia para la biología olas ciencias naturales. ¿Quién desconoce la proliferación de la “evolución” en todos los aspectos del pensamiento o la actividad humanos, desde la evolución de La novela a la evolución de la sociedad? Woodrow Wilson, en un célebre estudio sobre la Constitución de Estados Unidos, escribió que era un error aplicar a este tema los principios científicos de la filosofía natural newtoniana. La Constitución, dijo, se comprende a través de la evolución: “El gobierno no es una máquina sino un ser viviente. Responde a Darwin, no a Newton” (1917,56). Como se sabe, a fines del siglo XIX surgió una forma partícular de pensamiento social llamada “darwinismo social”, y se intentó vincular la evolución con el socialismo, hecho que Darwin calificó de “tontería” en una célebre carta (1887,3:237)

Desde luego, lo que trastornaba a la gente en la época de Darwin era el hecho de que la teoría de la evolución cuestionaba la interpretación literal de las Escrituras. Posiblemente Darwin no habría suscitado una oposición tan clamorosa si se hubiera ocupado tan sólo de plantas, animales e incluso la edad de la Tierra. En otras palabras, si no hubiera sido necesario incluir al hombre en la escala y el proceso evolutivos, o concluir que los seres humanos son producto de la selección natural, es probable que los creyentes religiosos no habrían reaccionado con tanto vigor. Desde luego, existían (aún existen) ciertos fundamentalistas que creían en la letra de las Sagradas Escrituras, a tal punto que eran capaces de alzarse en armas contra la idea de que la edad de la Tierra es mayor de la que se desprende de la crónica bíblica. Recuérdese que en nuestros días, en Estados Unidos, los fundamentalistas están librando una batalla a través de las legislaturas estaduales y los tribunales para que se dedique el “mismo tiempo” a la teoría de la “creación” que a la de la evolución en las aulas.

Darwin había tratado de eludir la cuestión del hombre en el Origen, al sugerir en una sola oración que “se arrojará mucha luz sobre el origen del hombre y su historia” (1859, antepenúltimo párrafo). Pero los críticos de Darwin de todas las épocas han subrayado la evidente implicación de la teoría de la evolución para nosotros mismos, la ineludible conclusión de que el hombre es apenas un producto fina temporario de un proceso evolutivo perpetuo. Por otra parte, está claramente establecido que el propio Alfred Russel Wallace no terminaba de creer que la selección natural pudiera explicar La aparición del hombre en la historia, que para ello era necesaria la intervención de la mano de un Creador (véase Kottler 1974). Así lo dijo por primera vez en el artículo “Man” (El hombre) en la Anthropological Review de 1864 y luego en Quarterly Review (1869) en una nota bibliográfica con motivo de la décima edición de Principies (1867-1869) y la sexta de Elements of Geology (1865), ambos de Charles Lyell. Sostuvo que la selección natural por sí sola no podía nunca producir el cerebro y los órganos de locución humanos, la mano, etcétera. Darwin, angustiado, le escribió en marzo de 1869, “espero que no haya consumado el asesinato de nuestra común criatura”. Al leer el párrafo correspondiente en el Quaterly, Darwin lo marcó con “un ‘No’ triplemente subrayado y una lluvia de signos de admiración” (Darwin 1903, 2: 39-40).

La darwiniana fue probablemente la revolución más significativa que se haya producido en las ciencias, porque sus consecuencias e influencia se extendieron a muchos campos del pensamiento. Como consecuencia de esta revolución se produjo una revisión sistemática de las concepciones del mundo, el hombre y las instituciones humanas. La revolución darwiniana entrañó una nueva visión del mundo como sistema dinámico y evolutivo, no estático, y de las pautas evolutivas de la sociedad humana. Como se verá más adelante, Carlos Marx previó una historia evolutiva de la tecnología o la invención, en la cual se emplearían los conceptos con que Darwin estudiaba los órganos de animales para analizar el desarrollo de las herramientas humanas.

La nueva perspectiva darwiniana negaba toda teleología cósmica y sostenía que la evolución no es un proceso que conduce a tipos “mejores” o “más perfectos” sino una serie de etapas en las cuales se reproducen mejor tos individuos más adecuados a las condiciones de su ambiente, y que lo mismo sucede con las sociedades. Ya no existían bases para una creación especial. El principio de la “descendencia común” de todas as criaturas vivas, incluido el hombre, significaba el fin del “antropocentrismo absoluto”. A ello se agrega que la revolución darwiniana significó el fin de todos los argumentos sobre un plan en el universo o la naturaleza, ya que la variación es un proceso anárquico y azaroso, En las ciencias de la vida se produjo una drástica transición desde los antiguos conceptos biológicos al nuevo enfoque poblacional. Además de estas consecuencias, Darwin inició innovaciones metodológicas al introducir una teoría científica nueva, en la cual la predicción cumplía un papel distinto que en el modelo newtoniano clásico.

No todas estas consecuencias salieron a la luz desde el comienzo, pero algunas resultaban tan obvias que dieron lugar a una verdadera explosión de reacciones. Jamás en la historia el anuncio de una teoría científica habia dado lugar a tantas polémicas acaloradas en países de todo el mundo, lo que constituye una prueba del carácter verdaderamente revolucionario de la evolución por la selección natural. Desde el comienzo se produjo una ola de trducciones, reseñas, comentarios y ataques que aún continúa. El único científico de la época moderna que se puede comparar con Darwin en este sentido es Sigmund Freud, quien por otra parte demostró una extraordinaria intuición al afirmar, a principios de su carrera, que sus ideas tendrían en el futuro un impacto similar a las de Darwin (véase capítulo 24). Las polémicas históricas, filosóficas e incluso científicas sobre la evolución y sus consecuencias aún ocupan a los pensadores serios un siglo después de la muerte de Darwin, testimonio de la extraordinaria vitalidad de su ciencia y la envergadura de su revolución. [8]


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NOTAS

[1] Esta oración aparece en todas las ediciones del Origen, pero a partir de la segunda lleva como agregado. al comienzo: “Cuando las ideas presentadas en este tomo por mí y por el señor Wailace...”

[2] Desde luego que, a pesar de los muchos años de investigación y discusiones con colegas, el autor de esta obra no pretende haba estudiado las primeras presentaciones escritas de cada idea, teoría o método científicos nuevos. [3] Más adelante Bentham escribió (Darwin 1887, 2: 294) que tras escuchar la presentación del trabajo de Darwin se “sintió obligado” a “postergar” el suyo y a “sentir dudas sobre el tema” de “una estabilidad de las especies”. (Más adelante, “con gran renuencia”. abandonó sus “convicciones firmes de muchos años, producto de gran esfuerzo y estudio” y con el tiempo llegó a “hacer plenamente suyas las posiciones de Darwin.

[4] En su autobiografía (1887,1:88), Darwin dice que uno de los factores que hizo al éxito editorial de su libro fue su “extensión moderada”, consecuencia del ensayo de Wallace. Por que si “hubiera publicado en la escala en que había comenzado a redactarlo en 1856”, el libro habría sido “cuatro o cinco veces más largo que el Origen y muy pocos habrían tenido la paciencia de leerlo”.

[5] Wallace hizo la siguiente evaluación (29 de mayo de 1864) de papel de Darwin en el descubrimiento de la selección natural (Darwin 1903 2: 36): “En cuanto a la teoría de la Selección Natural en sí, siempre sostendré que es suya y solamente suya. Usted había desarrollado detalles que a mi ni siquiera se me habían ocurrido años antes de tener yo la menor claridad sobre el tema, y mi trabajo jamás habría convencido a nadie ni habría sido considerado algo más que una ingeniosa especulación, mientras que su libro ha revolucionado el estudio de las Ciencias Naturales. El único mérito que reclamo es el de haber sido quien lo indujo a escribirlo y publicarlo de inmediato.” Después de describir los hechos que condujeron a la presentación conjunta de 1858, Wallace (1898, 141) dijo que “la teoría de la Selección Natural... recibió escasa atención hasta que apareció el extraordinario y trascendental libro de Darwin a fines del año siguiente”. Wallace (1891) hizo su propia “evaluación de la obra de Darwin” en un ensayo titulado “Debt of Science to Darwin” (La deuda de la ciencia con Darwin).

[6] En su clásico Evolution: The Modeyn Syrahesis (1974, 13-14), Julian Huxley llama “darwinismo” a “esa amalgama de inducción y deducción que Darwin aplicó antes que nadie al estudio de la evolución”, procedimiento que el mismo autor codificó en “tres hechos observables en la naturaleza y dos deducciones de ellos”, El análisis de Mayr (1982,479 y sigs.) es distinto; según él, la teoría de Darwin presenta “tres inferencias basadas en cinco hechos derivados en parte de la ecología poblacional y en parte de fenómenos de la herencia”.

[7] Dice Huxley: “No puede caber duda de que el método de indagación que el señor Darwin ha adoptado no sólo concuerda rigurosamente con los cánones de la lógica científica sino que es el única método adecuado.”

[8] Hoy existe una gigantesca industria investigativa centrada en Darwin, comparable tan sólo a la industria centrada en Newton. Se está preparando una edición de la correspondencia de Darwin, pero por ahora no existe el proyecto de editar sus obras completas en una edición para estudiosos. La primera edición inglesa de El origen de las especies (1859) fue reproducida en facsímil (1964) con una introducción de Ernst Mayr y un índice temático aumentado, Existe una edición de 1958 del primer Esbozo de 1842. el Ensayo de 1844 y los trabajos Darwin-Wallace de 1858, Los cinco tomos de las cartas de Darwin (1887, 1903) son un tesoro de información para el estudioso.

Sobre las ideas de Darwin y su elaboración. véanse, de Ernst Mayr, The Growth of Biological Thought (1982) y los ensayos recopilados en Evolution and the Diversity of Life (1976), Se recomiendan las obras de Michael Ghiselin (1969) y sir Gavín de Beer (1965). Evolution: The Modern Synthesis de Julian Huxley (1963; 1974) es un clásico que ha sido actualizado; el tomo de 1896 de Edward Poulton todavía conserva su validez.Sobre los precursores, véase Forerunners of Darwin (1959), Bentley Class, Owsei Temkin y William L, Strauss (h), eds. Sobre la formación de las ideas de Darwin, véanse Darwin on Man de Howard Gruber (1974) y los estudios de S.S. Schweber. Sobre las polémicas en tomo de las ideas y la revolución darwinianas, véanse las obras de Míchael Ruse (1979; 1982), D. R. Oldroy (1980) y David Hull (1973). La posterior “síntesis” y la historia de las ideas darwinianas en diversos países son expuestas en el tomo de 1980 editado por Ernst Mayr y William Provine; Origins of Population Genetics (1971). de este último, es una obra de valor excepcional. También se recomienda The Meaning of Fossils (1972), de M.J.S. Rudwick. El trabajo de Michael Scriven (1959) es un gran aporte al tema de la evolución darwiniana y el pronóstico científico, Sobre el reconocimiento de la evolución por Darwin. véase, de Frank Sulloway “Darwin’s Conversion: The Beagle Voyage and its Aftermnan” (1982)





20. Faraday, Maxwell y Hertz

El siglo XIX fue testigo de muchos avances revolucionarios en la física, si bien ninguno tuvo el impacto global de la revolución darwiniana, en su componente científico o ideológico. Las conquistas de la física del siglo pasado incluyen la nueva doctrina de la energía y su conservación, la teoría ondulatoria de la luz, la teoría cinética de los gases y la mecánica estadística, las leyes de las corrientes eléctricas, las teorías del magnetismo y el electromagnetismo, los principios del motor eléctrico y el generador, la nueva ciencia de la espectroscopia, los descubrimientos sobre la irradación y la absorción del calor, la extensión de la radiación a los espectros infrarrojo y ultra violeta y muchas más. Sin embargo, la mayoría de los físicos y la nueva generación de historiadores de la física moderna coinciden en que una de las revoluciones más profundas, tal vez la más profunda, es la que lleva el nombre de las teorías de James Clerk Maxwell, a veces atribuida a él y a Michael Faraday y también, y con justicia, a ellos junto con Heinrich Hertz. La importancia de la revolución maxwelliana es que produjo una revisión fundamental no sólo (le tas teorías de la electricidad, el magnetismo y la luz, sino también de la estructura newtoniana de la ciencia fisica.

Algunos aspectos de esta revolución resultan comprensibles para cualquier lector. pero el meollo del pensamiento de Maxwell es difícil de aprehender, incluso por muchos historiadores que han estudiado física. Uno de los problemas mayores es de terminar la relación entre las ideas de Michael Faraday y la teoría desarrollada por Maxwell. Por cierto que el aporte de Faraday fue de gran importancia e incluyó la concepción de que el campo magnético se compone de lineas de fuerza, además de la extraordinaria percepción de que las transmisiones eléctrica y magnética no son instantáneas sino que requieren tiempo. La formulación, esencialmente no cuantitativa ni matemática, le impidió a Faraday hallar el valor numérico de ese presunto tiempo de transmisión. En su Treatise, Maxwell rindió el mayor homenaje a las ideas originales de Faraday e incluso afirmó que “tal vez fue para bien de la ciencia que Faraday. aunque era consciente de las formas del espacio, el tiempo y la fuerza, no fuera matemático de profesión”. Faraday expresó sus ideas en “lenguaje natural, no técnico”, y de ahí concluye Maxwell, “que he abordado este tratado, con la intención de convertir estas ideas en la base de un método matemático”. Sin embargo, como advienen los estudiosos de la historia de esta disciplina, considerar quc el aporte de Maxwell fue “una mera traducción, sería menosprcciarlo de la forma más grosera” (Tricker 1966, 102). Como dijo Max Planck con elocuencia, “con su audaz fantasía y su intuición matemática, Maxwell fue mucho más allá que Faraday, a la vez que generalizó y precisó sus puntos de vista”. Maxwell “creó una teoría que no sólo compitió con las teorías aceptadas de la electricidad y el magnetismo, sino que las superó a todas (1931, 57).

Los historiadores y los científicos interesados en la historia coinciden en que los trabajos de Faraday no habrían provocado una revolución sin el aporte transformador de Maxwell, que elaboré una teoría matemática que bien puede llevar el nombre de los dos científicos. Maxwell no sólo expresó las ideas de Faraday en forma matemática sino que desarrolló una expresión cuantitativa que vinculó los elementos fundamentales de la electroestática y electromagnetismo con la velocidad de la luz; esto dio credibilidad a la teoría electromagnética y creó la posibilidad de realizar una prueba experimental mediante la generación real de ondas electromagnéticas. El reconocimiento del aporte de Faraday al pensamiento de Maxwell subraya el proceso transformador que condujo a la elaboración de la teoría, pero de ninguna manera disminuye el valor del descubrimiento de éste, que ocupa un lugar central en la revolución de esta disciplina. Lo mismo se puede decir, y con mayor razón, del aporte de William Thomson a la revolución (véase más adelante), ya que su “genio peculiar dio lugar a grandes descubrimientos inconexos en lugar de teorías globales” (Everitt 1974, 205). Al aplicar el método de Thomson de imágenes eléctricas y su “aplicación de los principios de la energía a la electricidad”, Maxwell pudo comprender su importancia.

Maxwell desarrolló sus ideas en una serie de trabajos fechados en 1855-1856, 1861-1862, 1863, 1864 y 1865 y las expuso en forma más o menos definitiva en su Treatise on Electricity and Magnetism en 1873. [1] Pero durante varios años la nueva doctrina revolucionaria no fue sino una revolución en los papeles, y sólo se convirtió en una revolución en la ciencia a partir de la obra de Heinrich Hertz. Por ello la revolución lleva los nombres de los tres científicos. Los estudiosos de la obra de Maxell señalan que no fue él el único autor de la revolución. Por ejemplo, Albert Einstein sostiene que “el gran cambio (Umschwung) quedará asociado para todos los tiempos con los nombres de Faraday, Maxwell y Hertz” (1953, 161; 1954,268). Pero agregó a continuación que “el mayor aporte a la revolución (Umschwung) lo hizo Maxwell”. En otra ocasión omitió el nombre de Hertz y mencioné la “revolución (Umwälzung) en la electrodinámica y la óptica realizada por Maxwell y Faraday”, que fue “el primer avance fundamental en la física teórica desde Newton” (1953. 154- 155: 1954,257) Sin embargo, en su autobiografía se refirió a la “teoría de Maxwell” [ die Maxwell’sche Theorie] , que le había parecido “revolucionaria” (revolutionár) en su época de estudiante (Schilipp 1949).


La transformación de las ideas de Faraday por Maxwell



El proceso de transformación aparece claramente en el célebre trabajo “On the Physical Lines of Force” (1861-62) Al estudiar la idea de Faraday de que debían existir ciertas tensiones en un espacio en el que existen líneas de fuerza magnéticas, Maxwell se formuló la siguiente pregunta inicial: ¿Quéclase de medio se requiere para que el espacio muestre la distribución de tensiones que requiere la hipótesis de Faraday? C. W. F. Everitt demuestra cómo Maxwell aprovechó !as ideas del ingeniero escocés W. J. M. Rankine junto con las conclusiones de William Thomson (lord Kelvm) para elaborar su propia teoría de las líneas de fuerza fisicas. [2] Aquí se advierten los elementos de una clásica transformación de ideas científicas que conduce a una idea totalmente nueva: que la electricidad se puede “diseminar a través del espacio” y no es necesariamente “un fluido limitado a los conductores’. Maxwell concluye con una frase que ha sido calificada como un “descubrimiento asombroso”: que las vibraciones de ese nuevo medio no sólo explican las líneas de fuerza magnéticas sino que poseen “propiedades idénticas a las de la luz”, Maxwell subrayó el extraordinario valor de este hallazgo mediante el uso de bastardillas. Es “casi imposible soslayar la inferencia —escribió (1890,1’: 500)— de que la luz consiste de las ondulaciones transversales del mismo medio que causa los fenómenos eléctricos y magnéticos”.

Sin embargo, incluso en este terreno, se encuentran semillas de las ideas de Maxwell en un notable trabajo de Faraday, que apareció en Philosophical Magazine de mayo de 1846 bajo el título “Thoughts on Ray-vibrations”. En él Faraday expresó como “sombra de especulación” la audaz propuesta de la “radiación como una especie de alta vibración en las líneas de fuerza”.

Lo más interesante de las ideas de este trabajo es que, como señaló Silvanus P. Thompson en 1901 (pág. 193), no llamaron la atención ni siquiera de los primeros biógrafos de Faraday. Antes de que la teoría electromagnética de Maxwell gozara del reconocimiento general, no se admitía la importancia atribuida más adelante a esas ideas. Para John Tyndall (1868) ese trabajo de Faraday era “una de las especulaciones más singulares jamás producidas por un hombre de ciencia”. En 1870, Henry Bence Jones le dedicó medio renglón de su libro. John Hail Gladstone, en 1872. ni siquiera lo mencionó. Pero Maxwell sostuvo que la “concepción de la propagación de las perturbaciones magnéticas transversales con exclusión de las normales fue expuesta claramente por el profesor Faraday en su ‘Thoughts on Ray Vibrations’ (1890,I:535)”. Según Maxwell, “la teoría electromagnética de la luz propuesta por é1 (Faraday) es sustancialmente la misma que he empezado a elaborar en este trabajo, salvo que en 1846 no existían datos para calcular la velocidad de propagación”. C. W. F. Everitt señala con razón que los “Thoughts on Ray Vibrations” de Faraday deben tomarse cum grano salis en cuanto a su “influencia directa” sobre el desarrollo del pensamiento de Maxwell. “Estas observaciones, efectuadas varios años después del hecho, son un ejemplo de la quijotesca generosidad de Maxwell. Sus comentarios en cartas de la época a Faraday y Thomson no revelan el menor rastro de tal influencia”.

En una reseña del aporte de Maxwell ala física (1896,204-205), R. T. Glazebrook señaló cinco aspectos fundamentales de su teoría y “reconoció que en su época existían pruebas directas de muy pocos” de ellos. Uno de sus postulados más audaces es que el mismo medio que soporta las ondas de luz debe permitir la presencia de cam pos eléctricos y magnéticos. Concluyó que debe existir la posibilidad de que las ondas electromagnéticas se propaguen en el espacio. Además, este precursor del análisis dimensional demostró que el factor que unía dos sistemas de unidades eléctricas, uno electrocstático y el otro electromagnético, era una velocidad de valor numérico muy próximo a la velocidad de la luz. Esto implicaba que la luz era un fenómeno electromagnético, una serie de ondas electromagnéticas. En 1864 informó que los resultados numéricos “aparentemente demuestran que la luz y el magnetismo son manifestaciones de la misma sustancia, y que la luz es una perturbación electromagnética propagada a través del campo de acuerdo con las leyes electromagnéticas”.

Max Planck (1931, 57) vio en esta afirmación el mejor ejemplo del “criterio de valor de una teoría: explicar fenómenos muy distintos de aquellos sobre los cuales se basó”. Planck suponía que ni Faraday ni Maxwell “estudiaban la óptica al principio en relación con su estudio de las leyes fundamentales del electromagnetismo” y, sin embargo. “el campo de la óptica, que durante más de cien años había resultado inabordable desde el campo de la mecánica, fue conquistado de un solo golpe por la teo ría electrodinámica de Maxwell”, de manera que “a partir de entonces se puede tratar cada fenómeno óptico como un problema electromagnético”. Para Planck éste será “por todos los tiempos” uno de “los triunfos mayores del esfuerzo intelectual humano”.


El aporte de Heinrich Hertz.



Se trataba, pues, de una prueba para demostrar no sólo si se podía producir ondas electromagnéticas sino también descubrir si poseían la velocidad de la luz. De ahí la importancia de los experimentos realizados por Heinrich Hertz hasta 1888, que confirmaron los pronósticos de la teoría de Maxwell. No sólo generé ondas electromagnéticas sino que determiné su velocidad (mediante la medición de la longitud de onda de ondas de frecuencia conocida); demostró que estas ondas eran similares a la luz en cuanto a las propiedades de reflexión, refracción y polarización y que se podían enfo car. Hertz dijo que se trataba de una “teoría elaborada por Maxwell sobre la base de las posiciones de Faraday, y que llamamos la teoría de Faraday-Maxwell” (1893, 19).

El aporte de Hertz no consistió tan sólo en idear y ejecutar un experimento ingenioso, aunque esto de por sí fue un gran hallazgo. También demostró la importancia de sus experimentos como “primera demostración de la propagación finita de una su puesta acción a distancia” (McCormmach 1972, 345), Gracias a estas experícncias, los físicos abandonaron la concepción del electromagnetismo como una “acción instantánea a distancia” para adoptar la “posición de Maxwell de que los procesos electromagnéticos se producen en el dieléctrico y que el éter electromagnético subsume las funciones del antiguo éter lumínico” (ibíd), Pero para completar la revolución, Hertz debió clarificar la teoría que adoptaban los físicos “cuando se declaraban discípulos de Maxwell”. (Al respecto, véase el excelente resumen de McCormmach en pág. 346, sobre todo el análisis de cómo Hertz aplicó el “potencial vectorial” de Maxwell.) En definitiva eliminó ciertos aspectos físicos de la teoría que “complicaban el formalismo innecesariamente” (1893, 21) y concluyó (en la introducción de Electric Waves) que la “teoría de Maxwell” no es sino “el sistema de ecuaciones de Maxwell”. Puesto que la aceptación de la teoría maxwelliana, sobre todo en Europa continental, siguió los lineamientos sugeridos por Hertz, [3] se comprende que Einstein y otros autores incluyan su nombre en los estudios de esta revolución.

Era difícil aceptar la teoría de Maxwell, por una serie de motivos, Primero, era conceptualmente nueva e incluía ideas nuevas como la “corriente de desplazamiento”. [4] Segundo, Maxwell no la presentaba como una mera elaboración matemática de principios nuevos, sino en términos de modelos físicos. Al principio los expresó en mecanismos tales como engranajes y poleas, en lo que Glazebrook, su sincero admirador, no pudo dejar de calificar (1896, 166) como “una concepción más bien grosera”, aunque subrayó que para su autor no eran más que “un modelo”. Maxwell nunca abandonó del todo los tubos rotativos y los vórtices etéreos. En Electricity and Magnetism (2: 831; 1881,2:428), dice que la “fuerza magnética” es “producto de la fuerza centrífuga de los vórtices” y la “fuerza electromotnz” lo es de “la tensión del mecanismo conector”. El matemático francés Henri Poincaré, quien se refirió a la teoría de Maxwell en términos por demás elogiosos (véase más adelante) dijo en su introducción a una recopilación de conferencias sobre las teorías de Maxwell y la teoría electromagnética de la luz (1890, pág. V) que cuando “el lector francés abre por primera vez el libro de Maxwell”, su admiración suele estar teñida de una sensación de inquietud, incluso de desconfianza. En otra obra (1899; trad. ing. 1904,2), Poinearé reconoce que la “compleja estructura” atribuida por Maxwell al éter “vuelve su sistema extraño y poco atractivo”. Más aun, uno “cree estar leyendo la descripción de un taller lleno de engranajes, bielas que transmiten el movimiento y. tensionadas por el esfuerzo, ruedas, cintas transmisoras y reguladores automáticos”. Poincaré comenta que los “ingleses gustan de las concepciones de este tipo y cuyo aspecto concreto los atrae”. Pero observa que Maxwell “fue el primero en abandonar esta teoría extraordinaria”, que “no aparece en sus obras completas”, en referencia tal vez a los Papers del físico. Agrega a continuación que no se debe lamentar que la mente de Maxwell “siguiera este desvío, ya que lo condujo a los descubrimientos más importantes”.e insiste en (pág. 12) que “el gran elemento de permanencia en la obra de Maxwell” resulta del hecho de ser “independiente de todas las explicaciones particulares”.

Hertz inició los experimentos que condujeron a la verificación del pronóstico de Maxwell a instancias del gran físico alemán Hermanu von Helmholtz. En Europa continental, sobre todo en Alemania, Gauss, Weber y sus colaboradores tendían a “completar la electrodinámica” exclusivamente “en términos de la teoría potencial, derivada por Gauss de la ley de Newton de acción a distancia para campos eléctricos, estáticos y magnéticos” y que “se había aproximado a un alto grado de matematización”. La concepción de Faraday y Maxwell de que no existe la “acción inmediata a distancia” y de que el campo de una fuerza posee “existencia física independiente” era tan extraña y difícil de comprender que la nueva teoría, según Planck, “no encontró lugar en Alemania, donde pasó casi inadvertida”. Helmholtz había desarrollado una teoría propia, en la que trataba de mantener la acción instantánea a distancia ya la vez abarcar las ecuaciones de Maxwell. Alentó a Hertz a realizar sus experimentos no sólo para descubrir si las ondas electromagnéticas existen o pueden ser producidas (como requerían su teoría y la de Maxwell) sino también para resolver a favor de una u otra versión, que conducían a pronósticos distintos sobre las propiedades físicas de las ondas. (Hay una explicación breve de las diferencias entre la teoría de Helmholtz y la de Maxwell en Turner 1972, 251-252.)

En un trabajo de divulgación —es decir, no matemático— sobre La teoría de Maxwell y las oscilaciones de Hertz, Poincaré (1899; trad. ing. 1904, cap. 7) explicó cómo las experiencias de Hertz eran el experimentu crucis entre la teoría de Maxwell y la de su rival. Las dos teorías coincidieron en ciertos pronósticos que luego se vieron verificados (por ejemplo, que la velocidad de propagación de las perturbaciones eléctricas en un cable equivale a la velocidad de la luz, que ciertas perturbaciones electromagnéticas se propagan en el espacio) pero discrepan en cuanto al tiempo de propagación de estos efectos en el espacio. Si las “corrientes de desplazamiento” maxwellianas no existen, la propagación debe ser instantánea; pero de acuerdo con la teoría de Maxwell, la velocidad en el aire o en el espacio vacío debe ser la misma que en el cable, es decir, equivalente a la velocidad de la luz. Así lo formula Poincaré: “Este es, pues, el experimenturn crucis: debemos determinar la velocidad de propagación por inducción de las perturbaciones electromagnéticas en el aire. Si la velocidad es infinita, debemos conservar la teoría antigua; si es igual a la velocidad de la tui, de bemos aceptar la teoría de Maxwell. “Los primeros experimentos de Hertz no proporcionaron una respuesta clara. Parecía que tos resultados “refutaban innegablcmente la vieja teoría electrodinámica”, pero “con todo también parecían negar la teoría de Maxwell”. En 1899 Poincaré aún escribía que esto “no ha sido explicado todavía de manera satisfactoria”. Calculaba que Hertz había utilizado un espejo “demasiado pequeño con respecto a la longitud de onda”, de manera que la “difracción alteraba los fenómenos”. Experimentos posteriores (en primer término de Sarasin y de la Rive) demostraron sin lugar a dudas que la teoría de Maxwell era acertada. Esto significó el fin de las teorías basadas en la acción insiatánea a distancia y el comienzo de la aceptación generalizada de las teorías del campo según la concepción maxwelliana, con una velocidad de propagación finita y equivalente a la de la luz. Así, la revolución en los papeles de Faraday y Maxwell se convirtió en la revolución en la ciencia de Faraday, Maxwell y Hertz.

Testimonios sobre la revolución



En una conferencia de 1888, el afio en que Hertz le envió los resultados de sus experimentos definitivos con las ondas eléctricas, Helmholiz (1907,3) escribió sobre la “revolución total” (eine vollständige Umwälzwig) provocada por las “ideas de Faraday y Maxwell’ en la física teórica (“la física teórica del éter”). En términos similares a los de Kuhn analizó luego (pág. 4) la “crisis” que debía sufrir la teoría de la eletricidad (eine Krisis, die erst durchgemacht werden muss). [5] La diferencia entre las concepciones de Helmholtz y Kunh es que para aquél la “crisis” es el producto, no la condición previa, de la “revolución”.

La expresión “revolución” apareció con una connotación más limitada en el texto de August Föppl, Einführung in die Maxwell’ sche Theorie der Elektriciätat (1894), el mismo que utilizó Einstein cuando era estudiante en Zürich. (En cuanto a la importancia de Föppl para el desarrollo intelectual de Einstein, véase Holton 1973, 205- 212.) En el prólogo, Föppl destaca que Hertz no sólo demostró la existencia (y la velocidad) de las ondas electromagnéticas sino que estableció un “punto de inflexión” en la teoría que alejó a los físicos de la vieja concepción (de Weber y otros) basada en la acción a distancia. Los descubrimientos de Hertz provocaron una Umschwung der Meinungen, una “reversión” [ decir, un vuelco; posiblemente un cambio revolucionario) en las opiniones (págs. III-IV).

Poco después, el científico y filósofo francés Pierre Dubem expresó posiciones similares. El análisis de Duhem es tanto más interesante por cuanto se trataba de un eminente historiador de la ciencia, un científico y un destacado filósofo. Llamó a su libro un “estudio histórico y critico” de las teorías eléctricas de Maxwell. Al describir los efectos de la obra del físico (1902, 5) utilizó los términos bouleverser y révolution, los mismos que aparecían en las versiones francesas del Anti Dühring de Engels como traducciones de Unwälzung. Duhem dice sin vueltas: ‘Esta revolución (révolution) fue obra del físico escocés James Clerck Maxwell” (1902, 5). En una digresión de carácter histórico observa que “Maxwell invirtió el orden natural de evolución que sigue la física teórica; no vivió para ver cómo los descubrimientos de Hertz transformaban su audaz temeridad en un vaticinio profético” (pág. 8). En su estudio del primer trabajo de Maxwell, donde se presenta la analogía de los fenómenos eléctricos con el movimiento de un fluido en un medio resistente, Duhem observa que del lenguaje maxwelliano se deduce que su autor no había tenido “la intención de revolucionar esta rama de la física” (pág. 55). Duhem también elogia el trabajo de Ludwig Boltzmann, publicado en 1891 y 1893, en el cual intentó “mediante conceptos totalmente nuevos, construir un sistema en el cual las ecuaciones de Maxwell se encuentran conectadas de manera lógica”, lo cual podría ser un medio para eliminar un problema importante en la elaboración de las ecuaciones, las que según él estaban repletas de “contradicciones y paralogismos” (págs. 223-224).

Un año después del trabajo de Duhem sobre Maxwell y la revolución, John Theodore Merz publicó el segundo tomo de su History of European Thoughs in tite Nineteenth Century (1903), en el que calificó los trabajos de Maxwell sobre teoría electromagnética de “serie revolucionaria de trabajos” y afirmó que la “influencia de las ideas de Maxwell sobre el pensamiento científico, e incluso el popular, ha sido muy considerable” (págs. 77-78, 88).

Ya se han mencionado las frecuentes referencias de Einstein a Maxwell como autor de una revolución. En una conversación de 1920 (Moszkowski 1921,60), Einstein explicó la revolución maxwelliana en los siguientes términos:

Según la mecánica clásica, todos los fenómenos, tanto eléctricos como mecánicos, se debían a la interacción de las partículas independienternente de las distancias entre ellas. La ley más elemental de este tipo es la expresión de Newton: “la atracción es igual a la Masa por la Masa dividida por el cuadrado de la distancia”. Frente a esta concepción. Faraday y Maxwell introdujeron una realidad física completamente distinta, los campos de fuerza. La introducción de estas nuevas realidades nos da la enorme ventaja de que, en primer lugar, la concepción de la acción a distancia, que es contraria a nuestra experiencia cotidiana, se vuelve innecesaria en la medida que los campos se superponen en el espacio punto a punto sin solución de continuidad; en segundo lugar, las leyes del campo, sobre todo en el caso de la electricidad, toman una forma mucho más sencilla que en el caso de suponer que no existe el campo y que las únicas realidades son masas y movimientos.

En sus “notas autobiográficas” (Schilpp 1949, 32-33), Einstein desarrolló el asunto:
El tema más fascinante de mi época de estudiante era la teoría de Maxwell. Su aspecto revolucionario provenía de la transición de las fuerzas que actuaban a distancia a los campos corno cantidades fundamentales. La incorporación de la óptica en la teoría electromagnética, con su vinculación entre la velocidad de la luz y los sistemas de unidades electrostáticos y electromagnéticos absolutos, así como la relación del índice de refracción con la constante dieléctrica y la conexión cualitativa entre el coeficiente de reflexión y la conductividad metálica de un cuerpo: era como una revelación.

Esta profunda evaluación de la revolución maxwelliana, realizada por Einstein medio siglo después de que Hertz verificara experimentalmente el pronóstico de las ondas electromagnéticas, fue reafirmada por Karl Popper en su agudo estudio sobre las revoluciones en la ciencia (1975, 89). “La revolución de Faraday y Maxwell —escribió—, fue, desde el punto de vista científico, tan importante como la de Copérnico”, debido a que “destronó el dogma central de Newton, el de las fuerzas centrales”.

Muchos comentaristas han señalado que la teoría de Maxwell gozaba de mayor aceptación en Inglaterra que en Europa continental. Sin embargo, no faltaban voces disidentes, entre ellas la de lord Kelvin. En sus BaItimore Lectures, presentadas en la universidad de Johns Hopkins en 1884, afirmó con franqueza: “Si yo supiera qué es la teoría electro-magnética de la luz, podría pensar sobre ella en relación con los principios fundamentales de la teoría ondulatoria de la luz”, y agregó: “Lo único que me parece comprensible de ella me parece inadmisible”. Al analizar la situación en Inglaterra entre 1875 y 1908, Sir Arthur Schuster dijo que no se sometieron los pronósticos de Maxwell a la prueba experimental porque “tal vez confiábamos en exceso en la veracidad y sencillez inherentes a la concepción de Maxwell”. ¿Por qué se habría de iniciar una “prolongada investigación experimental” que “seguramente requeriría mucho tiempo y esfuerzo”, si se “considera que no vale la pena hacerlo, dadas las pruebas indirectas en favor de la teoría electro-magnética”? Aparentemente no tenía objeto realizar un experimento para obtener un resultado que “se daba por sentado”. Schuster afirma, empero, que los jóvenes del laboratorio Cavendish “se equivocaban porque “no tenían en cuenta que la gran comunidad científica en el extranjero, y hasta cierto punto en Inglaterra, veía con indiferencia e incluso con renuencia el abandono del éter elásticamente sólido que había prestado buenos servicios, y la aceptación en su lugar de un medio cuyas propiedades diferían de las de todos los cuerpos conocidos”.

La revolución maxwelliana difiere de todas las estudiadas hasta el momento, asociadas con el pensamiento científico de un individuo como Lavoisier o Darwin, Esta revolución —que se desarrolló durante un período prolongado, de más de medio siglo— reunió los aportes de tres destacados científicos: Faraday, Maxwell y Hertz. Puede haber diferencias de opinión en cuanto a la importancia relativa de los tres grandes físicos. Tal vez el calificativo de maxwelliana deriva del hecho de que la teoría está expresada en las ecuaciones de Maxwell, razón por la cual Einstein consideraba a éste el autor principal de la revolución. Pero también veneraba a Faraday, y tenía los retratos de ambos en las paredes de su estudio. Esta revolución puede presen tar semejanzas con la atribuida a Copérnico, cuyos conceptos fueron modificados por Kepler y luego desarrollados por Newton, Pero existe una diferencia fundamental: Kepler descartó lo esencial de los principios de Copérnico, mientras que Maxwell incorporó los de Faraday a su propia teoría, los precisó y clarificó, y desarrolló sus ideas en el mismo sentido que Newton construyó su teoría sobre los cimientos sentados por Kepler.

El aporte de Maxwell a la nueva física no fue sólo la teoría del electromagnetismo. Abarcó muchos otros temas, incluidas la física molecular, la termodinámica y la teoría cinética de los gases. Inculcó en los científicos la importancia del análisis dimensional y difundió el concepto del modelo teórico, que se ha vuelto un aspecto tan destacado de la física contemporánea. Como se vio anteriormente, la teoría electromagnética de Maxwell resiste fácilmente las tres primeras pruebas de la revolución: el testimonio de los testigos, el juicio de los historiadores y la opinión de los científicos, La cuarta prueba —la historia del pensamiento físico— demuestra que la revolución maxwelliana (o de Maxwell, Faraday y Hertz) constituyó un factor central en la transición de la física clásica de los siglos XVIII y XIX a la nueva física de la relativi dad y la teoría cuántica del siglo XX. Constituye una gran revolución en el pensa miento humano, al mismo nivel de la newtoniana y otras revoluciones científicas que introdujeron nuevas maneras de comprender los fenómenos del mundo externo. [6]


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NOTAS

[1] Estos son: “On Faraday’s Lines of Force”(1855-l856), “On Physicai Línea of Force” (1861-62) “Elementary Re]ations of Electrical Quantities” (con H. C. E. Jenkin. 1863), “Dynamical Theory of tite Electromagnetic Field” (presentado en 1864, publicado en 1865), “Note on the Electromagne Theory of Light’ (1868). C. W. E. Everitt señala que al tercer trabajo (con H. C. E. Jenkin, 1863) ‘casi siempre se lo pasa por alto porque no está incluido en los Scientific Papers, pero es allí donde Maxwell desarrolla el análisis dimensional del proble 4 ma y también emplea el término ‘campo’ con un sentido similar al que se le da actualmente”. (volver al texto)

[2] En cuanto a la influencia de Thomson sobre Maxwell, C. W. F. Everitt afirma que “últimamente ha empezado a comprender un poco mejor el papel de Thomson en esta transición, en el sentido de que llegó a su estudio de la rotación magnético-óptica a través del estudio de la precesión del péndulo de Eoucault (inventado en 1851). Véase el trabajo de Thomson, Proceedings of the Royal 1856. vol. 8, págs 150-158.” (volver al texto)

[3] Si bien la presentación de Hertz de las ecuaciones de Maxwell fue de fundamental importancia para que la teoría resultara más accesible en Europa continental, no se le puede atribuir la simplificación de las ecuaciones, que, según Everitt, corresponde a Oliver Heaviside. como lo demuestra la correspondencia Hertz- Heaviside de 1888-1889. (volver al texto)

[4] En 1893,5. J. Thomson publicó un trabajo con la “intención de que fuese la continuación del tratado del profesor Clerk-Maxwell sobre la electricidad y el magnetismo”. En la primera página explicó que “una de las razones principales por las que las posiciones (de Maxwell) no gozaron de inmediato de la aceptación generaliaadade la que gozan ahora’ fue la “hipótesis descriptiva, la del desplazamiento en un dieléctrico, utilizada por Maxwell para ilustrar su teoría matemática”. (Al respecto véase Duhem 1902, 8.) (volver al texto)

[5] La conferencia de Helmholtz fue publicada en 1907 (véase 1907, 2). Como se ha visto, los experimentos de Hertz debían no sólo demostrar la existencia de ondas electromagnéticas que poseían la velocidad de la luz, según el pronóstico de Maxwell, sino zanjar la disputa entre la formulación de Maxwell y la revisión de Helmholtz. El primer experirnentum crucis de Hertz pareció refutar las dos teorías, aunque experiencias posteriores ratificaron la de Maxwell. Tal vez ésta fue la crisis que precipitó la revolución o fue precipitada por ella. (volver al texto)

[6] El artículo de C. W. E. Everitt sobre Maxwell en Dictionary of Scienttfic Biography (1974. 9; 205-207), publicado luego en fonna de libro, hace una breve descripción y evaluación de las ideas de Faraday y Thomson y su relación con las de Maxwell. Sobre Faraday. véanse la biografía de L. Pearce William (1965) y la clásica explicación de Silvanus E Thompson (1901). Para unavisión general de los aspectos principales y la importancia de la revolución maxwelliana, véase Peter Harman (1982), complementado por History (1896-1903) de John T. Merz. Los Sciesuific Papers, en dos tomos, omiten unos veinte artículos. Existen tres ediciones de su Treatise on Electricity and Magnetism (1873, 188 1891); Maxwell alcanzó a revisar parcialmente la segunda. Sobre las ideas de Maxwell conviene leer James Clark Maxwell and Modern Physics (1896) de R. T. Glazebrook, junto con el ensayo de Henri Poincaré (1904) y L’electrornagnétisme hier a attjourd’hui (París, 1949) de Edmond Bauer. Otras obras más elementales son Faraday, Maxwell and Kelvin, de D. K. C. MacDonald (Garden City. 1964) y The Contribution of Faraday & Maxwell to Electrical Science (Oxford, 1966). Sobre la teoría del campo y el éter, véanse G. N. Cantor y M. J. S. Hodge, eds., Conceptions of Ether: Studies in the Ilistory of Ether Theories 1740-1900 (Nueva York, 1981) y E. T. Whiuaker, A History of the Theories of Aether and Electricity; The Clasical Theorie, (Edimburgo 1951) Existen estudios importantes sobre el desarrollo de las ideas de Maxwell por Buchwald, P. M. Heimann, M. Norteo Wise y otros; véanse págs. 166-171 de Energy, Force and Matter (1982) de Peter Harmon. Un estudio profundo es “Re-rending the Past from the End of Physics: Maxwel Equations in Retrospect’ (1983), de Peter Gallison.(volver al texto)





21. Otros avances científicos

Las revoluciones de Darwin y de Maxwell no fueron los únicos hechos que conmocionaron las ciencias biológicas y físicas y a los que se considera revolucionarios tanto en la época en que sucedieron como en la actualidad. Los historiadores y científicos han postulado una serie de candidatos al título de revolucionario en la ciencia, en disciplinas que van de la matemática a la medicina, pasando por la estadística y la geología. [1] En este capítulo se estudiarán brevemente algunos de esos avances, pa ra concluir con algunas reflexiones sobre la gran revolución en el campo de la ciencia aplicada.

La revolución de Lyell en la geología

En su estudio de las ciencias geológicas durante el siglo XIX. Leonard Wilson presenta argumentos muy persuasivos en favor de una “revolución en la geología” que se habría producido en los “años anteriores a 1841, cuando Charles Lyell elaboró su “teoría uniformista”. expuesta en los tres tomos de su Principles of Geology (1830-1833). Lyell se fijó un objetivo grandioso, como lo explica él mismo en una carta de 1829 (Wilson 1972. 256). Su libro, dice, “no pretende hacer un resumen de todo lo que se sabe en Geología”, pero sí “intentará sentar los principios de razonamiento de la ciencia y toda mi Geología será presentada para ilustrar mi visión de tales principios y como pruebas para fortalecer el sistema que deriva necesariamente de la aceptación de tales principios”. Creía fundamentalmente que “desde los tiempos más antiguos a los cuales podemos remontarnos jamás han actuado otras causas en absoluto que las que actúan ahora”. y que dichas causas “jamás actuaron con un grado de energía diferente del que ejercen en la actualidad”. Diecisiete capítulos del libro, según Wilson, “cumplen la promesa formulada en el título, de ‘explicar los cambios anteriores en la superficie de la Tierra con referencia a las causas que operan en la actualidad’” (pág. 280). En otros cuatro capítulos el autor expuso “ideas decididamente nuevas y originales”. Wilson concluye que el libro fue “revolucionario” (págs. 280. 281. 293) y subraya que gozó de amplia difusión y aceptación- A ello se puede agregar que en los siguientes fueron apareciendo sucesivas ediciones (2da., 3 tomos, 1832-1833; 3ra., 4 tomos, 1834). señal de la importancia del tratado y del interés que suscitaba. Parecería, entonces, que la revolución, si existió, superó la etapa de la revolución en los papeles.

Pero no todos los historiadores de la geología coinciden con la conclusión de Wilson. de que “Lyell inició una revolución en la manera como los hombres concebían la historia de la Tierra (pág. 293). En una reseña de la biografia de Wilson (en Science, 5 de enero de 1973, 179: 57-58), Cecil Schneer menciona las pruebas que permiten “cuestionar al autor” y sostiene que “las ideas uniformistas de Lyell no eran tan nuevas ni tan importantes para a emergente disciplina de la historia de mundo como para justificar el calificativo de revolucionaria”. Es verdad que Wilson no cita en apoyo de sus tesis a ningún comentarista ni crítico contemporáneo que califican la obra de Lyell de revolucionaria o iniciadora de una revolución. [2] Sin embargo, como se vio anterioremente, un par de décadas después de la aparición del primer tomo del tratado de Lyell. Charles Darwin escribió al comienzo del capítulo noveno del Origen de las especies (1859, 282) sobre la “gran obra de sir Charles Lyell sobre los Principios de la Geología”, que “el historiador del futuro reconocerá [en ella] el inicio de una revolución en las ciencias naturales”. Darwin mismo glosa esta afirmación en una carta a Leonard Horner (Darwin 1903,2: 117; citada en el capítulo 29, más adelante), en la que dice que después de leer a Lyell, todos los fenómenos, incluso los nuevos, se le aparecen como si los viera “a través de sus ojos”. Otro testimonio con temporáneo sobre la revolución de Lyell aparece en una carta dirigida a éste por el astrónomo John Herschel (20 de febrero de 1836), en la que se dice que “su Geología es una obra que me parece uno de esos trabajos que producen una revolución total en su disciplina” (véase Babbage 1838, par.I. pág. 226).

Reconocida que fue la geología de Lyell como revolucionaria por sus contemporáneos, resta la prueba histórica crucial de determinar si la historia posterior de la geología y su ciencia asociada, la paleontología, revelan una influencia de la obra de Lyell de la magnitud de una revolución. En realidad, esto no está en duda. La polémica entre los historiadores se centra en el grado de novedad. En la ciencia, la novedad absoluta suele no ser un rasgo definitorio de las revoluciones. La mayoría de las revoluciones (si no todas) muestran rasgos de continuidad, de manera que las ideas más extremas demuestran ser meras transformaciones de ideas tradicionales, (El autor de sarrolla ampliamente este concepto en Newsonian Revoluzion, 1980.) Este es un rasgo tan característico que algunos científicos como Albert Einstein conciben su obra como una evolución más que una revolución: una transformación y reestructuración drásticas de lo que se conoce o cree más que la invención de algo nuevo. El único argumento contra una revolución de Lyell es que sus ideas no modificaron totalmente el pensamiento vigente en las ciencias de la Tierra. Sin embargo este argumento limita las consecuencias y los alcances de la revolución, sin negar del todo su existencia.

Avances en las ciencias de la vida

En un estudio titulado Bioiogy in the Nineteenth Century (1977), Willian Coleman estudia una serie de grandes revoluciones en las ciencias de la vida. Compara los esfuerzos de los anátomo-patólogos “para revolucionar los enfoques de la anatomía topográfica y descriptiva” con la posterior transformación de la anatomía patológica por la teoría celular (pág. 20). Dirige la atención deel lector especialmente a los médicos de los hospitales parisinos que alrededor del 1800 “efectuaron una revolución en la medicina” al combinar “el examen físico posmortem del cadáver con la descripción clínica de la enfermedad del paciente”. En un capítulo sobre “el hombre” Coleman asegura que se produjo “una revolución en la conciencia que tiene el hombre de su pasado” en La época entre Lamarck y Haeckel (pág. 92). En este contexto, dice, las conclusiones de Durkheim fueron “verdaderamente revolucionarias” (pág. 114). En un capítulo titulado “Función: la máquina animal” relata que cuatro “reduccionistas” alemanes se reunieron en Berlín en 1847, “un año antes del estallido de la revolución. y allí, se dice, elaboraron los planes para llevar a cabo una revolución en las aspira ciones y la metodología de la fisiología” (pág. 151). El libro concluye con un análisis de la situación a fines de siglo, en la cual “los nuevos adeptos a la biología abogan por un enfoque fisiológico de los temas de la biología”. La fisiología experimental “había creado un modelo de enfoque” de tipo “experimental” para comprender los “procesos vitales, seguir día a día y segundo a segundo esos sucesos cuya suma total es la vida”, En nombre de la experimentación, concluye Coleman, “se puso en marcha una campaña para revolucionar los objetivos y métodos de la biología”.

En 1858, Rudolf Carl Virchow publicó su gran tratado Patología celular, que muchos consideran anuncio de una revolución en la biología Si bien no existe con senso general al respecto, cabe poca o ninguna duda de que la teoría de Virchow constituyó una revolución en las bases biológicas de la medicina, como sostuvo su propio autor, Virchow ofrece un interés especial a los efectos de esta obra, ya que combinó su actividad política de reformador de izquierda con su carrera científica de médico patólogo. A principios de 1848 fue enviado por el gobierno a la Alta Silesia, que había sufrido una edipemia de tifus, y allí (como él mismo escribió) sufrió una profunda conmoción al conocer las precarias condiciones de vida de la minoría polaca. Esta experiencia transformó al hombre de convicciones sociales y políticas liberales en un radical partidario de un amplio programa de reformas sociales y económicas. Participó en los alzamientos de Berlin durante la revolución general de 1848 y combatió en las barricadas. Ingresó al Congreso Democrático de Berlin y dirigió el semanario Die medicinische Reform.

Cesanteado de su cátedra en Berlín a causa de su militancia política revolucionaria, se trasladó a Würzburg, yen 1849 fue designado titular de la primera cátedra que hubo en Alemania de la nóvel disciplina, anatomía patológica. Alli alcanzó gran prestigio científico al desarrollar el concepto que él llamó “patología celular”. Recuperó su cátedra berlinesa en 1856 y fue designado director del llamante Instituto de Patología Famoso como docente, cimentó su prestigio con la doctrina de que la célula es la unidad fundamental, tanto en condiciones ordinarias de salud como en condiciones extraordinarias de enfermedad, y quelas enfermedades son perturbaciones de las células vivas. Posteriormente desarrolló sus conceptos biomédicos, prosiguió sus acti vidades en la política y en la salud pública y elaboró una teoría sociológica de la en fermedad. Incluso fue uno de los creadores de una nueva ciencia: la antropología.

En 1861, Virchow fue elegido al parlamento prusiano como representante del Partido Progresista Alemán, del cual fue uno de los fundadores. Enérgico adversario de Bismarck, fue retado a duelo por el canciller, pero lo rechazó.

Así, Virchow constituye el infrecuente ejemplo de un gran científico que a la vez fue un activista político y reformador de la sociedad y también un reformador de su profesión, hasta el punto de modificar las normas del ejercicio de la medicina y mejorar la salud pública y la atención sanitaria. No es el único caso del científico que también fue activista político, pero pocos alcanzaron una posición tan elevada como la suya, de líder de la oposición parlamentaria contra Brismarck (véase Fleming 1964, pág. X)

En el primer número del Die medicinische Reform (10/7/1848), fundado por él, Virchow expuso sus ideas que combinaban la revolución política con la reforma médica. Afirmó (pág. 1) que la “revolución (Umwädlzung) en las condiciones del Estado” y la “construcción de nuevas instituciones” formaban parte de las “tormentas políticas” que afectaban a todos los hombres y mujeres conscientes de Europa e indicaban por ello “cambios drásticos en la concepción general de la vida (Lebensanschauung)”. Insistió que esas tormentas no podían dejar de afectar a la medicina, que “ya no se puede postergar la reforma drástica”. Erwin Ackerknecht (1953,44) observa que para Virchow “la libertad y la ciencia son aliados naturales”, que “la revolución de 1848 fue un suceso científico y político a la vez”. Virchow escribió en su semanario: “Por fin llegaron las jornadas de marzo. El gran combate de la crítica contra la autoridad, de la ciencia natural contra el dogma, de los derechos eternos contra la arbitrariedad humana, este combate que ya había conmovido en dos ocasiones el mundo europeo, estalló por tercera vez y la victoria fue nuestra” Según Ackerknecht, esta unidad de la política y la- medicina es característica del pensamiento de Virchow (pág. 45):

Virchow atribuía gran importancia a la teoría de la patología celular, que parecía expresar de manera objetiva en el cuerpo humano una situación por la que él bregaba y le parecía “natural” en la sociedad.., así, la patología celular era para él mucho más que una teoría biológica. En ese punto sus opiniones biológicas y políticas se reforzaban mutuamente. La patología celular demostraba que el cuerpo era un Estado libre de individuos iguales, una federación de células, un Estado celular democrático. Lo mostraba como una unidad social integrada por iguales, mientras que la (neuro) patología humoral o solidista suponía una oligarquía antidemocrática de tejidos. Así como luchaba en política por los derechos del “tercer estado”, en la patología celular combatía por un “tercer estado” de las células (el tejido conectivo) cuyo valor y función no contaban con el debido reconocimiento.

No es sorprendente, pues, encontrar en los escritos de Virchow frases tales co mo: “La gran tarea de la medicina es la constitución de la sociedad sobre bases fisiológicas” (citado ibíd., pág. 46). Creía que la ciencia social era una subdivisión de la medicina; que la “medicina es una ciencia social y la política no es sino medicina en gran escala”; que “los médicos son los abogados naturales de los pobres y son ellos quienes deben resolver en gran medida los problemas sociales”.

Según Ackerknecht (1953, 47), en sus escritos sobre el ejercicio de la medicina Virchow “prefería la palabra ‘reformador’ a ‘revolucionario’, ya que en su opinión expresaba mejor la combinación de destrucción con construcción, de crítica con respeto por los logros del pasado, por las que él abogaba”. Ello no le impidió dedicarse a la actividad política revolucionaria, como en 1848.

En el prólogo de su gran tratado Patología celular (1858; trad. ing. 1860), Virchow sostuvo que el médico tiene la obligación de dar a conocer los nuevos conocimientos que se acumulan rápidamente a “sus hermanos en la profesión”. Luego afirma en tono dogmático; “Aspiramos a la reforma, no a la revolución” (Wir wollen die Reform, und nicht die Revolution). Sostiene además (l858, pág. IX; 1860, pág.X) que su obra podía tener un “sabor más revolucionario que reformista” (mehr revolutionáre, a reformatorische Einwirkung), pero ello se debía principalmente a “la necesidad de combatir las doctrinas falsas o excluyentes de los autores más recientes [más que las de los anteriores”. Sin embargo, en el texto propiamente dicho, cuando describe las ideas radicales que ha desarrollado, y poco antes de afirmar (1860, 27) que “donde aparece una célula antes existió una célula” (omnis cellula e cellula), recurre a la imagen drámatica de la revolución. Se refiere explícitamente a der Umschwung (“la revolución”, en la traducción inglesa de 1860) sucedida “en los últimos altos” en la patología. Aquí emplea Umschwung, aunque en relación con su cesos políticos-sociales utiliza Umwälzunwg e incluso Revolution. Pero lo importante en Virchow es que fue uno de los muy pocos científicos que realizó una revolución en la ciencia y a la vez participó de una revolución política. Además, se destaca por su opinión de que la política revolucionaria y la ciencia revolucionaria se influyen e incluso se refuerzan entre sí.

Matemática, probabilidad y estadística

Durante el siglo XIX se realizaron enormes avances en la matemática. Se abrieron nuevos campos como la geometría no euclidiana, la estadística matemática, el análisis vectorial y los cuatemios, y las nuevas pautas de rigor transformaron por completo el análisis clásico y la teoría de funciones (funciones de variables complejas). Al fin del siglo, Georg Cantor creó una nueva rama de la matemática con la teoría de los números transfinitos. Se ha dicho que este gran aporte fue “un avance audaz hacia el reino del infinito” que “inició la investigación’ cuestiones fundamentales ene! siglo XX” (Meschkowski: 1971 Evidentemente, se trata de una revolución en el pensamiento matemático. El mismo Cantor era consciente del carácter revolucionario de su obra. En una carta a Cantor fechada en 1885, el matemático sueco Mittag Leffler afirmó que su obra era “no menos revolucionaria” que la investigación de Gauss en geometría no euclidiana (Dauben 1979, 138). Joseph Dauben (1934, 13:304) descubrió que Cantor, en una carta al historiador francés Paul Tannery, calificó su propia obra de revolucionaria.

Cantor no fue el único científico del siglo pasado que creía que su obra había provocado (o provocaría) una revolución. El matemático irlandés William Rowan Hamilton escribió en 1834 una carta notable sobre lo que llamaba (en una carta anterior a su tío) “su esperanza y propósito de remodelar toda la Dinámica en el sentido más global de la palabra”. Esta carta, descubierta por Thomas L. Hankins, iba dirigida a William Whewell, y en ella dice que “tal vez haremos una revolución” (Hankins 1980, 177-178). Pocos legos conocen la obra de Hamilton. El trabajo que había motivado las observaciones citadas llevaba por título “On a General Method in Dynamics” (1834) [acerca de un método general en dinámica]. Alli describe las propiedades de lo que él llama la “función característica” y desarrolla “los métodos de aproximación a la función característica a fin de aplicarla a las perturbaciones de planetas y cometas” (Hankíns 1972,89). La función característica fue uno de los dos grandes in ventos de Hamilton; el otro fue el de los cuaternios, un sistema de números complejos tridimensionales que se utilizaban de manera similar al análisis vectorial; esta última invención, realizada por J. Willard Gibbs, los desplazó luego del lenguaje de la dinámica y la física matemática. (Los cuaternios de Hamilton se habían difundido tanto en su época y se adaptaban tan bien a la física, que J. C. Maxwell los empleó en su célebre tratado sobre la electricidad y el magnetismo para la expresión matemática del tema.)

El ensayo de Hamilton contenía “la primera explicación general de la función caracterísúca aplicada a la dinámica” (pág. 88) y desarrollaba el principio que hoy lleva su nombre. Es, en efecto, un trabajo revolucionario, en el que deriva las “ecuaciones canónicas” del movimiento, la “función principal” y su versión de lo que hoy se denominan las ecuaciones de Hamilton - Jacobi. Su ensayo “General Method in Dynamics” (1834; suplemento 1835) dio a la mecánica clásica la formulación que se ha vuelto estándar en la teoría cuántica y la mecánica estadística.

El método de Hamilton desarrollado por Jacobi ha resultado de gran utilidad en la mecánica celeste, por ejemplo, para résolver el problema clásico de los tres cuerpos en movimiento, cada uno de los cuales afecta los otros dos según la ley newtoniana de gravitación universal, en forma inversamente proporcional al cuadrado de la distancia. La aceptación general del análisis vectorial y tensorial acabó por desplazar los cuaternios de Hamilton de la ciencia física Según J. D. North (1969), la “tremenda importancia” de la teoría de los cuaternios radica al fin y al cabo en su “ley de multiplicación no conmutativa”, que “llevó a otros algebristas” a descartar “de sus conjuntos axiomáticos” la ley de la conmutación. (Esta ley dice que el orden de los factores no altera el producto: ocho multiplicado por dos es igual a dos por ocho.)

Durante el siglo XIX se produjeron grandes avances en tres áreas, en relación con la probabilidad y la estadística. La primera es la teoría matemática (a partir de Laplace); la segunda es la aplicación de la estadística al análisis de la sociedad, a partir de la llamada “estadística moral”; la tercera es la introducción de bases estadísticas en la ciencia. La segunda está asociada con el nombre del estadístico belga Adolphe Quetelet, quien asombró a los lectores de todo el mundo con sus revelaciones sobre ciertas constantes o regularidades numéricas referidas a matrimonios, muertes, nacimientos, crímenes, etcétera.
Un testigo por demás competente expresa con toda elocuencia la fuerza revolucionaria de los nuevos descubrimientos estadísticos sobre la sociedad. “Los hombres se enteraron con sorpresa, no carente de ciertas esperanzas vagas de obtener algún beneficio”, afirmó sir John Herschel en 1850 (págs. 384-385), de que no sólo los nacimientos, las muertes y los matrimonios, sino también las decisiones de los tribunales; los resultados de la elecciones populares; la influencia del castigo en el control de la criminalidad; el valor relativo de los remedios médicos y de los distintos métodos de tratamiento de enfermedades; los límites probables del error en los resultados nmnéricos en todas las áreas de la investigación física la detección de causas físicas, sociales y morales e incluso el peso de la evidencia y la validez de la argumentación lógica, podrían ser sometidos alojo agudo y escrutador del análisis frío que, aunque no condujera de inmediato al descubrimiento de la verdad positiva, al menos aseguraría la detección y prevención de muchas falacias daniñas y persistentes.

Este párrafo corresponde a un muy difundido artículo del Edinburgh Review (julio de 1850) sobre la traducción (1849) de las cartas de Quetelet al príncipe Alberto sobre la teoría de las probabilidades (véase Herschel 1857, págs, 365 y sigs.).

¿Hubo una revolución? Para juzgar si el nuevo análisis estadístico de la sociedad fue tan profundo como para considerarse una revolución en la estadística, se puede tener en cuenta, entre otros factores la intensidad de las reacciones contra el nuevo pensamiento estadístico. Auguste Comte y John Stuart Mill se opusieron a la ciencia o el conocimiento basado en la estadística. El primero, en su Curso de filosofía positiva (lib. 6. cap. 4) se refirió con desprecio a la “pretensión de ciertos geómetras de volver positivas las investigaciones sociales, sometiéndolas a una fantasiosa teoría matemática de la probabilidad” (1855.492). Comte fustigó a James Bernoulli y sobre todo a Condorcet por tratar de aplicar la probabilidad y la estadística a la teoría social (o sociología). Escribió (pág. 493) que no existían excusas para que Laplace repitiera semejante error filosófico en una época en que la mente humana empezaba a discernir el verdadero espíritu de la filosofía política, habiendo sido preparada para ello por las obras de Montesquieu y del mismo Condorcet y estimulada además por una nueva conmoción de la sociedad. Desde entonces, una serie de imitadores se han sucedido en la repetición de esa idea fantasiosa, en un lenguaje algebraico abstruso, abusando de la confianza que conjusticia merece el verdadero espíritu matemático; de manera que este error, en lugar de una expresión de un instinto prematuro de la investiga ción científica como era hace un siglo, es ahora el testimonio involuntario de la absoluta impotencia de la filosofía política que pretende emplearlo. Es imposible pensar en una concepción más irracional que aquella que toma como base o modelo operativo una presunta teoría matemática en la que se toman signos por ideas y se somete la probabilidad numérica al cálculo, lo que equivale a ofrecer nuestra ignorancia como medida natural del grado de probabilidad de nuestras distintas opiniones.

La oposición de Comte a la estadística y la probabilidad se basaba, creemos, en su convicción de que “todas las ciencias apuntan a la previsión” (es decir, al pronóstico preciso), como dijo en su ensayo de 1822 sobre la “reorganización de la sociedad” (Fletcher 1974, 167). Con ese fin, “Las leyes establecidas por la observación de fenómenos” deben permitirle al científico prever los fenómenos. De ahí deriva que “la observación del pasado debe revelar el futuro en política, tal como sucede en astronomía, física, química y fisiología”. Cornte desarrolla ese concepto en el libro 6 (“física social”) del Curso de filosofía positiva, en cuyo capítulo 3 sostiene que los “fenómenos sociales están sujetos a leyes naturales que admiten una previsión racional”, Comte se refiere aquí a los pronósticos causales de la mecánica racional clásica, que para él son la antítesis de los vaticinios “inexactos” de la estadística y la probabilidad.

En el Sistema de lógica de John Stuart Mill, su “obra filosófica principal” o más importante, se expresa una posición contraria a los argumentos estadísticos o el empleo erróneo de la probabilidad en las ciencias, incluidas las sociales. Según Mill (1973-1974, 1142), “se requerirían pruebas realmente contundentes para convencer a una persona racional de que mediante un sistema de operaciones con los números se puede extraer ciencia de nuestra ignorancia”. Agrega que fue “indudablemente esta extraña pretensión” la que “llevó a un profundo pensador como el señor Comte al extremo opuesto de rechazar [esta doctrina] por completo” a pesar de que es “verificada diariamente por la práctica del seguro y por una masa de experiencias positivas”. Esta afirmación, al igual que otras de la primera edición (1843) de la Lógica, fue eliminada de ediciones posteriores, pero a ningún lector se le escapa la conclusión de que Mill tenía una opinión más bien desfavorable de la probabilidad y de la utilidad de su aplicación (véase Mill 1973-1974. 8-9: lib. 3, caps. 17-18, par. F. par. G, págs. 1140-1153). El autor no deja lugar para la menor duda cuando afirma en su Lógica (1973-1974, lib. 3, cap. 18, 3) que las “aplicaciones erróneas del cálculo de probabilidades” han hecho de éste el “oprobio de los matemáticos”.

Muchos científicos y filósofos se pronunciaron contra el empleo de la estadística y la probabilidad en la ciencia o expresaron fuertes dudas sobre su aplicación. Todavía en 1890, en la segunda edición de Properties of Matter, Peter Guthrie Tait expresaba una posición contraria a la estadística y opinaba que las “dificultades restantes” en la teoría cinética de los gases se veían “enormemente incrementadas por la innecesaria aplicación de la teoría de probabilidades, sobre la cual se basa el método estadístico” (pág. 291).

Otro crítico constante y explícito del uso de la estadística y la probabilidad en ciencia fue Claude Bernard, considerado el padre de la fisiología experimental moderna. En su Introducción al estudio de la medicina experimental (1921, 131-139) Bernard dijo que no podía comprender “cómo enseñar ciencia práctica y exacta basada en la estadística”. El empleo de ésta, sostuvo, sólo puede producir “ciencias conjeturales”, jamás “ciencias experimentales activas, es decir, que regulan los fenómenos de acuerdo con leyes definidas”. Además, argumentó, “la estadística nos da una conjetura sobre la mayor o menor probabilidad de un caso dado, pero jamás nos da certeza ni determinismo absoluto”. Puesto que “los hechos jamás son idénticos”, la estadística sólo puede servir de “enumeración empírica de las observaciones” (págs. 138- 139). De ahí que una medicina basada en la estadística “jamás sería otra cosa que una ciencia conjetural; sólo puede ser una ciencia verdadera, es decir, segura, si se basa en el determinismo experimental”. Aquí Bernard expresa la diferencia entre lo que él llama el punto de vista de los “médicos observadores” y los “médicos experimentales”. Según el. la ciencia experimental conduce a un determinismo estricto, incompatible con las consideraciones de índole probabilista o estadística.

En un discurso ante el Congreso de Artes y Ciencias en la Exposición Universal de St. Louis en 1904, el tísico teórico Ludwig Boltzmann se refirió brevemente a las aplicaciones de la estadística a las ciencias en general y las sociales en particular. Al defender los “teoremas de la mecánica estadística”, que consideró tan válidos “como cualquier teorema matemático bien fundado”, observó que otras aplicaciones de la estadística presentaban ciertas dificultades al suponer la “probabilidad equivalente de errores elementales”, Con respecto a la creciente aplicación de la estadística a “seres animados... la sociedad humana... la sociología, etcétera y no sólo a las... partículas mecánicas”, subrayó las “dificultades de principio” que surgen al basas tales estudios en la teoría de la probabilidad. Esta disciplina, dijo “es tan exacta como cualquier otra rama de la matemática si se parte del concepto de a probabilidad equivalente, que no se deduce de otros conceptos fundamentales” (1905, 602).

Durante el año lectivo 1983-84 se realizó un seminario internacional interdisciplinario en la Universidad de Bielefeld, sobre la “revolución probabilística 1800- 1930”. Los estudios realizados demuestran persuasivamente que los cambios en el pensamiento científico y social en el siglo XIX poseen vigor revolucionario. Pero no hay pruebas de que la revolución, si la hubo, trascendiera del estadio de los papeles hasta la aparición de la mecánica estadística a fines de ese siglo. La física y la biología, en cambio, sufrieron cambios drásticos ene] siglo XX, con la introducción de las bases probabilísticas o estadísticas de la genética y la evolución y de la teoría cuántica. La mayoría de los autores reconocen que la revolución cuántica fue una de las más grandes de la historia de la ciencia, y uno de sus aspectos más revolucionarios es la transición de la causalidad simple a la estadística. De ahí se podría concluir que no hubo una “revolución probabilistica” (mejor. “probabilizante”) en el siglo XIX, en el sentido de una revolución científica en gran escala, Fue, a lo sumo, una revolución en los papeles que no superó ese estadio hast principios del siglo XX. [3] Alrededor de 1914. en un libro titulado Chance —una exposición para legos sobre la probabilidad y la estadística “en distintas ramas del conocimiento científico”—, el matemático frances Emile Borel sostuvo que “hemos presenciado, casi sin ser conscientes de ello, una auténtica revolución científica” (pág. II).

La revolución en la ciencia aplicada

Los historiadores coinciden en señalar que una de las grandes revoluciones del siglo XIX fue el auge de la ciencia como motor del cambio tecnológico y social. Alfred North Whitehead sostuvo que la invención más grande del siglo XIX fue la del método de invención. La fecundidad de las innovaciones tecnológicas se advierte en el hecho de que casi la mitad de las ventas brutas de la compañía Du Pont en 1942 eran de productos que en 1928 no existían o no eran fabricados en cantidades industriales. Tal fue la influencia de los proyectos de investigación de una sola empresa.

Hoy es un lugar común decir que los avances en la ciencia básica afectan de manera fundamental la vida, los alimentos, la salud, las comunicaciones, el transpone, la manera de ganarse la vida o montar la defensa nacional; pero esto no sucedía hace un siglo. Desde la época de Bacon y Descartes los científicos habían pronosticado que, gracias a los avances en los conocimientos, el hombre se convertiría en amo de su medio, pero había escasos ejemplos convincentes de ello. Había un ejemplo importante anterior al 1800, en que la investigación realizada por un científico con el solo objeto de avanzar el conocimiento había derivado, como subproducto inesperado, en un invento de utilidad práctica para la humanidad. Benjamin Franklin había estudiado la naturaleza de los materiales conductores y aislantes, los fenómenos de la inducción electrostática, el efecto de las formas de los cuerpos sobre sus propiedades eléctricas, el papel de la conexión a tierra y la naturaleza de la chispa, la descaiga incandescente y la descarga radiante. Gracias a sus investigaciones, había identificado al relámpago como un fenómeno eléctrico; luego había realizado un experimento para verificar esa conclusión y finalmente había inventado un artefacto —el pararrayos— capaz de neutralizar la carga eléctrica de una nube a fin de impedir la descarga de un rayo o incluso para descargar a éste a tierra sin que provocan daños. A principios del siglo XIX en Francia, todavía se citaba la historia del pararrayos como ejemplo de cómo la investigación científica conduce a resultados prácticos inesperados. Pero el ejemplo no resultaba tan convincente como lo habría sido si el producto resultante hubiera afectado la alimentación o la salud, las comunicaciones o el transporte, la defensa nacional o la manera de ganarse la vida.

El primer caso de un cambio revolucionario en la tecnología provocado por la ciencia se produjo en la industria del teñido. Hasta la primera mitad del siglo XIX, las tinturas provenían de fuentes naturales: plantas, insectos, moluscos y ciertos minerales. A fines de ese siglo, las tinturas sintéticas habían desplazado los productos naturales casi por completo. El primer paso de la revolución fue el descubrimiento en 1856 de una tintura capaz de teñir la seda de un color malva Su autor era el entonces estudiante William Henry Perkin, y el material colorante era el producto final de un intento fallido de producir quinina sintética. La materia prima era alquitrán de hulla, subproducto del proceso de producción de gas de alumbrado mediante la destilación del carbón. Perkin inició la fabricación del nuevo producto colorante color malva, y en años subsiguientes surgió una industria nueva, basada en las investigaciones de los quimicos capaces de sintetizar tinturas tradicionales que antes se obtenían de productos naturales, o de producir colores sintéticos totalmente nuevos. Las nuevas tinturas eran más baratas y sus colores más firmes. Los efectos revolucionarios de la nueva tecnología se advierten en la historia de una sola tintura, la alizarrna rojo grancé”. Hasta 1860, la alizarina se obtenía de la raíz de la alizari, planta que constituía el cultivo principal de Provenza y también se encontraba en el sur de España, Italia, Grecia y el norte de Africa. En pocas décadas la alizarina sintética puso fin a la alizari, que hoy se cultiva en algunos jardines botánicos como objeto curioso.

A diferencia de muchas tinturas sintéticas anteriores, la alizarina fue —según el químico Witt (Haber 1958.83) “el primer fruto de una nueva tendencia en la investigación química, la de la química aplicada” (des Princip der ziebewussten Synthese; véase O. N. Witt 1913, 520). Los químicos se organizaron para orientar sus investigaciones hacia determinados fines tecnológicos. Una de las últimas tinturas naturales que resistió al avance de las sintéticas fue el añil, cuya producción estaba casi por completo en manos inglesas. La síntesis del añil data de 1880, pero el proceso era lento y costoso. Se necesitaron diecisiete altos de investigaciones y de la combinación de los esfuerzos de los investigadores industriales y sus colegas académicos, hasta que apareció el producto sintético en el mercado, en 1897. El costo para la Badische Anilin -und Soda- Fabrik fue calculado en cinco millones de dólares, la suma más alta jamás invertida hasta entonces en un proyecto de investigación. A los tres altos, la producción alemana equivalía a la cantidad de añil que se habría obtenido de un cuarto de millón de hectáreas (Brunk 1901).

Fue en la industria de las tinturas donde la ciencia demostró por primera vez su poderío tecnológico en gran escala. La economía de grandes regiones se vio alterada de la noche a la mañana. así, por ejemplo, las tierras antes dedicadas al cultivo de la alizari fueron utilizadas para el cultivo de la vid u otras plantas o bien abandonadas. La investigación química aplicada afectó el destino de varias naciones, en realidad del mundo entero. Alemania, que antes de 1860 casi no poseía una industria de tinturas,en 1881 poseía casi la mitad de la producción mundial; en 1896 esa cifra había ascendido al 72 por ciento y en 1900 al 80-90 por ciento, Los fabricantes alemanes pudieron adueñarse del mercado mundial debido en gran medida a que habían sido capaces “de aprovechar una gran reserva de químicos sumamente capaces, que realizaban investigaciones minuciosas con un entusiasmo desconocido en otros países, salvo Suiza” (Haber 1958, 129). Cabe observar, por último, que las tinturas inestables son explosivas, por lo cual la industria alemana, auspiciada por el gobierno, creaba un arsenal para una posible guerra mundial.

Otro aspecto de las profundas consecuencias que tuvo la revolución en la química aplicada se advierte en el hecho de que en 18% la India Británica exportaba añil natural por valor de 3.500.000 libras esterlinas, cifra que en 1913 había descendido a 60.000 libras. Ese mismo año, Alemania (principal productora de añil sintético) ex portó por valor de 2.000.000 de libras. Pero la real envergadura de la revolución se revela en el hecho de que en esos diecisiete años el precio de la untura de añil había descendido de 8 a 3,5 chelines la libra (véase Findlay 1916,237).


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NOTAS

[1] Este capítulo analiza sólo algunos ejemplos selectos de la ciencia revolucionaria del siglo XIX. Aunque ninguna de las demás revoluciones biológicas es comparable con la darwiniana, algunas merecen ser sometidas a las pruebas descritas en el capítulo 3. Aparte de las que se mencionan aquí convendría referirse a la teoría celular, descubrimientos en embriología de mamíferos, fisiología química y física y paleontología. En la química estos ternás incluirían la teoría atómica molecular, el concepto de valencia y los isómeros, el surgimiento de la química orgánica, dinámica química y termodinámica. En física, aparte de los conceptos de Faraday, Maxwell y Hertz sobre el electromagnetismo. se produjeron grandes avances en las leyes de las corrientes eléctricas y las fuerzas electromagnéticas. el concepto de energía y las leyes de la termodinámica, la teoría ondulatoria de la luz, la espectroscopía (y sus aplicaciones a la química y la astrofísica), la teoría molecular y la teoría general de los gases, mecánica estadística y física aplicada (sobre todo la industria eléctrica). Y existen otras disciplinas en astronomía y geociencia. La introducción de William Coleman (1977) a la biología del siglo XIX es muy útil juntamente con el trabajo de Peter Harmon sobre física (1982). Aún faltan estudios que de muestren hasta qué punto estos descubrimientos constituyeron revoluciones en la ciencia. Michael Heidelberger aborda una de estas disciplinas en su estudio de los aspectos revolucionarios de la ley de Ohm (1980. 104). (volver al texto)

[2] En una extensa refutación de sus críticos, Wilson (1980, 202) insistió que “el profundo cambio en la geología entre 1822 y 1841” se “debió casi exclusivamente a Lyell”. y que “significó una reinterpretación tan global y fundamental del significado de los fenómenos geológicos, que constituyó una revolución en la ciencia”. (volver al texto)

[3] Este análisis omite el estudio del desarrollo interno de las disciplinas matemáticas de estadística y probabilidad y de si éstas constituyen una revolución, ya que esta obra está dedicada casi exclusivamente a las ciencias físicas y naturales. Pero la historia de la probabilidad revela la existencia de grandes revoluciones a fines del siglo XIX y en los primeros años del XX, y nuevamente a mediados de este siglo (como observa lan Hacking, 1983). (volver al texto)





22 Tres concepciones francesas: Saint-Simon, Comte y Cournot

El concepto de la revolución en la ciencia aparece subrayado en las obras de tres filósofos y pensa sociales franceses del siglo XIX: Saint-Simon, Comte y Cournot. Los tres elaboraron una concepción del cambio histórico en la cual la ciencia cumplía un papel importante, y visualizaron un futuro no muy distante en el cual las ciencias sociales alcanzarían el estadio avanzado de la astronomía y la matemática y que la “fisiología” (biología) estaba a punto de adquirir.
Henri de Saint-Simon: la revolución y la religión de la ciencia

Henri de Saint-Simon (Claude Henri de Rouvroy Comte de Saint-Simon, 1760- 1825) es una figura importante en la historia del pensamiento porque, si bien sus conocimientos científicos eran muy escasos, escribió con elocuencia sobre la importancia de la ciencia y visualizó una sociedad reorganizada en la cual los científicos cumplirían un papel crucial. Posteriormente se desilusionó de la ciencia y, sobre todo, de la manera en que los científicos recibían sus ideas, pero en sus planes para una sociedad mejor nunca dejó de subrayar la importancia de las ideas y los ideales científicos. Soñaba incluso con la ciencia erigida en religión, en la cual los sacerdotes fueran científicos y un físico cumpliera el papel de papa. Más importante aun, consideraba que en un futuro no lejano la ciencia sería reorganizada junto con los métodos y el sistema de la educación a fin de “perfeccionar las artes industriales” en beneficio de los trabajadores (véase Manuel 1956; 196 págs. 113 y sigs.).

Hoy se recuerda a Saint-Simon como un pensador “socialista” anterior al socialismo, uno de los primeros exégetas del culto del cientificismo y un precursor de la filosofía positivista de Auguste Comte. Federico Engels ensalzó sus ideas políticas y sociales en el opúsculo Del socialismo utópico al socia!ismo científico, donde dice que en Saint-Simon hay “una amplitud genial de conceptos que te permite contener ya, en germen, casi todas las ideas no estrictamente económicas de los socialistas posteriores (1973, V 296). Según Emile Durtheim, Saint-Simon es el “fundador del positivismo y la sociología”. Los gérmenes de la filosofía positivista moderna se advienen en pasajes como el siguiente, tomado de su Memoria sobre la ciencia del hombre (1865-1878,40; 25-26; citado por Manuel 1956):

Todas las ciencias son conjeturales al principio. El gran orden de las cosas dicte que se vuelvan positivas. La astronomía partió de la astrología; la química en sus orígenes no era sino la alquimia; la fisiología, que durante mucho tiempo se debatió en medio de la charlatanería, ahora se basa at hechos observados y verificados; la psicología empieza a basarse en la fisiología y a despojarse de los prejuicios religiosos en los que se basaba.

En sus Cartas ginebrinas (1813) predijo que las ciencias sociales se volverían ciencias al mismo nivel que la astronomía, la física, la química y la fisiología (En es ta obra no empleó el término “positivas” para describir las ciencias exactas, como lo había hecho en 1807; véase Manuel 1956, 132,)Elaboró una jerarquía de las ciencias basada en su sucesiva “emancipación de la superstición y la metafísica” (ibid.) que se anticipó a las posiciones de Auguste Comte. Consideraba, como él, que la fisiología apenas iniciaba su etapa “positiva”. En Cartas ginebrinas (1865-1878, 15: 39-40; trad. ing. en Manuel 1956, 133) dice que la”fisiología se encuentra aún en la posición desafortunada que atravesaron las ciencias astrológicas [ y químicas”. Agregó que “los fisiólogos deben expulsar de sus filas a los filósofos, los moralistas y los metafisícos, así como los astrónomos expulsaron a los astrólogos y tos químicos a los alquimistas”.

Saint-Simon escribió tres obras importantes, relacionadas con temas científicos: introducción a las obras científicas del siglo XIX (1808), Obra sobre la gravitación universal (diciembre 1813) y Memoria sobre la ciencia del hombre (escrita en enero de 1813, pero publicada en 1858). Es en esta última donde desarrolla ampliamente su teoría de la revolución en la ciencia, en el suplemento a la primera parte, titulado “Carta a un fisiólogo” (1858,382-386). Si “me respaldan con audacia”, habrá “dentro de pocos años una revolución científica grande y muy útil”. Explica a continuación que la historia muestra una sucesión de revoluciones científicas alternadas con revoluiciones políticas; cada una es sucesivamente consecuencia de la anterior y causa de la siguiente. La recapitulación, afirma (1858 382-386), demostrará que la próxima revolución será científica, así como mi obra demostrará, con pruebas crecientes, que son principalmente ustedes [los fisiólogos) quienes deben producir esta revolución y es en especial a ustedes a quienes será de utilidad”.

La sucesión histórica de Saint-Simon comienza con la revolución científica asociada con el nombre de Copérnico, seguida por la revolución política de Lutero. La revolución científica siguiente abarcó la obra de Bacon y la demostración galileana de “la rotación diaria de la Tierra alrededor de su eje, que completó el sistema de Copérnico”. La revolución política siguiente se produjo en Inglaterra, cuando Carlos 1 fue “juzgado por sus súbditos” y se instauró “un nuevo orden de organización social, desconocido por los pueblos de la antigüedad”; en la misma época Luis XIV “se lanzó a someter Europa a su jurisdicción laica”. En la revolución científica siguiente, Newton y Locke “engendraron importantes ideas nuevas para el avance para la ciencia , sus ideas fueron adoptadas y desarrolladas en Francia en la Encyclopédie. Siguió luego la Revolución Francesa “iniciada pocos años despnés de la publicación de la Encyclopédie.

A esta alltura correspondia vaticinar cuál seria la revolución siguiente, ésta de carácter científico, Sería una revolución en “la ciencia del hombre”, basada en el “conocimiento fisiológico”. Según la visión del autor, la nueva ciencia formaría parte de la educación pública, y aquellos que asumieran la nueva propuesta serían capaces de aplicar los métodos empleados en ciencias como la astronomía, la física y la química a los asuntos políticos. Mientras los escritós del siglo XVIII eran perturbadores o disolventes, los del sigloXIX “tenderían a reorganizar la sociedad”. Aquí se reproducen dos páginas de la edición original de la Memoria sobre la ciencia del hombre a fin de que el lector advierta el contrapunto tipográfico entre los dos tipos de revolución (véase la Figura 10).

Saint-Simon excluyó la revolución química de su nómina. La serie de revoluciones pesadas comienza con Copérnico, fructifica con Bacon y Galileo y llega hasta Newton (con Locke y los enciclopedistas). Esta tríada de revoluciones científicas acabadas, las únicas mencionadas por el autor, comprenden lo que hoy se llama la Revolución Científica, concepto unitario que tuvo su primera expresión clara en la transformación de las ideas de Saint-Simon efectuadas por Augusto Comte.

Auguste Comte y la filosofía positivista

Auguste Comte (1798-1857) fue uno de los pensadores más originales e importantes del siglo XIX. Su influencia sobre la ciencia, la filosofía y las ciencias sociales fue profunda y tuvo amplia difusión. Inauguró el movimiento intelectual llamado “positivismo” e inventó el nombre de “sociología” para una disciplina que aún no ha ía aparecido. Expuso sus ideas filosóficas extensamente en su Curso de filosofía positiva, publicado en Francia en 1830-1842 y traducido al inglés por Harriet Martineau. La influencia de Comte en el mundo anglo-norteamericano no fue tan penetrante como lo es aún hoy en Francia y toda Europa continental y en América latina. Algunos aspectos de la filosofía comtiana renacieron en las doctrinas del “positivismo lógico”, fuertemente influidas por las ideas de Ernst Mach y difundidas por la Escue la de Viena. En esta reencarnación, las referencias a Comte como padre del positivis mo brillan por su ausencia.

Comte elaboró dos importantes conceptos del desarrollo histórico de las ciencias. El primero es la ley de los tres estados. Según él, la mente humana atravesó por tres estados que constituyen una progresión inevitable en la comprensión y la manera de explicar los fenómenos del mundo exterior. El primero es “teológico”, se atribuyen los hechos a la acción de los dioses; en el segundo, “metafísico”, la voluntad de los dioses o de las fuerzas divinas es reemplazada por abstracciones; el tercer estado, llamado “positivo”, se inicia cuando la explicación científica reemplaza a la metafísica. Comte estudió los tres estados a lo largo de una extensa exposición histórica del desarrollo de la cultura ola civilización, el pensamiento y, sobre todo, la ciencia. Estaba “convencido de que el conocimiento de la historia de la ciencia es sumamente importante” e incluso afirmó que “no conocemos plenamente una ciencia si desconocemos su historia” (1970.49). Fue, así, uno de los primeros partidarios del estudio serio y sistemático de la historia de la ciencia, y George Sarton lo considera incluso el fundador de esa disciplina.

Su segundo concepto histórico es una clasificación de la ciencia novedosa y muy original. Según su esquema, las ciencias ocupan una jerarquía histórica y analítica de “generalización decreciente e interdependencia y complejidad crecientes”. De esa manera, el sistema de clasificación no sólo era determinado por análisis lógicos sino también confirmado por la historia. La matemática es la base de todo, la más general de todas las ciencias y la primera de la historia en llegar al estado “positivo”. La sigue la astronomía, que considera los cuerpos físicos en libertad de movimiento o en movimiento no limitado por fluidos, colisiones, fricciones y demás complicaciones propias de la física terrestre de los cuerpos groseros. A la astronomía siguen la física, la química y la fisiología (que en la época de Comte estaba iniciando su estado “positivo”) y con el tiempo la ciencia última, la sociología. [1] La psicología no tiene cabi da en esta clasificación, ya que para Comte era una rama de la biología humana (“fisiología”). El esquema se condecía con los estudios de matemática y ciencias físicas efectuados por Comte en la École Polytechnique. Debido a esta fonnación, Comte consideraba que la física (terrestre), que combina la observación y la experimentación con la matemática para llegar a un sistema de conocimiento verdaderamente “positivo”, era el modelo para todas las ciencias. En sus primeros escritos visualizó la futura ciencia de la sociedad como una “física social”, término utilizado luego por Quetelet con un sentido muy diferente.
La ley de los tres estados, como todos los pensamientos originales, fue hasta cierto punto una transformación de los conceptos de sus precursores, sobre todo Condorcet, Cabanis y Saint-Simon, de quien Comte fue secretario. Para juzgar el grado de transformación y la originalidad de Comte, se puede contraponer su posiciones con las de Saint-Simon. Este había conocido el estado final del proceso a través del cual la filosofía se había vuelto “positiva”, en el sentido de rechazar todo lo que no fuese verificable. Pero para Comte, el ingreso de la última ciencia —la sociología— en el estado “positivo” no era la etapa final; aún no se habría superado la separación entre las ciencias para llegar a un sistema positivista total, una “concepción del mundo y el hombre” que fuera una síntesis digna de llamarase “filosofía”. En el estado definitivo, todo el conocimiento sería “positivo” y unificado, englobado por la ciencia del hombre y la sociedad, vale decir, la sociología. Se llegaría entonces no sólo al conocimiento de los problemas y las necesidades del hombre y la sociedad, sino también a una visión clara de los pasos necesarios para reformar y mejorar la condición de ambos. Esta concepción desembocó inevitablemente en una suerte de religión, con iglesias y sacerdotes e incluso un calendario de santos “positivistas” que incluía entre otros a Moisés, Homero, Aristóteles, Arquímedes, Julio César, San Pablo, Carlomagno, Dante, Gutemberg, Shakespeare, Descartes, Federico el Grande y Bichat.

Es difícil determinar la influencia recíproca entre Saint-Simon y Comte, debido a la enconada enemistad que surgió entre los dos. Ambos se consideraban en deuda con Condorcet por su doctrina de la maduración sucesiva de las ciencias, pero Comte se negaba a reconocer deuda alguna con Saint-Sirnon, a quien se refería invariablemente en términos despectivos. Muchos autores suponen que la influencia de Saint Simon sobre Comte fue mayor que la de éste sobre aquél. Por lo que se ha podido de terminar, esta conclusión (que no se basa en prueba documental alguna) se desprende del hecho de que Comte era más joven y se desempeflaba como secretario de aquél. Pero si se considera que fue uno de los pensadores más brillantes e influyentes de su época, y que los jóvenes suelen tener más ideas originales que sus mayores ¿no sería lícito suponer que la influencia mayor fue la de Comte sobre Saint-Simon? En todo caso, la cuasi-coincidencia de muchas de sus ideas (la ley de los tres estados, el desarrollo sucesivo de las ciencias, el concepto de “positivismo” o la ciencia “positiva”) no minimiza el genio creador de Comte. Lo importante no es el hecho de que trans forman las ideas de su colega mayor sino que las aplican en forma creativa. (Para una buena exposición de este tema, véase Manuel 1962,251-260.) En última instancia, Comte no tenía dudas de que otros (Jean Baptiste Say y Charles Dunoyer) habían ejercido sobre su desarrollo intelectual una influencia mayor que el hombre a quien llamaba “viejo filósofo estúpido” y “malabarista depravado”. Sus “precursores espirituales” (Manuel 1962,257) eran Hume, Kant, Condorcet, de Maistre, Gail y Bichat.

En sus estudios sobre el desarrollo de la ciencia no faltan alusiones a la revolución, y en especial aparece el concepto de una revolución general de la ciencia en los siglos XV y XVII. En un ensayo de 1820, titulado “Una breve evaluación de la historia moderna” (Fletcher 1974,99) utilizó la idea de la Revolución Científica al afirmar que: hasta un período reciente (las ciencias naturales) sufrían de una mezcla de superstición y metafísica, fue apenas a fines del siglo XVI y comienzos del XVII que lograron desembarazarse de las creencias teológicas y las hipótesis metafísicas. La época en que empezaron a ser positivas comienza con Bacon, quien dio la primera señal de esta gran revolución con Galileo, su contemporáneo, quien proporcionó los primeros ejemplos; por último, con Descartes quien liberó definitivamente el intelecto del yugo de la autoridad en mate ria de ciencia. Fue entonces que surgió la filosofía natural, y la capacidad científica adquirió su verdadero carácta’, de aportar el elemento espiritual de un nuevo sistema social.

Además, desde entonces las ciencias se volvieron sucesivamente positivas en su orden natural, es decir, de relación más o menos estrecha con el hombre. Así la astronomía en primer término. luego la física, más adelante la química y frnahnente, en nuestro tiempo, la fisiología, se constituyeron en ciencias positivas. Así esta revolución ha alcanzado su culminación en todas las ramas especializadas del conocimiento y se aproxima a su consumación en la filosofía, la moral y la política.

En su ensayo de mayo de 1822, titulado “Plan de operaciones científicas necesarías para reorganizar la sociedad”, Comte expuso la doctrina de que “los científicos de nuestra época deben elevar la política al nivel de una ciencia de observación” (Fletcher 1974, 135). Su análisis se basa en la ley de los tres estados. Tras sostener que las “cuatro ciencias fundamentales [física, química y fisiología] y sus ciencias dependientes” se habían vuelto positivas, observa que ciertos aspectos de la fisiología se encuentran en los tres estados. Por ejemplo, “algunas personas conciben” los “fenómenos llamados morales” como el “resultado de una acción sobrenatural continua; otros, en vinculación con condiciones orgánicas susceptibles de ser de mostradas y más allá de las cuales es imposible avanzar”. Desarrolla este pensamien to con mayor amplitud en un ensayo de noviembre de 1825 titulado “Consideraciones filosóficas sobre las ciencias y los sabios” (Fletcher 1974, 182 y sigs.). Allí, al evaluar “el progreso de la mente humana durante los últimos dos siglos”, observa que “los Fenómenos Morales fueron los últimos en salir del terreno de la teología y la me tafísica y pasar al de la física”. Creía en verdad que los “fisiólogos de (nuestra época) estudian los fenómenos morales con el mismo espíritu que los demás fenómenos de la vida animal”. Y aunque no quería pronunciarse en favor de tal o cual de las teorías que se enfrentaban en el terreno de la “fisiología moral”, declaró inequívocamente que “la existencia misma de esta diversidad de teorías, que revela una incertidumbre inevitable en toda ciencia joven, demuestra con claridad que la gran revolución filosófica se ha consumado en esta rama de nuestros conocimientos, como en todas las demás”. [2]

No cabe duda, entonces, de que el desarrollo de las ciencias —su paso al estado positivo— era para Comte un proceso revolucionario; creía que la instauración de la ciencia moderna había sido una “gran” revolución. Pero el autor de estas líneas no ha encontrado en sus obras un estudio del proceso revolucionario en sí, ni ha podido de terminar si alguna vez elaboró una comparación bien fundamentada entre las revoluciones científicas o filosóficas y las sociales o políticas, [3] Con todo, Comte considera que existen razones sencillas por las cuales el “paso de un sistema social a otro jamás puede ser continuo ni directo” y por qué “existe siempre un estado transicional de anarquía” (1975, 24; trad. ing. en Lenzer 1975, 201). Primero, “la experiencia de los males de la anarquía” suele ser un estímulo mayor para el nuevo sistema que las deficiencias del anterior, Segundo, antes de la destrucción del viejo sistema “no se puede formar una concepción adecuada de lo que se debe hacer”, porque con nuestra vida tan breve y nuestro raciocinio tan débil, no podemos emanciparnos de la influencia del ambiente, Los soñadores más audaces reflejan en sus sueños el estado social contemporáneo: tanto más imposible es formar una concepción de un sistema político verdadero y totalmente distinto de aquel en el que vivimos. Las mentes más elevadas no pueden discernir las características del período siguiente hasta que éste se aproxima, antes de eso, las incrustaciones del viejo sistema se habrán derrumbado en gran medida y la mente popular ya estará acostumbrada al espectáculo de la demolición.

Comte menciona como ejemplo el caso de Aristóteles, quien “no podía concebir un estado de la sociedad que no se basara en la esclavitud, cuya abolición definitiva sucedió varios siglos después”. En cuanto a su propia época, dice que “la inexorable renovación tan extensa y global” que “jamás... se había visto un período crítico preparatorio tan prolongado y peligroso”. Por “primera vez en la historia del mundo, la acción revolucionaria se vincula con una doctrina global de rechazo metódico del gobierno establecido”. Para el estudioso de la historia de las revoluciones científicas el análisis de Comte de la reforma política revolucionaria en tres estados muestra co mo hecho interesante que dos de esos estados ya habían sido descritos un siglo antes por J.S. Bailly. La trinidad de Comte comprendía la destrucción de lo viejo, el consiguiente estado de anarquía y la instauración de lo nuevo; Bailly había concebido un proceso en dos etapas, según el cual se produciría la destrucción del sistema de conocimientos existentes y luego la adopción de un sistema nuevo.

Cournot

Antoine-Augustin Cournot (1801-1877), contemporáneo de Auguste Comte, matemático y administrador, es recordado hoy principalmente por sus aportes a la teoría de la probabilidad, pero también por sus análisis generales o filosóficos del conocimiento científico y sus estudios sobre la naturaleza de la explicación científica. Su epistemología se caracterizaba por el probabilismo, mientras que Comte era un decidido adversario de la concepción según la cual la estadística y la probabilidad son la clave de la ciencia.

Al igual que Comte, Cournot propuso una clasificación de las ciencias de carácter histórico, es decir, relacionada con las etapas de desarrollo de las ciencias. Pero rechazó el “presunto orden fatal” en tres estados de la “aparición sucesiva de las doctri nas religiosas, filosóficas y científicas” (1973,4: 27), Y en lugar de la progresión unidimensional o lineal de Comte, propuso una matriz bidimensional que denominé una tabla por “partida doble” (véase Cournot 1851 , 237; 289; Granger 1971, 452-453). Las categorías verticales son similares a la clasificación histórica de Comte: ciencias matemáticas; ciencias físicas y cosmológicas (equivalentes a la astronomía, física y química de Comte más geología e ingeniería); ciencias biológicas y naturales (la fisiología de Comte); ciencias noológicas y simbólicas (ausentes del esquema de Comte); ciencias políticas e históricas (que abaxan la sociología de Comte).

En su Ensayo sobre los fundamentos de nuestros conocimientos (1851), Cournot no afirma explícitamente que la columna vertical representa una sucesión histórica, pero esto se deriva del hecho lógico de que algunas partes de las ciencias son necesariamente anteriores en el tiempo a otras. El Ensayo abunda en ejemplos históricos, pero el análisis del proceso de cambio científico es escaso o directamente está ausente. Califica los grandes cambios, como la matemática del cálculo, de “grandes innovaciones”, “invención”, “descubrimiento importante” ( 200, 201; págs. 246-249). Un hecho de importancia revolucionada fue para él el rechazo, por parte de Galileo, de la antigua y yana búsqueda de los “filósofos desde Pitágoras hasta Kepler”, de la “explicación de los grandes fenómenos cósmicos” en las “ideas de la armonía”, que ellos “vinculaban misteriosamente con ciertas propiedades de los números consideradas en sí mismas e independientemente de la aplicación que pudiera hacerse de ellas a la medición de magnitudes continuas” (pág. 246): La verdadera física fue fundada el día que Galileo rechazó estas especulaciones estériles y concibió no sólo la idea de examinar la naturaleza por medio de experimentos —también propuesta por Bacon— sino también la de establecer con precisiión la forma general que daría a los experimentos, fijéndoles como objetivo inmediato la medición de todo aquello susceptible de ser medido en los fenómenos naturales.

Cournot asimiló la audaz innovación de Galileo con la de Lavoisier, que denominó una “revolución similar”. Esta “revolución en la química se produjo un siglo y medio más tarde, cuando Lavoisier se aventuró a someter a la balanza, es decir, a la medición o el análisis cuantitativo, materiales a los cuales los químicos anteriores sólo habían aplicado el análisis que denominan cualitativo”. Así, según Cournot, tanto Galileo como Lavoisier habían producido una revolución en la ciencia. Pero en ese capítulo del Ensayo, titulado “Continuidad y discontinuidad”, le interesaba más el “número y la cantidad” que la revolución en la ciencia.

Uno de sus libros lleva el título atractivo de Tratado sobre la sucesión de ideas fundamentales en la ciencia y en la historia (1861). Esta obra abunda en ejemplos históricos, pero es menos una indagación histórica que un estudio sobre la lógica o la filosofía de las ciencias y la historia; la “sucesión de ideas fundamentales” se basa en criterios lógicos, no cronológicos. Aunque el libro estudia algunas revoluciones políticas y sociales (sobre todo la inglesa y la francesa), no se menciona el concepto de revolución en relación con personalidades científicas relevantes como Copérnico, Des cartes, Galileo, Leibniz y Newton. En el primer párrafo del capítulo 5 hay una mención al pasar a la revolución, al comparar y contrastar la matemática física con la físico-química. “La química y la física —observa Cournot progresan y realizan sus revoluciones sin que se produzcan progresos y sus revoluciones concomitantes en la geometría y la mecánica” (1861, 120). Sin embargo, en los párrafos siguientes no precisa el carácter de tales revoluciones ni en qué grado son características del progreso científico.

La obra más histórica de Cournot es Consideraciones sobre el progreso de las ideas y los sucesos en los tiempos modernos, publicada en 1872. Uno de sus temas principales es el papel de las revoluciones en el desarrollo de la ciencia y la tecnología, la ciencia social y las sociedades humanas. Tres títulos de capítulo indican la im portancia del concepto de revolución: “la revolución en la matemática” en el capítulo 1 del libro 3 (dedicado al siglo XVIII). “la revolución en la química” en el capítulo 1 del libro 4 (siglo XVI y “la revolución económica” en el capítulo 6 del libroS (siglo XIX). El libro 6 está dedicado por completo a la Revolución Francesa y sus consecuencias.

Tras una introducción general y un estudio sobre la Edad Media (lib. 1), el segundo libro se inicia con una reseña analítica del “progreso científico” en el siglo XVI. Luego de algunos párrafos sobre matemática se pasa a la revolución copemicana (1872, 99): “En la historia de las ciencias del siglo XV todo se vuelve insignificante en comparación con el nombre de Copérnico y la revolución que produjo en la astronomía”. Más aun: “la revolución realizada por Copérnico en la astronomía permanecerá para siempre como el ejemplo más perfecto de una gran victoria de la razón sobre los sentidos, sobre la imaginación, sobre toda clase de prejuicios, la prueba decisiva de que tal victoria es posible y el mejor ejemplo con el que se pueden comparar todas las discusiones críticas del mismo género” (pág. 101). “Correspondía perfectamente al orden (bien dans l’ordre) de las cosas que ese modelo fuese proporcionado por la ciencia más antigua en el tiempo y la más perfecta de todas.”

El libro 3. dedicado al siglo XVII, se inicia con una mención de las “futuras revoluciones de opiniones, creencias, instituciones, lenguajes y gustos” (pág. 172). Se dice que “el progreso y las revoluciones de la ciencia durante el siglo XVII dan a esa época la singular y excepcional cualidad de grandeza que no pueden conferir en el mismo grado la religión, la política, la filosofía, la literatura ni las artes”. Ese siglo se caracterizó por “los grandes descubrimientos científicos” y una “revolución en la matemática” (ibíd.). Cournot resume su visión del siglo y sus revoluciones científicas del siguiente modo (págs. 173-174):

La historia de las ciencias en el siglo XVI señala una época en la cual las ciencias abstractas, cultivadas durante mucho tiempo por el encanto que ciertos espíritus encontraban en ellas o por un presentimiento vago y secreto de su futuro papel, da bruscamente la clave a lo más fundamental lo más sencillo, lo más grande y, por consiguiente, lo más impresionante en el orden del universo. Las leyes generales del movimiento, la acción del peso, en fin, la teoría de la forma y los movimientos de los cuerpos celestes o... ‘el sistema del mundo’: tales son los resultados obtenidos y explicados (en la medida en que le es dado a la humanidad explicar algo) por la maravillosa unión de las especulaciones absu y las observaciones críticas [observations judicieusement discutées]. De ahí en adelante se amontonan los descubrimientos en el terreno de las ciencias abstractas como en el de la observación y la experimentación los descubrimientos se vuelven revoluciones (les dé couvertes deviennent des révoIutions), tanto en geometría como en astronomía y física: y estas revoluciones, al menos en geometría y astronomía, son de aquellas que, cada una en su campo, no tuvieron ni tendrán igual. Como resultado de ello, los nombres de los gran des científicos que recuerdan estas revoluciones no tienen igual: ninguna gloria más reciente disminuirá la de aquéllos: persistirán en la memoria de la humanidad con la misma categoría que las verdades capitales y las leyes superiores que han tenido la fortuna de descubrir ocupan en la economía del plan divino.

Cournot era consciente de la gran importancia del cálculo (libro 3, cap. 1, pág.177), pero, a diferencia de Fontenelle, no considera que su invención por Newton y Leibniz haya sido una revolución, aunque cita las opiniones de ese autor respecto de ciertas innovaciones en la matemática del siglo XVII. Tampoco considera revolucionarios los descubrimientos en “las ciencias físicas y naturales” de ese siglo (lib. 3,cap. 2), aunque sí menciona la “crisis revolucionaria” que se produjo en la matemática pura y la mecánica física (pág. 192). Alaba a Galileo por haber encaminado la ciencia por nuevas sendas al demostrar cómo se podían derivar conclusiones importantes de “los fenómenos más corrientes”, como la caída de una piedra o las oscilaciones de una lámpara colgante (págs. 186-187). Mostró cómo se podía “obligar a la naturaleza a entregar su secreto y develar la ley matemática sencilla y fundamental”. Fue el “creador de la física experimental y la física matemática” y, en especial, “el creador de la mecánica física”. Pero aparentemente no produjo una “revolución”. Y lo mismo sucede con Newton (págs. 189-190).

El único descubrimiento en las ciencias físicas y naturales del siglo XVII que merece para Counnot el calificativo de “revolución” es el de la circulación de la sangre. Observa que después del descubrimiento de Harvey “había motivos para esperar una revolución en la medicina, similar al que la química moderna provocó en la industria muchos años después”. Pero este descubrimiento durante mucho tiempo no ejerció “una influencia decisiva sobre las vicisitudes de la teoría y la práctica médicas”. De ahí concluye que “el alcance efectivo de un descubrimiento científico tiene que ver menos con la importancia intrínseca de lo que se descubre que con el grado de maduración de la ciencia de la cual pasa a formar parte y de su capacidad de dar origen a una de esas ideas nuevas que contienen el germen de las reformas o revoluciones científicas” (págs. 194-195).

En su exposicón de la matemática y la ciencia del siglo XVIII, Cournot afirmó que la obra de Lavoisier era la “revolución de la química” (pág. 271). Sus investigaciones obligaron a la “química a alterar realmente su faz”; esta ciencia “sufrió una revolución” (elle subissait: une révolution) (pág. 278). Luego se pregunta: “ ¿Por qué la química, que avanzó tanto desde Lavoisier y que ha registrado tantos cambios en sus teorías, no ha sufrido más revoluciones?”

En el siglo XIX (hasta 1870) no se produjeron avances científicos que según Cournot, merecieran el uso del término revolución. Es necesario hacer esta afirmación con cautela. Es probable que Cournot no evaluara cuidadosamente cada uno de los descubrimientos o innovaciones que investigaba para averiguar si era o no una revolución. Pero es un hecho que su libro comenta favorablemente la Revolución Inglesa (págs. 90,94 543,549), la Revolución Francesa (págs. 461-550), los paralelismos entre las dos (págs. 540-550), las revoluciones políticas (págs, 91, 93, 111), la revolución económica del siglo XIX (págs. 418-427) y una serie de revoluciones en la matemática y la ciencia además de la naturaleza general de tales hechos. Por consiguiente, no puede restarse importancia al hecho de que Cournot no caracterice determinados sucesos científicos como “revolucionarios”. [4]


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NOTAS

[1] Comte, que había efectuado estudios de matemática, física e ingeniería, pero no de lenguas clásicas, acullá el neologismo “sociología” mediante una combinación bárbara de raíces latinas y griegas. (volver al texto)

[2] Los comentanos de Cornte sobre el tema indican hasta qué punto sus opiniones sobre el desanollo y la clasificación de las ciencias, incluidas las sociales, estaban afectadas por su positivismo, En un estudio sobre los “fenómenos morales” (Fletcher 1974, 191) escribió que: “Por todas partes se reconoce que el método positivo sea el único admisible. Todos reconocen que el único objetivo legiumo es la combinación del punto de vista anatómico con el fisiológico. La teología y la metafísica han quedado eliminadas, por consenso general, de! problema; en todo caso, no desempeñan un papel importante. y su influencia disminuira, cualquiera que sea el resultado final de la discusión En resumen, la filosofía no tiene por qué ocuparse de esas cuestiones que han quedado limitadas al marco de la ciencia. Insisto en este último hecho filosófico por dos razones, Primero, porque hasta ahora no ha sido debidamente subrayado, y en no pocas ocasiones ha sido cuestionado. Segundo, porque para quienes hayan comprendido mi clasificación de las ciencias, una nueva prueba, indirecta peso irrefutable, y a la vez un resunen claro de toda la transformación intelectual. (volver al texto)

[3] Es necesario tener en cuenta, en este contexto, que Cournot es sumamente repetitivo y’ exhaustivo; se repite casi palabra por palabra (con el agregado de algunos adornos) en obra tras obra, de manera que la lectura de sus libros provea una continua sensación de déjá vu. (Con respecto al estilo de Coumot, véase el ensayo de John Stuart Mill.) Además, no existen índices temáticos que permitan localizar sus puntos de vista sobre temas específicos co la revolución en la ciencia. La repetitividad y las dificultades de su estilo deben contarse, sin duda, en tre las prtncipales razones por las cuales la obra de Cournot no goza de mayor estima. (volver al texto)

[4] Con respecto a Saint-Simon. véanse los dos libros de Frank Manuel: The New World of Henri Saint Simon (1956) y The Prophets of Paris (1962). Existe una selección de sus obras en traducción inglesa, recopilada por Felix Murkham: Henri de Saint-Simon, Social Organization... (1964 (1952)). La mayoría de los estudios sobre Comte se refieren a sus trabajos sobre sociólogía. Entre éstos, los capítulos dedicados a Comte en el tomo 1 de The Making of Sociology (1971), de Ronald Fleteher, y en el tomo 1 de Main Current in Sociological thought (1965), de Raymond Aron, son excelentes, Existen excelentes selecciones comentadas como la de Stanislav Andreski (1974), Ronald Fletcher (1974), Gertrud Lenzer (1975) y Kenneth Thornpson (1975). Leszek Kolalcowski (1968) es autor de un brillante estudio sobre e] pensamiento positivista. En cuanto a la filosofía de Comte, los mejores estudios siguen siendo The Philosophy of August Comte (Nueva York, 1903). De L. Lévy-Bruhl; August Comte et la philosophie positive (París, 1863) de E. Littré y Auguste Conste and Positivism (Londres, 1865), de S. Mill. Véase tam bién Sarton, G: “Auguste Comte, Historian of Science”, Osiris, 10(1952): 328-357. La gran obra de Cournot. Fundamentos de nuestros conocimientos, con traducción inglesa y prólogo de Marrit H. Moore (1956) contiene una buena bibliografía. (volver al texto)





23- La influencia de Marx y Engels

En cualquier estudio de las revoluciones del siglo XIX o del desarrollo del concepto de revolución, las ideas y acciones de Carlos Marx ocupan un lugar destacado. Incluso se suele estudiar desde un punto de vista “marxista” las revoluciones que, por razones cronológicas, no pudieron sufrir la influencia de Marx. Ya se ha mencionado el concepto marxista de la “revolución permanente” y el hecho de que Marx encabezó la creación de grupos nacionales e internacionales, organizados con el propósito expreso de realizar revoluciones. El propósito del presente capítulo no es explorar las ideas de Marx sobre la revolución ni su actividad revolucionaria, sino más bien estudiar el tema específico de sus opiniones expresas sobre el cambio científico y la revolución en la ciencia y comparar sus ideas con las de Federico Engels. Esto difiere por completo de lo que seria un estudio de la influencia de Marx en el siglo XX sobre la interpretación de la historia de la ciencia.

Quien indaga en este tema reconoce de inmediato que Marx no poseía estudios especializados (ni gran interés) en las ciencias físicas tradicionales, en el contenido técnico de la astronomía, la física, la química ni la geología. Su educación humanística incluía un poco de matemática, pero jamás había realizado estudios formales en las ciencias mencionadas, fuese en el “gymnasium” o en la universidad. En su edad madura se interesó en ciertos aspectos de las ciencias biológicas y leyó algunas obras de divulgación o vulgarización de los alemanes Georg Büchner, Jakob Moleschott y Karl Vogt. Aunque criticó el “materialismo groseramente mecanicista” de esta es cuela (véase Schmidt 1971,86 y sigs.), aparentemente sufrió la influencia de Moleschott y su “concepción de la naturaleza como proceso de circulación”, que tenía elementos en común con las ideas de Pietro Verri, citadas con aprobación en Das Kapital.

A la luz de la importancia atribuida al adjetivo “científico” (empleado por Engels y por los marxistas, sobre todo por los autores ortodoxos de la Unión Soviética para describir un presunto socialismo “científico” o comunismo “científico”). es interesante ver con qué sentido lo empleaba Marx. Hay una pista al respecto en la segunda parte de Teorías de la plusvalta (1968; véase Man 1963-1971), borrador del cuarto tomo, inconcluso, de Das Kapital. En el capitulo 9 (2) Marx compara la teoría económica de Ricardo con la de Matthus. El primero, dice, “sitúa al proletariado en el mismo nivel que la maquinaria o los animales de carga o las mercancías” porque, según su punto de vista, “el hecho de que sean máquinas o bestias de carga favorece la producción” o porque “en la producción burguesa son realmente mercancías”. Esta no es, según Marx, “una acción vil”. Es “estoica, objetiva, científica”. Además, “en la medida que no constituya un pecado contra su ciencia, Ricardo es siempre un filántropo, como lo fue en la práctica”.

A diferencia de Ricardo, “el pastor Malthus reduce al obrero a la categoría de bestia de carga en bien de la producción e incluso lo condena a muerte por hambre y al celibato”. Además, “cuando se trata de los intereses de la aristocracia contra La burguesía, o los de la burguesía conservadora y estancada contra la progresista, en todos estos casos el ‘pastor’ Malthus no sacrifica los intereses particulares a la producción sino que busca, en lo posible, sacrificar las necesidades de la producción a los intere ses particulares de las clases gobernantes o a sectores de ellas”. Es “con este fin”, dice Marx, que Malthus ‘falsifico sus conclusiones científicas”. Y concluye: “Esta es su bajeza científlca, su pecado contra la ciencia, aparte de su plagio desvergonzado y mecánico.” Agrega que las “conclusiones científicas” de Malthus son “consideradas” para con las clases dominantes en general y los elementos reaccionarios de las clases dominantes en particular”, y, en síntesis, “falsifico la ciencia al servicio de esos intereses”.

Parecería, entonces, que Marx empleaba la palabra “científico” en el sentido de “imparcial” y “verdadero”, sin connotaciones directas de algún método de investigación o demostración en particular. Tampoco implicaría limitación alguna en cuanto al objeto de estudio. Esto resulta claro en los párrafos siguientes (2da. parte, cap. 9, § 3) donde Marx menciona tres casos que “ejemplifican la imparcialidad científica de Ricardo”.

El autor de estas líneas mio ha podido hallar en las obras editadas de Marx ningún estudio sobre la Revolución Científica ni sobre la revolución en la ciencia en general ni sobre alguna revolución en alguna de las ciencias en particular. [1] (Existen, en cambio, abundantes referencias a la Revolución Industrial e inventos mecánicos o industriales revolucionarios.) Tampoco ha podido hallar ningún análisis de Marx sobre el progreso de la ciencia, ni siquiera una lista de los hechos más importantes en una sucesión de descubrimientos científicos, [2] Pero existe aun análisis interesante en el que aplica la teoría darwiniana de la evolución al desarrollo histórico de la tecnología, y que parecería ser la primera propuesta de una historia evolutiva en ese terreno.

Durante años los estudios históricos difundieron la leyenda de que Carlos Marx quiso dedicar Das Kapital a Darwin y que le escribió para solicitar su permiso, pero que éste rechazó ese honor. Ahora se sabe que el borrador de la carta de rechazo esta ba dirigido al yerno de Marx, Edward Aveling, no al mismo Marx. Este envió un ejemplar en rustica del tomo 1 de Das Kapital a Darwin. El libro se conserva aún en la biblioteca del naturalista. Lleva en la portada, cerca de la esquina superior derecha, la siguiente inscripción manuscrita:

Sr. Charles Darwin
De parte de su sinccro admirador
Karl Marx
Londres junio 16 de 1873
Modena Villas
Maitland Park

Parece que Marx tomó la decisión de enviarle un ejemplar con dedicatoria a Darwin bastante después de la aparición del libro, ya que el ejemplar no es de la primera edición, de 1867, sino de la segunda, de 1872. Darwin no lo leyó hasta el final. El examen del ejemplar que se encuentra en Down House, de Down (Kent , muestra que sólo están cortadas las primeras 105 páginas (de un total de 822). No existe el menor indicio de la opinión de Darwin (si es que la tenía) sobre el libro de Marx.

El nombre de Darwin no aparece en la primera edición de Das Kapital , publicada en 1867, ocho años después del Origen de las especies (1859); Darwin y la evolución aparecen por primera vez en dos notas al pie de la segunda edición (tal vez por eso Marx le envió un ejemplar de la segunda edición). En la primera (tomo 1 cap. 14, § 2) la comparación que hace Darwin entre las herramientas y los órganos de plantas y animales. En la otra (tomo 1, cap. 15, § 1) se refiere nuevamente a los órganos de las plantas y la “tecnología de la naturaleza”. Pero en otra nota al pie, como se vio anteriormente, Marx sugirió que se podría escribir la historia de la tecnología con un criterio evolucionista. En otras obras, Marx abunda en elogios a Darwin. En carta a Engels del 19 de diciembre 1860, meses después de la aparición del Origen de las especies (Padover 1978,359), dice que ha leído “el libro de Darwin sobre la selección natural”, el cual contiene “las bases histórico-naturales de nuestro punto de vista [materialismo histórico]”. [3] Un año más tarde, en carta a Lassalle del 16 de enero de 1862, insiste en la misma evaluación (McLellan 1977, 525): “El libro de Darwin es muy importante y me sirve de base científica natural para la lucha de clases en la his toria.” Subraya luego que Darwin le ha dado “el golpe mortal” (“Por primera vez”) “a la ‘teleología’ en las ciencias naturales”. Gracias a Darwin, el “significado racional [la ‘teleología’] tiene su explicación empírica”. En carta a Engels del 7 de diciembre de 1867, menciona un “proceso de transformación en la sociedad”, similar al que “ha demostrado Darwin desde el punto de vista de las ciencias naturales”.

Poco después, en carta a Engels (18 dejunio de 1862; Padover 1978, 360) Marx dijo que se había “entretenido con Darwin, a quien (he) vuelto a leer”. Había descubierto que Darwin aplicaba “la teoría ‘malthusiana’ también a las plantas y los animales, como si la broma de .Malthus no fuera el hecho de que no la aplica a las plantas y los animales sino solamente a los seres humanos —en progresión geométrica— en contraste con las plantas y los animales”. Marx desarrolla esta idea en Teorías de la plusvalía (1963-1971,2:121). Cita un pasaje del Origen (cd. de 1860, págs. 4-5) en el cual Darwin menciona su estudio de la “la alta tasa geométrica de... crecimiento” entre “todos los seres orgánicos del mundo entero”, lo que conduce inevitablemente a una lucha por la vida. Según Darwin, dice Marx. “ésta es la doctrina de Maithus aplicada a los reinos animal y vegetal”. Comenta que Darwin evidentemente “no comprendió que al descubrir la progresión ‘geométrica’ en los reinos animal y vegetal, refutó la teoría de Malthus”. Esto se debe a que “la teoría de Malthus se basa en la oposición de la progresión geométrica del hombre, descrita por Wallace, contrala quimérica progresión ‘aritmética’ de las plantas y los animales”. Así, la “obra de Darwin” contiene una “refutación detallada de la teoría de Maithus, basada en la ciencia natural”.

Sin embargo, no cabe atribuirle excesiva perspicacia a Marx en su evaluación de la importancia de la teoría de la evolución darwiniana. En carta a Engels del 7 de agosto de 1866, un año antes de la aparición de Das Kapital, elogia otro “trabajo muy importante” (Padover 1978, 360-361). Este libro, dice, constituye un “avance muy importante con respecto a Darwin”. Le envía un ejemplar a Engels para que él también conozca su mensaje. “En su aplicación histórica y política”, dice, el libro “es mucho más importante y detallado que el de Darwin”. Ese libro tan elogiado por Marx era Origine et transformations de 1’ homme et des autres etres de P. Trémaux (París, 1865). El juicio de la historia no condice con los elogios de Marx. Por ejem plo, Trémaux no aparece en el Dictionary of Scientijfic Biography (16 tomos) de reciente edición. Su nombre no es mencionado en las historias de la biología y de la teoría de la evolución, como las de Bodenheimer, Carter, Eiseley, Fothergill, Mayr, Nordenskióld, RádI, Singer. Por otra parte, la Critical Bibliography of the Hlistory of Science, editada por este autor y por George Sarton y sucesivos editores, que incluye obras publicadas entre 1913 y 1975, no menciona un solo artículo o libro especializado sobre la vida o la obra de Trémaux. Como dicen los abogados, res ipsa loquitur. ¿Qué decía el libro de Trémaux, que lo hacía más atractivo que el de Darwin a los ojos de Marx? Revelaba, entre otras cosas, que Trémaux, al igual que Herbcrt Spencer y a diferencia de Darwin, creía en el progreso. Como dice Marx a Engels (ibld.), “el progreso, que en Darwin es casual, aquí es una necesidad, sobre la base de los períodos de desarrollo de la Tierra”.

Sin embargo, en su discurso ante la tumba de Marx en el cementerio londinense de Highgate, el 17 de mario de 1883, Engels comparó a su amigo con Darwin, y sólo con él. “Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica -dijo-, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana”. [4] Engels repite esta comparación en el prefacio a la cuarta edición (1891) de El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Al elogiar el libro Ancient Society (1877), “que forma la base de la obra que ofrezco al lector”, destaca el descubrimiento de Morgan de “la gens organizada según el derecho materno, de donde salió la gens ulterior, basada en el derecho paterno, tal como la encontramos en tos pueblos civilizados” y señala que éste “tiene para la prehistoria la misma importancia que la teoría de la evolución de Darwin para la biología y quc la teoría de la plusvalía enunciada por Marx, para la economía política” (Marx y Engels 1973, V 131). En una resefia del primer tomo de Das Kapital (diciembre 27 de 1867, citado por Schmidt 1971, 45), Engels subraya que Marx sólo “trataba de establecer como ley en el terreno social el mismo proceso gradual de transformación demostrado por Darwin en las ciencias naturales”, Agrega que “para Marx, la ciencia era una fuerza históricamente dinámica, revolucionaria”. Sin embargo, en el prefacio al segundo tomo de Das Kapital, Engels no compara a Marx con Darwin sino con Lavoisier.

La misma comparación entre Marx y Darwin aparece en un libro de Edward Aveling, el yerno de Marx, autor de dos tomos complementarios: The Students’ Marx (Marx para estudiantes (1892)) y The People’.s Darwin [Darwin para el pueblo] (1881). En la introducción al primero, dice: “Lo que hizo Darwin para la Biología, Marx lo hizo para la Economía” (pág. VIII). Cada uno de estos prohombres produjo “una generalización como nunca se había visto en su respectiva rama de la ciencia” (pág. IX). Cada generalización “no sólo revolucionó esa rama sino todo el pensa miento humano, toda la vida humana”. En 1892 Aveling no podía dejar de señalar que la generalización de Darwin había adquirido “una aceptación mucho más univer sal que la de Marx”. Ello se debía, según él, a que la obra de Darwin “afecta nuestra vida intelectual más que nuestra vida económica” y por ello es “aceptable tanto para los partidarios del sistema capitalista como para sus adversarios”. [5]

Federico Engels

Mientras Marx escribió muy poco sobre las ciencias propiamente dichas (es decir, las físicas y las biológicas), Engels tuvo mucho que decir sobre estas disciplinas, su desarrollo y sus revoluciones. Una de sus obras más difundidas es Anti Dúring, subtitulada La revolución en la ciencia por Eugen Dühring. Apareció en 1878 (2da. cd., 1825; 3ra. cd. 1894) y su objeto, según el autor (1959,9) no era estudiar las ciencias en “obediencia a un ‘impulso interno’”, sino más bien el producto de su cólera contra “las leyes de la economía, el esquematismo mundial, etcétera”, que Dühríng decía haber descubierto y que, según Engels, se caracterizaban por ser un cúmulo de “errores y lugares comunes”, lo mismo que las “leyes de la física y la química formuladas” por él (1959, 12). [6] Antes de analizar los conceptos de Engels sobre las ciencias, cabe señalar que el título en alemán emplea el término Umwälzung en lugar de Revolution: Herrn Eugen Dührings Umwälzung der Wissenschaft. Sean o no términos equivalentes —lo que será analizado más adelante—, Engels los emplea en sentido irónico. De ninguna manera creía que Dühring hubiera realizado una revolución en la ciencia. Es más, el título es evidentemente una parodia del trabajo polémico en el cual Dühring atacaba las ideas del economista norteamericano Henry C. Carey: Careys Umwälzung de Volkswirtschaftslehre and Socialwissenschaft (1865). aun que éste no es uno de los tres libros contra los cuales polemiza Engels. [7] Se mofa de las pretensiones expuestas en el Curso de filosofia (1875) de Duhring y dice que “todavía aguardamos las ‘tierras y los cielos de la naturaleza interior y exterior’ que esta filosofía prometía revelarnos en su poderoso movimiento revolucionario in the mächtig umwälzenden Bewegung]”. (1980, 134; 1959, 198).

Como se señaló anteriormente, a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX había surgido en Alemania una tendencia en favor del reemplazo del término latino Revolution por el equivalente germánico Umwälzung. Engels utiliza los dos términos como si fueran sinónimos y no revela preferencia alguna por uno u otro. El uso está revelado en Dialéctica de la naturaleza, escrito en su mayor parte entre 1872 y 1882 y en el cual debía volcar sus pensamientos más elaborados sobre la ciencia. Esta obra inconclusa apareció en 1927 (Engels 1940, xiv). En los primeros párrafos describe los grandes cambios que se produjeron en los siglos XV y XVI, “la mayor revolución progresiva [die grósste progressive Umwälzung] que la humanidad había conocido hasta entonces” (1975, 10-11; 1940,2-3 (1973, V, 438)). En esa época, “la investigación de la naturaleza se desarrollaba en medio de la revolución general [in der allgemeinen Revolution] y era revolucionaria por entero [durch and durch revolutionär]”, La obra no sólo comienza con un estudio de la revolución sino que emplea indistintamente la nueva palabra alemana Urnwälzung y el antiguo término francés Révolution en forma aparentemente indistinta. Poco más adelante (1973, V, 440) compara “las ciencias naturales revolucionarias (revolutionäre Naturwissenschaft)” y la “naturaleza conservadora”. A pesar de ello, en el resto de su breve historia de la ciencia (la Introducción), no vuelve a calificar las grandes innovaciones de revolucionarias. Así, Kant abrió “la primera brecha en esta concepción fosilizada de la naturaleza” (1973, V, 442), Lyell “fue el primero que introdujo el sentido común en la geología” (ibid., 443), la física hizo “enormes progresos... en 1842, año que hizo época en esta rama de las ciencias naturales” (ibId., 443), en química hubo un “desarrollo extraordinariamente rápido” (ibíd., 444) y así sucesivamente. La única excepción a esta norma fue Cuvier, cuya “teoría acerca de las revoluciones en la Tierra era revolucionaria de palabra y reaccionaria de hecho (ibid., 443); pero aquí aparentemente se refiere al empleo del término “revolución” por Cuvier en frases relativas a las “revoluciones geológicas de la Tierra”, más que acusar a Cuvier de emplear frases que fuesen revolucionarias por denotación o connotación.

Para echar un poco de luz sobre el empleo de Umwäzung y Revolution por Engels se puede comparar estos párrafos de la introducción a Dialéctica de la Naturaleza con algunas notas históricas preliminares (1940, 184-186). Emplea Revolution en lugar de Umwälzung cuando se refiere a la “revolución más grande (die grösste Revolution) que el mundo haya conocido hasta entonces” y cuando dice que “las ciencias naturales avanzaron.., y surgieron en esta revolución (in dieser Revolution) “y eran “revolucionarias (revolutionär) por entero” (1975, 187; 1940,184). Es posible que en el manuscrito definitivo haya reemplazado la primera Revolution por Umwälzung para no usar el mismo término cuatro veces seguidas. Pero cabe destacar que, donde el borrador dice die gróss Revolution, sin calificativos, en la versión final dice die grösste progressive Umwälzung (1973, V, 438). Esto da a entender que Umwälzung es cualquier tipo de trastorno radical o cambio total y por lo tanto requiere un adjetivo calificativo para indicar si es progresista o no. Para Engels, una Revolution no necesita de adjetivos para expresar su carácter progresista.

Una frase del AntiDühring muestra hasta qué punto es difícil hallar una diferencia de significado entre Revolution y Umwülzusig tal como los emplea Engels. Dice que mientras “el huracán de la revolución [ der Orcan der Revolution]” barría Francia, en Inglaterra “se producía una revolución más serena pero no por ello menos tremenda [eine stillere, aber darum nicht munder gewaltige (Umwältzung]” (1959, 358). Esta Umwälzung era la transformación de la antigua manufactura en la “industria moderna”, que “revolucionó (las bases de la sociedad burguesa)”. Aquí Revolution se refiere a la Revolución Francesa, Umwálzung a lo que Engels llama con mayor frecuencia die industrie le Revolution, aunque describe sus efectos mediante el verbo revolusionieren. Y en la página siguiente (en referencia a Roben Owen), emplea el término die industrielle Revolution, el mismo que usa Marx. También habla de una Revolution burguesa y una Umwälzung burguesa, una Revolution en la producción y una Umwälzung en la producción (la frecuencia de ésta es mayor que la de aquélla por 6 a 1).

A pesar del título, La revolución en la ciencia por Eugen Dühring contiene escasas referencias a la revolución en la ciencia y no expone una teoría elaborada o coherente sobre cómo progresa la ciencia. En todo el libro la palabra Revolution aparece sólo dos veces en relación con la ciencia. La primera está en el prefacio a la segunda edición (1885), en el que Engels se refiere a “la revolución que la simple necesidad de ordenar los descubrimientos puramente empíricos que van acumulándose en masa impone a las ciencias naturales teóricas” (1973, VI. 15); la segunda menciona las “bases técnicas revolucionarias de la industria moderna” (ibId., 233) y a ésta se añade una cita del Capital de Marx, sobre “la maquinaria, los procesos químicos y otros métodos”. De acuerdo con el resumen de Engels, la ciencia contribuye a las “bases técnicas de la industria moderna” que “también revolucionan la división del trabajo en el seno de la sociedad y lanzan sin cesar a masas de trabajadores y de capital de una rama de la producción a otra”. Cabe destacar que aquí no se refiere a la revolución en la ciencia sino al efecto revolucionario de la ciencia.

En el párrafo anterior al citado anteriormente, de prefacio a la segunda edición, Engels dice que las “ciencias naturales” están sufriendo un “proceso potente de revolución;* aquí emplea el término Umwälzungsprozess lo que demuestra una vez más que le es indistinto hablar de Revolution o Umwälzwzg cuando no se refiere a las revoluciones políticas tradicionales (1980, 12; 1959, 19). En otra parte, al mofarse de Duhring, emplea el verbo umwälzen para señalar que “cualquiera, incluso los editores del Volkszeitung de Berlín, es capaz de ‘sentar bases profundas’ y revolucionar la ciencia” y creer que “basta decir que comer es la ley fundamental de la vida animal para revolucionar la zoología”.

Sería aventurado concluir que el concepto de revolución en la ciencia tenía para Engels una importancia fundamental. En un pasaje referido a “grandes descubrimietos” y “avances” en las ciencias naturales, omitido del opúsculo sobre Ludwig Feuerbach, no se habla de “revolución” (ni Revolution ni Umw&!zwig), ni se emplea el término ni el concepto en las frecuentes referencias de Engels a la gran reestructuración darwiniana del pensamiento biológico. En la mención de Lavoisier en su introducción al tomo 2 de Das Kapital no aparece la expresión “revolución química”. Con todo, Engels era un profundo conocedor de varias disciplinas científicas (véase R. S. Cohen 1978, 134) y un estudioso serio de problemas relacionados con la historia de la ciencia (ibid, 135).

Los pasajes citados, y otros, demuestran que Engels reconocía la fuerza revolucionaria de la ciencia. Hay ejemplos que demuestran que era consciente de la existencia de revoluciones en la ciencia y tuvo ideas significativas acerta de algunas de ellas. [8] Reconoció, por ejemplo, que las revoluciones científicas producen cambios en la terminología técnica (aunque no desarrolló este tema). Pero no existen pruebas de que haya estudiado seriamente la teoría o el proceso de revolución en relación con el avance de la ciencia ni que le haya dedicado dos párrafos seguidos a ese tema. [9]

* En la traducción casicuana, la frase dice “un proceso tan potente de transformación”. Marx, C. y Engels, E: Obras escogidas. Buenos Aires, editorial Ciencias del Hombre, 8 tomos, 1973.


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[1] Posiblemente se encuentren ideas sobre el desarrollo de la matemática e incluso sobre la revolución de esa disciplina en los trabajos inéditos de Marx sobre el tema (según sugirió Tom Botiomore al autor de esta obra). En su discurso ante la tumba de Marx hizo “descubrimientos singulares” en “la matemática” (Marx y Engels 1973, VI 324). (volver al texto)

[2] El autor ha recorrido en vano los escritos de Marx y también de los autores que han escrito sobre Marx y la ciencia (entre otros, J.D. Bernal, N. Bujarin, T. Carver, J. Diner-Dienes, D. Lecourt, H. y S. Rose, N. Rosenberg, A. Schmidt, J. Zeleny) y ha discutido el tema por correspondencia con S. Avineri, T. Bottomore y 0. McLellan. (volver al texto)

[3] Pero Marx dijo que Darwin había “desarrollado’ el terna “en forma groseramente inglesa”. (volver al texto)

[4] Esta ley era “e] hecho, tan sencillo pero oculto hasta que él lo descubrió bajo la maleza ideológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por lo tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la correspondiente base económica de desarrollo de un pueblo o de una época es la base a partir de la cual se han desato- liado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y según la cual deben, por lo tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se hacía” (Marx y Engels 1973, VII. 324). En este discurso ante la tumba de Marx (ibid., 324-325) Engels describió los “descubrimientos” de aquél: la “ley del desarrollo de la historia humana” y la teoría “de la plusvalía”. Luego se refirió a los “muchos campos” en los cuales Marx hizo “descubrimientos singulares”, “incluyendo la matemática”. “Tal era el hombre de ciencia”, dice, lo que implica que laciencia de Marx era principalmente (si no del todo) o que hoy se llama ciencia social. (volver al texto)

[5] Aveling no sólo comparó a Marx con Darwin sino que estableció tres diferencias entre ellos (págs. ix-x), favorables “al filósofo de la economía”- A diferencia de Darwin, Marx “además de filósofo era un hombre de acción”. Poseía “un gran sentido del humor y un estilo singu larmente brillante, incluso para abordar problemas abstrusos”. Por último, Darwin era un “humbre entregado al trabajo biológico o, en el mejor de los casos, científico, en el sentido más estrecho del término”. En cambio, Marx “dominaba en todo sentido no sólo su especialidad si no todas las ramas de la ciencia, siete u ocho idiomas y la literatura europea”. (volver al texto)

[6] “La “complicada teoría socialista”, el “plan para la reorganización de la sociedad” y los ataques contra Marx de Duhring despertaron las iras de Engels (1935, 7), (volver al texto)

[7] Estos son Kursus de Philosophie (1875), Kursus de National—und Sozial—Okonomie (1876) y Kritische Geschictje der National-Okonomie und des Sozialismus (1875). Engels reelaboró luego una parte del Anti Dühring y la publicó bajo el título de Del socialismo utópico al socialismo científico, en francés (1880). Escribió un prólogo para la edición inglesa de 1892, en el que mencionó el “intento de realizar una revolución total” por parte de Duhring. Traducida por él mismo al alemán, la frase dice Versuch einer completen ‘Umwälzung der Wisrenschaft. (volver al texto)

[8] Sobre las teorías de Engels acerca del avance de la ciencia y los factores a los que atri buía mayor importancia en la historia de la ciencia, véase el artículo respectivo en Dictionary of Scientific Biography (R.S. Cohen 1978. 135 y sigs.). (volver al texto)